El viernes 11 de marzo, a las 20 h. de la tarde, el P. Santiago Cantera, monje de Santa Cruz del Valle de los Caídos, ofreció una conferencia en la Parroquia de Nuestra Señora del Camino de Collado Villalba. El acto estaba organizado por dicha Parroquia y FASTA (Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino), fundada por el dominico argentino P. Aníbal E. Fosbery. El tema de la conferencia versó sobre La persecución religiosa en España, con una referencia a las persecuciones en época contemporánea (las liberales del siglo XIX y las del siglo XX), centrándose especialmente en la del período de 1931 a 1939. Aparte de las numerosas citas y de los datos y cifras, al final presentó una serie de más de 30 imágenes de prensa de la época y de algunos de los sucesos reseñados. A pesar del mal tiempo que hizo ese día, la sala estuvo llena de asistentes y bastantes de ellos tuvieron que quedar de pie. Al término de la conferencia se abrió un turno de debate. A continuación, un grupo de jóvenes quiso seguir conversando amistosamente con el conferenciante y algunos de los organizadores.
Actuación de la Escolanía en Yecla (Murcia)
El viernes 11 de marzo, a las 20 h. de la tarde, el P. Francisco Vivancos inició su predicación del Sermón de las Siete Palabras en la Basílica de la Purísima de Yecla (Murcia), al que acudieron muchas personas desafiando el mal tiempo que hizo ese día. El sermón, como es habitual en esta ocasión, estuvo compuesto por siete bloques de meditaciones, uno para cada palabra de Cristo en la Cruz, y al término de cada uno la Escolanía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos ofreció el canto de diversas composiciones del ciclo de Semana Santa. La dirección del gregoriano corrió al cargo del mismo P. Francisco, mientras que las piezas polifónicas fueron dirigidas por D. Carlos Mª Labarta con acompañamiento de D. Luis Ricoy, pianista. El P. Laurentino se hallaba ausente por encontrarse en el Encuentro de Canto Gregoriano de Castellón. El acto, que duró aproximadamente dos horas, estuvo organizado por la Cofradía encargada del culto, que se desvivió en todo momento por atender a los niños y a sus responsables.
_x000D_
_x000D_
Tras hacer noche, el autobús marchó el sábado por la mañana hacia la playa de San Juan (Alicante). Los escolanes no pudieron bañarse porque el tiempo no era propicio y además el agua estaba llena de medusas, pero sí jugaron en la arena y echaron un buen partido de fútbol. Para la hora normal de la cena, se encontraban ya de vuelta en el Valle. Mariano, el querido conductor de los niños, fue como siempre aplaudido por éstos, ya que es uno más de la familia de la Escolanía.
Domingo I de Cuaresma
Queridos hermanos: en este I domingo de Cuaresma, se nos han proclamado en el evangelio las palabras del Señor: “Vete, Satanás”. Hermanos: ¡el diablo existe!; no lo digo yo, ¡lo ha dicho Jesús en el evangelio, que es palabra del Señor! Hoy en día Satanás es un tema tabú, porque existe el infundado temor de que si se os predica sobre las verdades eternas, os asustáis y se vacían las iglesias. Este es el gran triunfo del demonio: si nos olvidamos de él, dudaremos o llegaremos a convencernos de que no existe. Sin embargo, hermanos, ¿qué es preferible: decir la verdad o callarla? Como a Adán y Eva y cada vez de forma diferente, el diablo nos insinúa continuamente: si me obedeces, serás como Dios. Y al final, nos puede acabar pasando como a Adán y Eva, para los que, como dice S. Agustín, “la amenaza de Dios resultó ser verdadera y falso el engaño del diablo”. Hermanos: dejemos de lamentarnos de que los católicos no tenemos suficientes armas en el combate contra las fuerzas del mal, como si Dios necesitara un ejército o un imperio de medios de comunicación; estos son poderes y medios extraños a la misión de la Iglesia. A Dios le basta con el resto de Israel, con un puñado de fieles de verdad entregados a Él en cualquier estado de vida, pues, como se nos narra muchas veces en el Antiguo Testamento, cuantos menos efectivos humanos luchen a su favor, más resplandece en la victoria el poder de Dios. Precisamente la Cuaresma es tiempo favorable para pedir la gracia de nuestra conversión, sobre todo con los tres medios que la Iglesia nos propone: oración, ayuno y limosna. ¿Quién sabe si para algunos de nosotros ésta será nuestra última Cuaresma en la tierra?
Hermanos: el primer medio, la oración, es nuestro mejor recurso para pedir al Señor que no nos deje caer en la tentación, como rezamos en el Padre nuestro. No tengamos ninguna duda de que si notamos que el testimonio de nuestra vida cristiana es pobre, eso es consecuencia, hermanos, de nuestra falta de oración y de nuestra falta de fe en la eficacia de la oración. Sin embargo, si no rezamos, si no gustamos ya en la tierra los dones reservados para el cielo, ni nos convertimos nosotros ni convertimos a los demás.
Precisamente en esta basílica, por concesión especial de la Santa Sede, podéis ganar indulgencia, que, como sabéis, es la remisión, por medio de la Iglesia, de la pena temporal que permanece después de la absolución de los pecados y que se obtiene por los méritos de Cristo y de los Santos. La indulgencia se gana en beneficio propio o de los difuntos, en especial de las benditas ánimas del purgatorio, nunca a favor de otras personas vivas. La indulgencia parcial, que puede ganarse varias veces al día, pero remite la pena temporal solo parcialmente, podéis lucrarla en esta basílica cada vez que, con dolor de corazón, visitéis devotamente esta imagen del Cristo, que durante 52 años ha sido el principio de tantas conversiones y vocaciones sacerdotales y religiosas. La indulgencia plenaria remite totalmente la pena temporal y sólo se puede ganar una al día, con cinco condiciones: rechazo firme de todo pecado, incluso venial; confesión sacramental con absolución individual; comunión eucarística; orar por las intenciones del Papa (por ejemplo un Avemaría); ejecución de la obra enriquecida con la indulgencia. Aunque se recomiendan la comunión y la oración por el Papa en el mismo día del cumplimiento de la obra, también caben unos días antes o después de cumplirla. Con una sola confesión se puede ganar varias indulgencias plenarias en días sucesivos; en cambio, con una comunión y con una oración por el Papa sólo se gana una indulgencia plenaria. Podéis ganar indulgencia plenaria en esta basílica el día que elijáis una vez al año (por ejemplo hoy); además, los viernes de Cuaresma, cualquier día desde el Jueves Santo hasta el Domingo II de Pascua y el 5 de mayo, Ntra. Sra. del Valle, día elegido por el P. Abad como rector de la basílica. Otros días podéis verlos a la entrada de la basílica y en internet. Para ganar indulgencia plenaria, basta participar en alguna celebración sagrada o ejercicio piadoso en público o si meditáis un tiempo y después rezáis el Padre nuestro, el Credo, la invocación a la Virgen Mª y “Dales Señor el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.” Así lo hizo ante los difuntos sepultados en esta basílica el entonces Card. Ratzinger, en visita privada de varias horas al Valle hace 20 años. Como el Papa, también vosotros, con esa breve oración, podéis ganar indulgencias, tesoros para el cielo, no para la tierra, donde los roban los ladrones y los corroe la polilla.
Ya que a día de hoy no se autoriza el acceso a las capillas del Via Crucis diseminadas dentro de esta reserva ecológica y espiritual que es todo el recinto del Valle de los Caídos, os invito, especialmente los viernes de Cuaresma, a recorrer las estaciones del Via Crucis dentro de la basílica, deteniéndoos en las cruces de los tapices de la nave central, continuando en esta imagen del Cristo y terminando en la capilla del sepulcro. También podéis rezar la Coronilla de la Divina Misericordia o hacer una romería dentro de la basílica, iniciando el rezo del S. Rosario en la puerta, deteniéndoos en las capillas marianas de la nave central y concluyendo con las letanías, oración por el papa y Credo ante la Virgen con el niño Jesús que hay debajo del sagrario. Hermanos: nadie acompaña al Stmo. en esta basílica en muchas horas del día, con todo lo que es necesario reparar ante los continuos delitos en ofensa de los sentimientos religiosos penalmente tutelados que se suceden en nuestra patria y más en nuestra archidiócesis; solo como ejemplo, el robo satánico de un sagrario con 200 Formas y la profanación sacrílega de una capilla universitaria.
Y es que el Señor ha dicho que “cierta raza de demonios sólo puede expulsarse con ayuno y oración”. La oración se fortalece con el ayuno, segundo medio, hermanos, para nuestra conversión. El ayuno obliga sólo dos días al año: si hubierais olvidado ayunar el miércoles de ceniza, primer día de Cuaresma, no olvidéis el Viernes Santo hacer una sola comida, aunque pudiendo tomar algo de alimento por la mañana y por la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad del alimento. La Conferencia de los Obispos españoles precisó que la abstinencia de carne no puede sustituirse por otras mortificaciones, limosnas, obras de piedad o de caridad, los viernes de Cuaresma, salvo dispensa o coincidencia con una solemnidad. “Ayunar y abstenerse de comer carne” es el cuarto de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, hoy muy olvidados. Tengamos sobre todo hambre de la palabra de Dios, porque, como dice S. León Magno, lo más importante es ayunar de nuestros vicios. Y que en esto no nos engañe de nuevo el diablo, no pensemos enseguida en los vicios de nuestro prójimo más cercano: el Señor quiere que ayunemos y nos abstengamos de nuestros propios vicios y pecados.
Pero el ayuno, hermanos, no es mera mortificación, sino también compartir solidariamente con los necesitados el dinero ahorrado en comida y caprichos. La limosna es el tercer medio para nuestra conversión. Sabemos que a nuestro alrededor hay madres embarazadas sin recursos a las que se da todo tipo de facilidades para asesinar a sus propios hijos en sus vientres, millones de personas en paro, familias que pasan necesidad. A esto nos ha llevado la avaricia del liberalismo capitalista. Convendría que quienes podáis, apadrinaseis a un seminarista o a un niño de un país subdesarrollado o al menos colaboraseis periódicamente con los organismos católicos que socorren a esos niños desnutridos, sin escolarizar y muchas veces obligados a trabajar y a prostituirse.
Queridos hermanos: pidamos a la Virgen del Valle que interceda ante su Hijo para que nos conceda la gracia de vivir esta Cuaresma con humildad y pobreza de espíritu, con dominio de nuestros instintos y obediencia a la voluntad de Dios, esperando la Pascua con gozo de espiritual anhelo. Si en la tentación acudimos a María, Ella nos ayudará en el combate cristiano contra las fuerzas del mal y podremos avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud, como dice la oración colecta. Que así sea.
Artículo de recinto del Valle en LD
En fechas recientes ha aparecido en Libertad Digital un artículo firmado por C. Jordá acerca del tiempo de cierre del Valle de los Caídos y de los problemas que ha ocasionado desde el punto de vista económico y laboral. El autor demuestra estar muy bien informado sobre el asunto, en virtud de fuentes directamente implicadas, algunas de las cuales cita de modo explícito, y maneja unas cifras que son sin duda muy llamativas.
_x000D_
_x000D_
El cálculo total de las pérdidas por todo el período que el monumento lleva cerrado al turismo se eleva a más de 2,6 millones de euros, tanto en concepto de taquilla como de otros ingresos, especialmente el funicular y la cafetería de la base del mismo, a lo que han de sumarse los de otros restaurantes, tienda de Aldeasa, etc. Según el artículo, el Patrimonio Nacional habría dejado de percibir una cantidad muy considerable por el cierre de la cafetería del funicular.
_x000D_
_x000D_
También se exponen las cifras de visitantes y sus variaciones en los últimos años, de alrededor de 400.000 personas anuales. Asimismo, se incide en el daño ocasionado a las empresas del entorno, especialmente en el sector hostelero, y de manera singular en San Lorenzo de El Escorial, El Escorial y Guadarrama. Pero un aspecto sumamente preocupante, sin duda, es el sentimiendo de provisionalidad e incertidumbre que padece el personal trabajador, lo cual ha llegado a ocasionar incluso alguna baja laboral por depresión. Es decir, la situación ha afectado duramente a la salud de un trabajador y son otros muchos los que expresan con frecuencia su dolor ante algo que no comprenden, pues llevan viviendo en el Valle incluso desde niños.
_x000D_
_x000D_
Ofrecemos el enlace del artículo: http://www.libertaddigital.com/sociedad/el-cierre-del-valle-de-los-caidos-ya-habria-costado-al-estado-mas-de-26-millones-1276416147
Miércoles de ceniza
La Cuaresma es un tiempo especialmente dedicado al encuentro o reencuentro con Dios. El significado de la Cuaresma coincide para todos con la finalidad y el sentido fundamental de la vida humana: la búsqueda o vuelta a Dios, la conversión y transformación interior, que empieza por el reconocimiento de nuestro alejamiento de Él, y por la necesidad de volver a la reconciliación y comunión en la vida de Dios.
Una conversión bajo esa forma de regreso a Él que casi nunca termina de completarse porque no damos los pasos definitivos ya que, en mayor o menor medida, preferimos muchas veces permanecer con nosotros mismos, con esas apetencias, ideas y forma de vida organizada por nosotros, pero que siempre se nos revelan al final tan insatisfactorias.
Una conversión que, sin embargo, siempre responde al máximo interés de Dios y al nuestro, como Él demuestra cuando Él mismo sale una y otra vez a nuestro encuentro para ofrecernos nuevamente su amistad, para celebrar nuestro regreso y devolvernos a nuestro lugar en la casa paterna, como en la parábola del hijo pródigo.
Mucho antes de que lo hiciera el hombre, es Dios el que se ha vuelto a él y ha hecho de ese encuentro el centro de toda la actividad divina, como refleja toda la historia de la salvación, en la que hay un perpetuo movimiento de Dios en la dirección de la humanidad para volverla a Él como a su único hogar y su única paz.
Esta conversión y búsqueda de Dios constituye la razón de ser de nuestra vocación humana, cristiana y monástica. Algo que hace de nosotros los seguidores, los amigos de Dios, porque cuando esa búsqueda es sincera y perseverante, termina en el encuentro, en la intimidad y en la incorporación a la vida de Dios._x000D_ Esto es lo que ha sido significado en tantas páginas de la Escritura que nos hablan de los seguidores y buscadores de Dios, de los que Dios había acercado a Él y de los que habían buscado la cercanía con Él: Adán, Noé, Abrahán, de los que se nos dice que “caminaban con Dios”, de su mano, que eran “amigos de Dios”. Ellos son nuestros modelos, cualquiera que sea el estado de vida en que Él nos ha puesto.
Es necesario que penetremos en el tiempo de la Cuaresma, como Jesús penetró por nosotros en el tiempo de su retiro en desierto y de su pasión y muerte: con el propósito de reconducir los pasos que nosotros hemos dado fuera de esas sendas. Porque la mayor parte de nosotros no seguimos esos modelos, ni hemos avanzado por ese camino que es Él mismo.
Muchos de nosotros hemos retirado nuestra mano de la de Dios, porque ya nos consideramos fuertes y libres, ya conocemos nuestro camino, ya somos señores de nuestro destino. Por eso, caminamos no por los suyos sino por nuestros senderos, y buscamos nuestras amistades, muy lejos de la suya. Nos hemos convertido a otras ideas, a otros intereses, a otros ídolos. Y estamos repitiendo con los necios de los que habla el Salmo 2: “rompamos sus ataduras, sacudamos su yugo”.
_x000D_
Todas las palabras y acciones de Cristo tienden a mostrarnos la necesidad de mantenernos en la órbita de su amor y de su ley, fuera de los cuales el hombre camina a la nada, pero dentro de los cuales puede llegar a ser como Dios. Con esta finalidad fue también instituido el tiempo de la Cuaresma, que nos recuerda fuertemente la necesidad de esa conversión que nos devuelve a la amistad con Dios y que nos permite alcanzar la purificación y así ‘estrenar un corazón y un espíritu nuevos’.
En la tradición espiritual de la Iglesia y de los monjes la conversión y acercamiento a Dios tiene algunas condiciones que se han dado siempre en la experiencia de todos los que se han encontrado con Dios. Condiciones que la Cuaresma cristiana y monástica han subrayado siempre a través del silencio, la soledad y la oración, intensificadas especialmente en este tiempo. Seguían así los pasos de otros grandes contemplativos, como Moisés y Elías en el tiempo de su absoluta soledad con Dios en el desierto o en la cima del Carmelo.
O también de Jesús, que aunque vivía en comunión permanente con el Padre quiso, en muchas ocasiones, acentuar esa unión, para lo cual buscaba el silencio de las noches o el monte de la Cuarentena. En él quiso vivir también la experiencia de ese ayuno al que los habitantes de Nínive habían confiado su salvación: “a ver si Dios se arrepiente y se compadece, y así aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (Jon 3, 9). Un ayuno que significa, ante todo, la abstención de aquellas cosas que, por atarnos demasiado fuertemente a la tierra, nos impiden elevarnos hasta Dios.
También nosotros tenemos aquí nuestro monte y nuestra cuarentena para llevar a cabo la conversión, la oración y la penitencia que nos permita a alcanzar la purificación y la reconciliación con Dios, de manera que podamos renovarnos por dentro con “espíritu firme” (Sal 50), y estemos así en condiciones de participar en la gran purificación del mundo y en el reencuentro de todos los hombres con Dios.
Domingo IX del tiempo ordinario (ciclo-a)
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Las lecturas de hoy inciden en la importancia de la fe, de los preceptos del Señor y del cumplimiento de su voluntad para alcanzar nuestra salvación. En las tres se observa una exhortación a no caer en una mera actitud externa carente de mayor profundidad en nuestras vidas: “Meteos mis palabras en el corazón y en el alma”, ordena Moisés a su pueblo, y “no todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo”, acabamos de leer en el Evangelio. Por lo tanto, no se trata simplemente de cumplir los mandamientos, los ritos del culto y las normas exteriormente, sino de que la observancia de todo ello nazca de la interioridad más íntima de nuestro espíritu.
En la época de Jesús, los judíos y especialmente los fariseos, con frecuencia habían terminado cayendo en un simple formalismo externo de observar al mínimo detalle las prácticas visibles de la Ley mosaica. Ésta ciertamente había servido de pedagogo para conducir hacia Cristo (Gál 3, 23-29), pero la observancia ritual había quedado así muchas veces vacía de contenido. Por eso San Pablo advierte que las obras de la Ley, de por sí, sin la gracia y sin la fe, no justifican ni salvan al hombre.
Sin embargo, este pasaje paulino de la carta a los Romanos fue entendido de forma incompleta por Lutero y los principales iniciadores del movimiento protestante y se hizo necesaria una aclaración por parte de la Iglesia Católica. El Sacro Concilio de Trento (Sesión VI, año 1547), teniendo presente asimismo la carta de Santiago en la que se afirma que la fe sin obras es una fe muerta (“muéstrame tu fe sin obras, y yo por mis obras te probaré mi fe”; St 2, 14-19), enseñó que la gracia divina que opera en el alma requiere la libre colaboración del hombre y que la virtud teologal de la fe, que ciertamente es un don de Dios, debe traducirse también en obras externas, tanto en la observancia del Decálogo y de las prescripciones de la Iglesia, como muy especialmente en las obras de esa otra gran virtud teologal que es la caridad y que es la plenitud de la Ley (Rom 13, 8-10). Por eso las obras sí constituyen mérito para la vida eterna, aunque sin duda alguna han de proceder de una fe sincera. La fe sin obras, pues, puede ser la del hombre necio que construye su casa sobre arena: “escucha estas palabras mías y no las pone en práctica”, nos dice el Señor, mientras que el hombre prudente “escucha estas palabras mías y las pone en práctica”, edificando su casa sobre roca.
Esta parábola nos facilita una segunda reflexión: la necesidad de la perseverancia y de la fidelidad en los grandes proyectos de nuestra vida. Uno de los mayores males de la sociedad occidental de hoy es la inestabilidad: en el trabajo, en los matrimonios, en las vocaciones religiosas y sacerdotales… Los grandes proyectos de vida se conciben hoy con frecuencia no como algo permanente, sino como una “experiencia” y si, llegado un momento nos parece que eso no funciona, cambiamos. Pero este mal está engendrando una sociedad débil e inerme, con grandes sensaciones de frustración, dolor y soledad. La clave, en realidad, está en no dejarnos llevar por nuestros sentimientos del momento, sino en comprender el sentido trascendente de la vocación, que se ha de buscar a la luz de la oración, de los sacramentos y de la apertura de conciencia en la dirección espiritual. Nadie está exento de debilidad interior, pero debemos procurar arraigarnos firmemente en Cristo para perseverar en el proyecto divino sobre nuestra vida.
En otro orden de cosas, la Iglesia celebra este domingo el “Día de Hispanoamérica”, insistiendo en la necesidad de orar por las Iglesias nacionales y locales de allí y en el deber de colaborar económicamente con sus proyectos. Para los españoles y los portugueses, es sin duda una obligación, pues la fusión de lo hispánico y de lo luso con lo indígena americano gestó una cultura católica cuyos integrantes suponen casi la mitad de los católicos del mundo. ¡Cuántas veces Juan Pablo II se admiraba ante la labor de los misioneros españoles y portugueses en aquel continente! Una labor que fue posible gracias a la iniciativa de la Sierva de Dios Isabel la Católica, quien prohibió la esclavitud de los indios, a los que denominaba “mis hijos”, y ordenó que fueran tratados dignamente como personas, echando así las bases de las Leyes de Indias, que son un monumento sin igual de la Historia del Derecho en virtud de sus fundamentos católicos. Cuando en una ocasión algún consejero le dijo que de esas tierras no obtendría nada, ella replicó: “Aunque no hubiera más que piedras, seguiría allí mientras haya almas que salvar”.
Hispanoamérica (que no Latinoamérica) es una promesa para la Iglesia universal, como señaló muchas veces Juan Pablo II. Ha dado frutos copiosos de santidad: el indio San Juan Diego, cuya humildad fue premiada por la Santísima Virgen en Guadalupe; el mulato San Martín de Porres, “fray Escoba”, hijo del mestizaje que caracterizó la obra de España y de Portugal; dos contemplativas como Santa Rosa de Lima o la chilena Santa Teresa de los Andes, u otro compatriota de ésta dedicado al apostolado social con los más pobres y al sindicalismo católico, como San Alberto Hurtado; unos mártires de sublime relieve como los cristeros mexicanos, entre ellos un modelo de político como el Beato Anacleto Flores, que nunca aceptó el “mal menor”; y otros muchos hombres y mujeres ya en los altares o camino de ellos.
Pero hoy la Iglesia en Hispanoamérica afronta serios problemas que debemos conocer. Por una parte, aberrantes injusticias sociales a las que no se puede mirar de lado hipócritamente para evitar las iras de las oligarquías interesadas en mantener una situación de privilegio y que tampoco se pueden resolver con ideologías materialistas ajenas a la fe cristiana ni tampoco con ese intento de fusión de ellas y del cristianismo que fue la “Teología de la Liberación”, sino con la verdadera Doctrina Social de la Iglesia. Por otro lado, es preocupante la acción corrosiva de las sectas y hay un peligro grave en la restauración de los viejos cultos idolátricos y panteístas por parte del indigenismo. Asimismo, la Iglesia se enfrenta con proyectos que procuran introducir en la legislación el divorcio, el aborto y otras prácticas contrarias a la Ley Natural.
Por eso, teniendo en cuenta estos problemas y al mismo tiempo el deber singular que los españoles y los portugueses tenemos hacia Hispanoamérica, colaboremos con la ayuda económica y la oración en todo lo que esté a nuestro alcance. Que la Santísima Virgen en sus advocaciones del Pilar, Patrona de la Hispanidad, y de Guadalupe, Emperatriz de las Américas, bendiga a todos los fieles de aquellas tierras que son esencialmente cristianas y marianas.