El miércoles 2 de febrero, en el Valle de los Caídos, tuvo lugar la tradicional procesión de la Candelaria en la celebración de la Presentación del Señor. Como siempre, al inicio de la Santa Misa, la Escolanía y la Comunidad marcharon en procesión silenciosa desde la Capilla del Santísimo hasta la de Nuestra Señora del Carmen, donde en la tabla izquierda del tríptico que en ella se encuentra, obra de la familia Lapayese, está representado el misterio que se conmemora ese día. Allí el P. Abad bendijo las candelas durante el canto de la antífona Ecce Dominus noster y recitó la oración. A continuación, la procesión salió cantando la antífona Lumen ad revelationem gentium, alternando con Nunc dimittis y Suscepimus, Deus hasta el coro para proseguir la Misa.
DOMINGO V T. O. – ciclo A
Introducción
El domingo siempre es un recuerdo del día de Pascua, por eso se le llama también la Pascua de la semana. El triunfo de Jesucristo, su resurrección glo-riosa, es también nuestro triunfo, porque por el Bautismo fuimos incorporados al misterio de su muerte y resurrección. Por eso, la celebración cristiana del domingo nos renueva siempre, ya que Jesucristo va siempre delante de noso-tros, pues juntos avanzamos hacia el futuro de la creación.
Homilía
“Vosotros sois la sal de la tierra”, nos dice el Señor. Sal de la tie-rra para sazonarla, ya que son muchos los que han perdido el sentido de lo trascendente. “Propio de la sal es morder y escocer”, dice San Juan Crisóstomo, a los que llevan una vida despreocupada, reducida al horizonte temporal de este mundo.
El creyente, nosotros, porque estamos en el mundo sin ser del mundo (Cf. Jn 17,14-16), nos convertimos en signo de contradicción que pone en evi-dencia lo que hay dentro de muchos corazones (Lc 2,3-35); no podemos extra-ñarnos que el mundo nos rechace, nos desprecie (Jn 17,14; 15,19); también Je-sucristo fue rechazado por el mundo (Jn 15,18); incluso pensando que así rendían culto a Dios (Jn 16,2).
Últimamente hemos comprobado cómo el Valle de los Caídos se ha con-vertido en signo de contradicción para aquellos que aún se hallan anclados en el pasado, más o menos inmediato, manteniendo la oposición de las dos Espa-ñas. Unos, porque rechazan todo lo que significa este lugar; otros, aunque lo aceptan con todas sus fuerzas, viven resignados, insatisfechos, paralizados, porque les abruma el silencio de Dios, porque no ven claro hacia dónde nos conduce la acción providente de Dios, Señor de la historia. A unos y otros os digo: sólo Cristo es nuestra paz, sólo él hace de las dos Españas, una, sólo él las reconcilia por medio de la Cruz que nos transforma, sólo él da muerte a la enemistad que las mantiene divididas (Cf. Ef 2,14-16). Nuestros héroes y nues-tros mártires, que en el tiempo vivieron enfrentados, nos invitan ahora a orientar nuestra vida hacia Cristo, nos dicen que evocar el pasado sólo genera amargura; en el Valle de los Caídos, los encontramos unidos al sacrificio re-dentor de Cristo, y, todos ellos, juntos, interceden por el futuro en la verdad de nuestra querida España.
Por ser signos de contradicción, nos convertimos “en la luz del mun-do” (Mt 5,14), que anuncia otra manera de estar en el mundo y una exis-tencia sin fin, fuera del tiempo. Nuestro testimonio, a la vez que nos purifica, revistiéndonos de Cristo (Rom 13,14), como sal de la tierra, despierta el espíri-tu dormido de aquellos a los que el Señor nos envía. No somos nosotros quie-nes hemos elegido a Cristo; es él quien nos ha elegido para que seamos testi-gos suyos (Cf. Jn 15,16; Lc 24,48; Hch 1,8). Debemos aceptar con naturalidad la incomprensión de muchos, pues de otro modo nos convertiríamos en sal insí-pida que es pisoteada, despreciada, por quienes tienen su vida reducida al horizonte temporal de este mundo.
Ahora unas palabras para los que viven la prueba del silencio de Dios; les abruman los desajustes, o mejor, desbarajustes sociales, las nocivas in-fluencias que viven nuestros niños y nuestros jóvenes, ese afán por desterrar todo signo religioso de los lugares públicos, de las universidades, de los cole-gios, de los hospitales; incluso, como ha sucedido en Andalucía, se ha llegado a rechazar la presencia de tales signos, en los despachos particulares de algu-nos profesores. En estas circunstancias, ¡cómo no añorar tiempos pasados!
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Estos afanes laicistas están condenados al fracaso, porque el espíritu que les mueve procede de Dios, Causa trascendente de todo, y ese mismo espíritu genera el acontecimiento que lo rectificará todo.
El silencio del Padre lo experimentó la misma sensibilidad de Jesucristo. Se sintió abandonado en el Huerto de los Olivos, en el Calvario; sabía que el Padre no le fallaría, porque siempre había hecho lo que al Padre agradaba (Jn 8,29); nosotros dudamos de Dios, porque, por debilidad, no hacemos siempre lo que a Dios agrada. Jesucristo, porque hizo siempre lo que al Padre agrada-ba, por eso también pudo afirmar “cuando fuere exaltado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32; 8,28); multitud de creyentes hemos sido atraídos por él. El silencio de Dios, vivido con Jesucristo, nos convierte en redentores como él.
Lleno de afecto, quiero deciros: “¡Dejaos amar por Dios!¡Dejaos amar por Dios como él quiere amaros, y no como vosotros esperáis, deseáis que Dios os ame! Dios, con amor generoso, desborda por completo los méritos y deseos de los que le suplican (domingo XXVII Ordinario).
No os extrañe que ante el silencio de Dios tendáis a ser condescendientes con la flaqueza humana, con la sensualidad, con la maledicencia, con tantas otras cosas que a la verdad retrasan la experiencia de la cercanía del Dios vivo. Dejaos amar por Dios; Dios, con su silencio, os invita a abriros a su misericor-dia; sólo así llegaréis a comprender que todo es gracia (Rom 4,16), que sus de-signios divinos son irrevocables (Rom 11,29); las lágrimas que provoca el si-lencio de Dios, lavan los ojos para ver mejor la acción de la providencia divina en la historia; incluso se llega a comprender que los mismo gobernantes, sean del signo que sean, sólo son instrumentos de la Providencia divina, y no irán más allá de lo que Dios permita.
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“Acercaos confiadamente al trono de la gracia, que no es otro que el sacramento de la reconciliación, a fin de alcanzar misericordia, y hallar gracia para ser siempre socorridos en el tiempo oportuno” (Heb 4,16). Sólo así seréis testigos que irradian el gozo de la vida por estar vivifica-dos por la experiencia del Dios vivo; nuestra sociedad necesita con urgencia la presencia de tales testigos que no ocultan sus crisis, sus dificultades, y mani-fiestan también cómo les sostiene la virtud sobrenatural de la esperanza; saben en quien han puesto su confianza, y están seguros que Cristo estará siempre a su lado (2Tim 1,12). De este modo, hermanos, os convertís realmente en sal de la tierra y luz del mundo.
Guerra de nieve entre los escolanes
A finales de la semana pasada, cayó una nevada en el valle de los caídos que nos alegró mucho a los escolanes. Mirábamos desde las ventanas de las clases y del claustro cómo caían los copos sobre el suelo y la nieve iba cuajando. Fue una buena cantidad y las máquinas quitanieves tuvieron que pasar para dejar limpio el paso por las carreteras . D. Carlos Mª Labarta, que iba a Santander el fin de semana, tuvo que hacer un esfuerzo especial para sacar el coche.
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El viernes en la hora de Educación Física salimos con D. Federico, “Fede”, a jugar al patio de la Escolanía, y lo mismo el lunes, el martes… El sábado por la tarde nos fuimos un poco más lejos con el P. Santiago, subiendo monte arriba, bien enfundados en nuestros abrigos y con las bufandas, los guantes y botas fuertes. Los de Secundaria se escondieron en una zona más alta y los de Primaria fueron a buscarlos. Los mayores, claro, tenían preparada una buena emboscada, pero la batalla estuvo muy reñida y no hubo vencedores y vencidos. A la bajada, volvimos a la Escolanía para merendar y ver una película o jugar con juegos de mesa o en el gimnasio.
DOMINGO IV T. O. – ciclo A
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
Acabamos de leer una parte del Sermón de la Montaña pronunciado por Nuestro Señor Jesucristo, concretamente las Bienaventuranzas, que la tradición cristiana ha considerado siempre como el compendio de la doctrina evangélica. Ciertamente, en estas palabras de Jesús se expone un resumen de las virtudes, como señalara San Ambrosio de Milán, y una exhortación a mirar hacia la dicha celestial como nuestra verdadera y suprema meta.
La clave de las Bienaventuranzas se encuentra en buena medida en la primera de ellas: la pobreza de espíritu, que nos abre las puertas del Reino de los Cielos. No se refiere a la pobreza material, sino a la humildad. San Ambrosio dice que es la primera en el orden porque es “como la madre y engendradora de las virtudes; pues quien despreciare los bienes del mundo conseguirá los eternos” (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, V, 50). La humildad es la clave de la vida espiritual para el monje en la Regla de San Benito (RB, VII). Y Santo Tomás de Aquino, que es un modelo de sabiduría humilde, la define como “una virtud moral que nos inclina por reverencia a Dios, a rebajarnos y mantenernos en el lugar que creemos nos es debido” (S. Th., II-II, q. CLXI, a. 1 ad 5 et a. 2 ad 3). De hecho, las dos lecturas que nos conducen hoy hacia el Evangelio, del profeta Sofonías y de San Pablo, inciden en la sencillez y la humildad como fundamento del camino de los justos.
La humildad nos lleva a reconocer una realidad antropológica: nuestra condición de criaturas ante Dios y nuestra condición pecadora que necesita de la misericordia y de la gracia divina. En cambio, el mundo, y especialmente el mundo de hoy, opta por la soberbia y la autosuficiencia del hombre frente a Dios. De esta tentación de origen diabólico (“seréis como Dios”; Gén 3, 5), que fue la de la antigua herejía pelagiana que tenía una confianza desmedida en las posibilidades del hombre, nacen todos los intentos de construir un paraíso terrenal sin Dios, los cuales en el siglo XX han terminado siempre en sangre y miseria. De algún modo lo constatamos con la actual crisis económica del mundo capitalista y aún no hace tantos años lo hemos podido comprobar de forma más trágica con la caída de lo que no pocos presentaban como el “paraíso soviético”, y nos podemos temer que a semejante término lleven las tendencias neomarxistas de un progresismo laicista y también del indigenismo en Hispanoamérica. Recordemos que Pío XI vinculó abiertamente el comunismo a un origen satánico (encíclica Divini Redemptoris, nn. 2, 7, 17 y 83).
En medio de la crisis económica actual, son muchos los sufridos, los que lloran y los que tienen hambre y sed de la justicia. Lo que Jesús les promete no es un paraíso terrenal irrealizable en sí mismo, porque ese supuesto paraíso olvida la realidad del pecado original y, por lo tanto, las limitaciones del hombre. A estos sufridos, Jesús les hace poner sus esperanzas en Dios y en la dicha eterna. Y sólo cuando el hombre mire hacia Dios y hacia el Cielo, será cuando tome conciencia de que necesita de la gracia divina para poder mejorar también las condiciones de la vida terrena y procurar una sociedad mejor según los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. Si no es así, todos los intentos serán vanos y culminarán una y otra vez en el fracaso. La crisis económica ha nacido de la codicia y del terrenalismo, del materialismo, del consumismo y del hedonismo propios del sistema liberalcapitalista. Las entidades financieras han especulado con un dinero que no existía (lo ha denunciado Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, nn. 21 y 65) y nosotros hemos querido vivir por encima de las posibilidades reales, y si a ello se unen políticas económicas desacertadas, el resultado es el que tenemos. Los ídolos, lo dice el salmo 113, “son plata y oro, hechura de manos humanas”, y todos terminan cayendo. Occidente amenaza ruina material y moral por haber puesto todas sus esperanzas en los ídolos del dólar y del euro y en las expectativas de un mundo feliz olvidando a Cristo.
Pero en estos tiempos también tiene fuerza otra promesa de Jesús: “Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”. Aunque no se quiera reconocer, vivimos tiempos de auténtica persecución religiosa. Lo sufren muchos cristianos en el mundo, sobre todo en países islámicos y en la China comunista, lo hemos vivido en el Valle de los Caídos y lo contemplamos en la batalla contra los crucifijos y contra la educación católica, así como en el intento de acabar con las capillas de los hospitales, de los cuarteles y de las prisiones y con el clero que atiende las necesidades espirituales de las personas que se encuentran en estos centros. Y además del intento de incendio de dos iglesias en Majadahonda, se está produciendo ahora mismo un acoso sobre varias capillas universitarias, especialmente en Barcelona y en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid; no lo podría callar, pues a ella he estado unido durante nueve años. Los que allí resisten sufriendo demasiados silencios de quienes deberíamos hablar -tal vez como consecuencia de esa frontera no siempre bien distinguida entre la virtud de la prudencia y el defecto de la cobardía-, viven un martirio cotidiano y deben poner sus esperanzas en las promesas de Jesús.
En estos tiempos de apostasía generalizada, Dios nos puede llamar a ser miembros indignos de ese “resto de Israel” del que habla el profeta Sofonías. Pero ese “resto de Israel”, de cristianos fieles, puede tener gran fuerza con el arma de la oración y con la pobreza de espíritu. Lo hemos constatado aquí mismo con los niños de la Escolanía, cuyas oraciones por personas enfermas o con necesidades diversas son escuchadas por el Señor, muchas veces con resultados sorprendentes. Pero quisiera recordar especialmente un episodio llamativo y que refleja cómo “el Señor hace justicia a los oprimidos” y “trastorna el camino de los malvados”, según ha cantado hoy uno de estos ángeles en el salmo 145. Cuando se inició la segunda fase del cierre de la Basílica y del Valle para desmantelar la Piedad, un puñado de unos veinte niños, que eran los que ese fin de semana estaban en la Escolanía, en una noche fría como tantas de este lugar, quisieron realizar una procesión de antorchas rezando el Rosario hasta la imagen de la Virgen con su Hijo muerto en sus brazos, para pedir que no permitiera que la quitaran. Llegados allí, terminaron a sus pies con las letanías y cantos marianos. Hoy la imagen de la Piedad permanece en su sitio. Que Ella nos proteja bajo su manto maternal y nos reciba un día en el Cielo.
Entrevistas en la agencia de información Zénit
De profesor de universidad a monje benedictino en el Valle de los Caídos
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“La misión esencial de los monjes es la alabanza constante de Dios a través de la oración y el trabajo, en nombre de toda la Iglesia y de todos los hombres. Pero además, en este lugar tenemos encomendada una tarea particular, que es orar por las almas de todos los caídos de nuestra guerra de 1936-39, tanto los sepultados aquí como en otras partes de España, e interceder ante Dios para que Él derrame sobre España la paz y la prosperidad.
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Para alcanzar este fin, habíamos asumido también un papel importante en la dirección del Centro de Estudios Sociales, lamentablemente desaparecido.”
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Extracto de la entrevista al P.Santiago Cantera OSB en Zénit el 23 de enero de 2011pulse aquí para leer el texto completo
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Un centro educativo muy especial en el Valle de Cuelgamuros
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“Al tratarse de una Escuela Monástica, dentro del horario del escolán hay varios tiempos del día para la oración comunitaria, en la que, además de dar gracias a Dios, los escolanes piden al Señor por las intenciones que nos llegan de muchas personas.”
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También en Zénit, descubrimos una entrevista al P.Francisco Vivancos OSB el 18 de enero de 2011pulse aquí para leer el texto completo
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Vida en la Escolanía
El curso marcha con normalidad en los inicios de este segundo trimestre. Los chavales estamos empezando a tener las primeras pruebas de la segunda evaluación, ya que se sigue por lo general un sistema de evaluación continua en cuanto se refiere a exámenes de los temas de las diferentes asignaturas, además de otras pruebas de clase, notas de cuadernos, etc.
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Por otro lado, en estos días el equipo directivo nos ha dado una sorpresa que nos tenía preparada durante el tiempo de las vacaciones de Navidad: unos lotes grandes de juegos para que podamos disfrutar de ellos en la sala de estar cuando haga mal tiempo. Un lote había sido adquirido por el P. Francisco con algunos fondos que ciertos donantes dieron para esto a la Escolanía del Valle de los Caídos y una comunidad de religiosas proporcionó otros dos. Dicen que era espectacular ver nuestras caras y nuestra alegría a medida que se iban abriendo los paquetes de cada juego.
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El sábado 22 por la tarde hubo un buen paseo montaña arriba con el P. Santiago y D. Carlos Mª Labarta. Se organizaron dos bandos y éstos a su vez se repartieron en patrullas. Uno de los bandos había de esconderse y el otro debía encontrar a los que estaban ocultos. A los niños cada vez nos gusta más el entorno que nos rodea y aprendemos a amar la naturaleza, así como tácticas de ocultamiento, formas de movernos por el campo, etc. Después de esta “operación”, bajamos al punto de reunión a la hora acordada y tomamos una rica merienda. Al final, unos volvieron a la Escolanía porque empezaba a hacer más frío y jugaron en la salita con las novedades, mientras otro pequeño grupo preferimos seguir un rato más haciendo una cabaña cerca de la Hospedería. Por la noche, después de la cena y de la oración, todos nos juntamos otra vez en la salita con los juegos nuevos.
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Esta semana que entra, participaremos con nuestras voces en dos actos organizados en Madrid, pero el acceso al público amplio es restringido.