Queridos hermanos: en este I domingo de Cuaresma, se nos han proclamado en el evangelio las palabras del Señor: “Vete, Satanás”. Hermanos: ¡el diablo existe!; no lo digo yo, ¡lo ha dicho Jesús en el evangelio, que es palabra del Señor! Hoy en día Satanás es un tema tabú, porque existe el infundado temor de que si se os predica sobre las verdades eternas, os asustáis y se vacían las iglesias. Este es el gran triunfo del demonio: si nos olvidamos de él, dudaremos o llegaremos a convencernos de que no existe. Sin embargo, hermanos, ¿qué es preferible: decir la verdad o callarla? Como a Adán y Eva y cada vez de forma diferente, el diablo nos insinúa continuamente: si me obedeces, serás como Dios. Y al final, nos puede acabar pasando como a Adán y Eva, para los que, como dice S. Agustín, “la amenaza de Dios resultó ser verdadera y falso el engaño del diablo”. Hermanos: dejemos de lamentarnos de que los católicos no tenemos suficientes armas en el combate contra las fuerzas del mal, como si Dios necesitara un ejército o un imperio de medios de comunicación; estos son poderes y medios extraños a la misión de la Iglesia. A Dios le basta con el resto de Israel, con un puñado de fieles de verdad entregados a Él en cualquier estado de vida, pues, como se nos narra muchas veces en el Antiguo Testamento, cuantos menos efectivos humanos luchen a su favor, más resplandece en la victoria el poder de Dios. Precisamente la Cuaresma es tiempo favorable para pedir la gracia de nuestra conversión, sobre todo con los tres medios que la Iglesia nos propone: oración, ayuno y limosna. ¿Quién sabe si para algunos de nosotros ésta será nuestra última Cuaresma en la tierra?
Hermanos: el primer medio, la oración, es nuestro mejor recurso para pedir al Señor que no nos deje caer en la tentación, como rezamos en el Padre nuestro. No tengamos ninguna duda de que si notamos que el testimonio de nuestra vida cristiana es pobre, eso es consecuencia, hermanos, de nuestra falta de oración y de nuestra falta de fe en la eficacia de la oración. Sin embargo, si no rezamos, si no gustamos ya en la tierra los dones reservados para el cielo, ni nos convertimos nosotros ni convertimos a los demás.
Precisamente en esta basílica, por concesión especial de la Santa Sede, podéis ganar indulgencia, que, como sabéis, es la remisión, por medio de la Iglesia, de la pena temporal que permanece después de la absolución de los pecados y que se obtiene por los méritos de Cristo y de los Santos. La indulgencia se gana en beneficio propio o de los difuntos, en especial de las benditas ánimas del purgatorio, nunca a favor de otras personas vivas. La indulgencia parcial, que puede ganarse varias veces al día, pero remite la pena temporal solo parcialmente, podéis lucrarla en esta basílica cada vez que, con dolor de corazón, visitéis devotamente esta imagen del Cristo, que durante 52 años ha sido el principio de tantas conversiones y vocaciones sacerdotales y religiosas. La indulgencia plenaria remite totalmente la pena temporal y sólo se puede ganar una al día, con cinco condiciones: rechazo firme de todo pecado, incluso venial; confesión sacramental con absolución individual; comunión eucarística; orar por las intenciones del Papa (por ejemplo un Avemaría); ejecución de la obra enriquecida con la indulgencia. Aunque se recomiendan la comunión y la oración por el Papa en el mismo día del cumplimiento de la obra, también caben unos días antes o después de cumplirla. Con una sola confesión se puede ganar varias indulgencias plenarias en días sucesivos; en cambio, con una comunión y con una oración por el Papa sólo se gana una indulgencia plenaria. Podéis ganar indulgencia plenaria en esta basílica el día que elijáis una vez al año (por ejemplo hoy); además, los viernes de Cuaresma, cualquier día desde el Jueves Santo hasta el Domingo II de Pascua y el 5 de mayo, Ntra. Sra. del Valle, día elegido por el P. Abad como rector de la basílica. Otros días podéis verlos a la entrada de la basílica y en internet. Para ganar indulgencia plenaria, basta participar en alguna celebración sagrada o ejercicio piadoso en público o si meditáis un tiempo y después rezáis el Padre nuestro, el Credo, la invocación a la Virgen Mª y “Dales Señor el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.” Así lo hizo ante los difuntos sepultados en esta basílica el entonces Card. Ratzinger, en visita privada de varias horas al Valle hace 20 años. Como el Papa, también vosotros, con esa breve oración, podéis ganar indulgencias, tesoros para el cielo, no para la tierra, donde los roban los ladrones y los corroe la polilla.
Ya que a día de hoy no se autoriza el acceso a las capillas del Via Crucis diseminadas dentro de esta reserva ecológica y espiritual que es todo el recinto del Valle de los Caídos, os invito, especialmente los viernes de Cuaresma, a recorrer las estaciones del Via Crucis dentro de la basílica, deteniéndoos en las cruces de los tapices de la nave central, continuando en esta imagen del Cristo y terminando en la capilla del sepulcro. También podéis rezar la Coronilla de la Divina Misericordia o hacer una romería dentro de la basílica, iniciando el rezo del S. Rosario en la puerta, deteniéndoos en las capillas marianas de la nave central y concluyendo con las letanías, oración por el papa y Credo ante la Virgen con el niño Jesús que hay debajo del sagrario. Hermanos: nadie acompaña al Stmo. en esta basílica en muchas horas del día, con todo lo que es necesario reparar ante los continuos delitos en ofensa de los sentimientos religiosos penalmente tutelados que se suceden en nuestra patria y más en nuestra archidiócesis; solo como ejemplo, el robo satánico de un sagrario con 200 Formas y la profanación sacrílega de una capilla universitaria.
Y es que el Señor ha dicho que “cierta raza de demonios sólo puede expulsarse con ayuno y oración”. La oración se fortalece con el ayuno, segundo medio, hermanos, para nuestra conversión. El ayuno obliga sólo dos días al año: si hubierais olvidado ayunar el miércoles de ceniza, primer día de Cuaresma, no olvidéis el Viernes Santo hacer una sola comida, aunque pudiendo tomar algo de alimento por la mañana y por la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad del alimento. La Conferencia de los Obispos españoles precisó que la abstinencia de carne no puede sustituirse por otras mortificaciones, limosnas, obras de piedad o de caridad, los viernes de Cuaresma, salvo dispensa o coincidencia con una solemnidad. “Ayunar y abstenerse de comer carne” es el cuarto de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, hoy muy olvidados. Tengamos sobre todo hambre de la palabra de Dios, porque, como dice S. León Magno, lo más importante es ayunar de nuestros vicios. Y que en esto no nos engañe de nuevo el diablo, no pensemos enseguida en los vicios de nuestro prójimo más cercano: el Señor quiere que ayunemos y nos abstengamos de nuestros propios vicios y pecados.
Pero el ayuno, hermanos, no es mera mortificación, sino también compartir solidariamente con los necesitados el dinero ahorrado en comida y caprichos. La limosna es el tercer medio para nuestra conversión. Sabemos que a nuestro alrededor hay madres embarazadas sin recursos a las que se da todo tipo de facilidades para asesinar a sus propios hijos en sus vientres, millones de personas en paro, familias que pasan necesidad. A esto nos ha llevado la avaricia del liberalismo capitalista. Convendría que quienes podáis, apadrinaseis a un seminarista o a un niño de un país subdesarrollado o al menos colaboraseis periódicamente con los organismos católicos que socorren a esos niños desnutridos, sin escolarizar y muchas veces obligados a trabajar y a prostituirse.
Queridos hermanos: pidamos a la Virgen del Valle que interceda ante su Hijo para que nos conceda la gracia de vivir esta Cuaresma con humildad y pobreza de espíritu, con dominio de nuestros instintos y obediencia a la voluntad de Dios, esperando la Pascua con gozo de espiritual anhelo. Si en la tentación acudimos a María, Ella nos ayudará en el combate cristiano contra las fuerzas del mal y podremos avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud, como dice la oración colecta. Que así sea.