Querido Fr. Pablo:
Cuando los llamados “doce apóstoles de México” llegaron a la Nueva España, los habitantes de Tlaxcala quedaron impresionados por la pobreza de aquellos misioneros franciscanos, reflejada en sus hábitos y en su modo de vida, y comenzaron a repetir: motolinía, motolinía. Al saber fray Toribio de Benavente que aquella palabra náhuatl significaba “pobrecito”, decidió adoptarla como sobrenombre y unirla definitivamente al de fray Toribio, porque comprendió que la austeridad de sus hábitos reflejaba el espíritu de pobreza propio de los hijos de San Francisco.
El hábito religioso, como ha recordado el Magisterio reciente de la Iglesia en el Concilio Vaticano II (Perfectae caritatis, n. 17) y por parte de los santos Papas Pablo VI (Evangelica testificatio, n. 22) y Juan Pablo II (Vita consecrata, n. 25), es “signo de consagración”. Es decir, significa exteriormente el modo de vida que hemos abrazado. Por eso ha tenido una importancia notable desde los mismos orígenes de la vida monástica, según se descubre entre los “Padres del Desierto” y lo reflejan textos como los Apotegmas, las disposiciones de San Pacomio y los escritos de Evagrio Póntico y Casiano.
De siempre, el hábito monástico quiso ser signo de pobreza, evitando lo superfluo y la mundanidad. Así, N. P. San Benito no dispuso nada concreto acerca del color y la tosquedad de los hábitos, sino que los monjes se contentasen con lo que hallasen allí donde vivieran o con lo que pudieran comprar más barato, y estableció lo que creyó podía ser suficiente para cada uno (RB LV); discreción benedictina que tuvo en cuenta García Jiménez de Cisneros en las Constituciones para los monjes de Montserrat a finales del siglo XV (cap. 12). Sin embargo, sobre todo desde la reforma cluniacense (y bueno será recordar que nuestra Congregación de Solesmes es heredera canónica de las de Cluny, San Mauro y San Vitón y San Hidulfo), el hábito benedictino de color negro y tal como lo conocemos y vestimos quedó ya prácticamente establecido como una seña de identidad de nuestra Orden, hasta el punto de que los cluniacenses serían denominados popularmente “monjes negros” y los cistercienses “monjes blancos”.
Por lo tanto, el hábito religioso es en verdad signo de consagración y quiere expresar que quien lo viste ha entregado su vida a Dios por completo para configurarse con Cristo pobre, obediente y casto. Es signo de consagración que exige vivir en verdad los consejos evangélicos y que recuerda que el modo de vivirlos ha de ser conforme al espíritu propio de una Orden concreta, en nuestro caso la benedictina, pues se convierte además en un signo de identidad y de pertenencia a una familia religiosa, de cuya historia y espiritualidad deben estar enamorados sus miembros.
No en balde advertía Santa Teresa de Jesús que “no está el ser fraile en el hábito –digo en traerle– para gozar de el estado de más perfección que es ser fraile” (Libro de la Vida, cap. 38, 31), lo cual coincide con el famoso dicho que con razón afirma: “el hábito no hace el monje”. Por eso decía también un autor espiritual de nuestra Orden, Ludovico Blosio: “No traigas el hábito de monje en vano, haz obras de monje” (Espejo de monjes).
En consecuencia, el hábito nos exige vivir como monjes, ser monjes de verdad; y es ahí donde el hábito puede y debe contribuir a que el monje sea un auténtico monje. El hábito debe ser nuestro signo de consagración y, en consecuencia, debe ser una muralla contra la mundanidad y el secularismo. ¡Cuántas congregaciones religiosas han sufrido en el posconcilio un proceso de secularización que siempre ha ido de la mano del abandono del hábito!
Pero, para configurarte con Cristo como monje, ¿qué mejor modelo que la Santísima Virgen? Ella es modelo de todas las virtudes y, por lo tanto, la imitación de María te hará más fácil la imitación de Cristo, su Hijo, a quien ha estado asociada en su obra redentora. La Virgen María es mirada como modelo por todas las Órdenes religiosas, hasta el punto de que muchas la han invocado como Madre de Misericordia y la han representado acogiendo bajo su manto protector a los religiosos o las religiosas de su Orden. Tal vez una de estas pinturas más conocidas y hermosas sea la “Virgen de los Cartujos” de Zurbarán. El hábito de algunas Órdenes incluso contiene un significado mariano, y así Santa Teresa recuerda a sus monjas varias veces que llevan el que la familia carmelitana considera ser el hábito de la Virgen.
Al revestirte, pues, del hábito monástico, para revestirte del hombre nuevo creado a imagen de Nuestro Señor Jesucristo (cf. Col 3,10 y Ef 4,24), revístete de las virtudes de nuestra Madre Santísima. Ten presente en tu interior la imagen de la Virgen de Guadalupe, a quien hoy recordamos. La advocación de Guadalupe une a España con México y con toda América, como hace unos días me recordabas con una bonita anécdota.
Que la belleza de María quede impresa en tu interior como quedó impresa en la tilma de San Juan Diego. Que las constelaciones de estrellas del manto que cubre la imagen de la Virgen de Guadalupe y que son las mismas que había en el momento de la aparición, te cubran al revestirte del santo hábito y se transformen en ti en las estrellas de las virtudes de María, que brillen en tu interior y resplandezcan para bien de tu comunidad y de las almas. Y, cuando te pesen las cruces que conlleva abrazar el hábito religioso porque significa abrazar el seguimiento de Cristo hasta la Cruz, mira a María y escucha de su boca aquellas palabras de consuelo que dijo a San Juan Diego: “¿Acaso no estoy aquí Yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra?”