Queridos hermanos:
María es la más perfecta, la más excelsa y la más hermosa de las criaturas salidas de las manos de Dios, porque desde la eternidad Él la eligió para ser la Madre de su Hijo. María no es únicamente Madre de Jesús-hombre, sino Madre de Jesucristo entero, verdadero Dios y verdadero Hombre. En consecuencia, de la Maternidad divina de María nacen todos los otros privilegios y gracias con que Dios la ha ennoblecido.
Uno de estos privilegios es el de su Inmaculada Concepción, que fue opinión piadosa hasta que en el año 1854 el Beato Pío IX la proclamara como dogma de la fe católica. Entonces reconoció algo que venía siendo defendido por muchos fieles y pastores, especialmente en algunos ámbitos como el franciscano y en España: que la Santísima Virgen fue preservada inmune de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Cuatro años después, en 1858, la Santísima Virgen confirmó esta verdad a Santa Bernardita en Lourdes.
Y es que convenía que, si María había de ser la Madre de Dios y no podría transmitir a Jesucristo el pecado original, Ella misma fuera preservada de éste. Como verdadera Madre de Dios, es desde el principio la “llena de gracia”, según hemos escuchado en el Evangelio (Lc 1,26-38). María es la toda limpia, la toda pura, la toda santa. Dios la ha colmado de singulares gracias, virtudes y santidad. Por eso la Tradición de la Iglesia ha aplicado a Ella las palabras del Cantar de los Cantares (cf. Ct 4,7): “Toda hermosa eres, María, y no hay mancilla en ti”.
En el texto del Génesis de la primera lectura, se nos ha anunciado ya a la Mujer que aplasta la cabeza de la serpiente, que vence al diablo y a sus insidias (Gén 3,15). María ha sido asociada al Redentor y Mediador, su Hijo Jesucristo, como la primera Colaboradora en su obra salvadora. Como también hemos escuchado en el Evangelio, es además modelo de orante y contemplativa, deseosa de obedecer la voluntad de Dios, y es ejemplo de humildad, pues se presenta a sí misma como la “esclava del Señor”.
Todos los años, en los monasterios de nuestra Congregación benedictina de Solesmes, renovamos una consagración especial a la Inmaculada Concepción, tal como hicimos ayer en las I Vísperas de la solemnidad, si bien la solemos realizar en las segundas del día 8. Esta costumbre procede de la devoción del abad restaurador de la vida monástica benedictina en Francia y fundador de nuestra Congregación, Dom Próspero Guéranger, quien no sólo profesó una particular devoción a este privilegio mariano, sino que además preparó un estudio teológico para apoyar la definición del dogma por Pío IX. Por eso es la Patrona principal de la Congregación de Solesmes, a la que pertenece nuestra Abadía, así como las de Silos y Leyre en España.
Además, la Inmaculada Concepción es la Patrona de España. Si bien lo es oficialmente desde 1760, cuando el Papa concedió tal patronazgo a petición de los reyes españoles, éste fue el punto de llegada de un largo recorrido de siglos en la devoción hispana a la Inmaculada. Entre los siglos XIII y XV, varios teólogos y escritores como Ramón Llull o Juan de Segovia defendieron la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen. Entre finales del siglo XV e inicios del XVI, en el entorno de la Sierva de Dios Isabel la Católica y del Venerable Cardenal Cisneros, nació la Orden de las Concepcionistas de la mano de Santa Beatriz de Silva. En 1585, el milagro de Empel afianzó la devoción de los Tercios españoles a la Inmaculada y fue el motivo que llevaría a su adopción como Patrona del Arma de Infantería. En los siglos XVI y XVII, las Universidades hispánicas se comprometieron a defender este privilegio mariano. Los artistas de esa época, como Zurbarán o Murillo, plasmaron de manera magnífica su amor a María Inmaculada. Todo ello sería luego recordado y elogiado por varios Papas de los siglos XIX y XX.
Por eso debemos acudir con amor y confianza a María, trayendo a la memoria lo que Ella anunció a San Antonio María Claret, el fundador de la Congregación del Inmaculado Corazón de María: “Antonio, continúa predicando sin cesar el Rosario, porque en el Rosario está cifrada la salvación de tu Patria”. También será bueno recordar el testimonio de la M. Mª Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, carmelita descalza, acerca de la confianza de Santa Maravillas de Jesús en la intercesión de María: «Un día, en recreación, poco antes de morir, hablando de la Virgen y de España, le preguntábamos si ella creía que la Virgen salvaría a España, y nos dijo: “Sí, la salvará”».
En fin, queridos escolanos Adrián, Rodrigo y Manuel: os disponéis a recibir por primera vez a Jesús Sacramentado. Como niños de nuestra Escolanía, vestís las cogullas blancas que significan la pureza y la sencillez de ángeles que debe brillar en vuestras almas y en vuestros corazones, donde Jesús quiere alojarse. Tenéis que ofrecerle en vuestras almas y en vuestros corazones una casa limpia y bonita a Jesús, como el seno de la Virgen María, en el que Jesús pasó nueve meses, y como la casa de María en Nazaret, donde vivieron. Los mayores os regalan muchas veces a los niños de hoy cosas atractivas pero que se estropean y se rompen. Un teléfono móvil, un Ipad, una Tablet, una Play se estropean; Jesús y María, sin embargo, nunca se estropean, siempre os quieren y vosotros podéis descubrir en ellos el tesoro más grande del mundo, mejor que cualquiera de esas cosas, porque Jesús y María os ofrecen una felicidad que no se acaba nunca. Que Jesús y María os bendigan y os guarden, y que vosotros jamás os queráis apartar de ellos.