Querido Fray Javier y queridos hermanos todos en el Señor:
Según me recordaste hace unos días, en tal fecha como hoy, 7 de diciembre, comenzaste hace 7 años tu noviciado canónico. Como sabes, el número 7 ha tenido un gran valor simbólico en la tradición bíblica por la relación que se le atribuye con la perfección de Dios. Y es bueno traerlo a colación el día de la profesión solemne de tus votos religiosos, por los que te comprometes a aspirar a la perfección de la vida cristiana a la que un día te abrió el sacramento del Bautismo.
Esta realidad la expuso el Beato benedictino Columba Marmion al proponer a Jesucristo como ideal del monje: “Lo que es el bautismo para la vida cristiana, lo es para la vida monástica la profesión; no es ésta un sacramento, pero sus consecuencias guardan cierta analogía con las del bautismo. Es una inmolación de nosotros mismos, muy grata a Dios cuando es hecha con amor. […] Es, en efecto, la profesión monástica una inmolación, cuyo valor proviene por entero de estar unida al holocausto de Cristo” (Jesucristo, ideal del monje, VI).
Esta idea de inmolación la expresó otro Beato benedictino, Aurelio Boix, monje de El Pueyo de Barbastro. Con sus 21 años, escribía así a su hermano unos días después de realizar la profesión solemne y pocos antes de morir como mártir por Cristo en 1936: “En poco tiempo, ¡qué dos gracias tan señaladas me concede mi buen Dios! ¡La profesión, holocausto absoluto…; el martirio, unión decisiva a mi Amor! ¿No soy un ser privilegiado?”
Ciertamente, la vida monástica es una voluntaria inmolación a Dios por amor, a un Dios que es amor (1Jn 4,8.16). Cuando el monacato surgió en Egipto y Próximo Oriente en el siglo IV, los primeros monjes quisieron abrazar un martirio cotidiano de ofrecimiento amoroso por la propia salvación y por la de todos los hombres. Eso supone la profesión de los votos monásticos de estabilidad, conversión de costumbres y obediencia (RB 58,17), con la que te dispones a vivir un amor crucificado, renunciando a legítimas aspiraciones para aspirar a la más alta de las metas, que es la dicha eterna en el Cielo con el Dios uno y trino, aceptando en la vida presente las cruces con que puedas probar diariamente tu amor al Señor. Todo porque, como nos propone San Benito, deseas “no anteponer nada al amor de Cristo” (RB 4,21; 72,11).
Las dificultades asustan, pero el cristiano las acoge con amor mirando el ejemplo de Cristo en la Cruz y consciente de que, como dice San Ambrosio de Milán, a quien hoy celebramos, “la Cruz del Señor abole y esconde todos los errores” (Apología del profeta David a Teodosio Augusto, VI, 24). Tú mismo has querido unir desde este día el nombre de la Cruz al de tu santo patrono Francisco Javier, misionero incansable y representante de la mística y del heroísmo de la España del siglo XVI, a quien siempre debes tomar como modelo. También dentro de unos días celebraremos a otro gran santo y teólogo místico español de la misma época, como fue San Juan de la Cruz, quien afirmó que “el que no busca la Cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo” (Dichos de luz y amor – Puntos de amor, 23).
Con todo esto, ¿cómo no comprender que la Cruz del Valle bajo la que vives y deseas seguir viviendo y morir nos hace presente la realidad de una existencia de amor crucificado con Cristo (cf. Gal 2,19) y que puede ser ofrecido especialmente por nuestra España y por la paz entre los españoles, con la confianza de que “España se salvará por la oración”, según prometió el Señor a Santa Maravillas de Jesús a unos pocos kilómetros de aquí en 1919?
La Cruz es fuente de esperanza. En este tiempo de Adviento, se nos propone la virtud de la esperanza, pues esperamos revivir el Nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo y esperamos asimismo su segunda venida al final de los tiempos, además de su venida silenciosa a nuestras almas cada día. Y la esperanza produce alegría. Esperamos el cumplimiento de las promesas del Señor y tú has de confiar en que Él te acompañará y te guiará durante todo el camino de tu vida monástica hacia el Cielo, en los momentos de gozo y en los de cruz. Tú tienes por naturaleza un carácter alegre que debes hacer crecer y sobrenaturalizar mediante la acción interior del Espíritu Santo en tu alma. Esa alegría puede y debe ser así motivo de esperanza para nuestra comunidad benedictina y para todos los que se acerquen a ti.
Uno de los signos de esperanza que podemos ver hoy en ésta tu comunidad, es que, en medio de las persecuciones y padecimientos que sufrimos al pie de una Cruz que llama al amor, al perdón y a la reconciliación, Dios nos está bendiciendo con un grupo de jóvenes vocaciones, en el cual se os ve que existe un espíritu de entrega al Señor, una buena sintonía y una alegría que contagia y que irradia luz. Y a estas jóvenes vocaciones, hay que sumar el grupo de jóvenes que recientemente se está gestando en torno a nuestra comunidad y que en gran medida os tiene como referente.
Una forma inequívoca de comunicar la fe y la esperanza al mundo por parte de los monjes es nuestra dedicación a las alabanzas divinas, algo que a ti te llena como monje y como músico, recordando el mandato de San Benito para que, al salmodiar, “nuestra mente concuerde con nuestros labios” (RB 19,7), pues en nuestra oración comunitaria se hallan presentes el Señor y sus ángeles (RB 19,1.5-6). Cuando cantes y te sientes al órgano, recuerda aquello que dijo otro gran español del siglo XVI, nuestro mayor músico del Renacimiento y un verdadero místico, Tomás Luis de Victoria, en una carta a Felipe II: “¿Para qué debe servir mejor la Música que para las divinas alabanzas del Dios inmortal, de quien procede el número y la medida, cuyas obras todas están tan admirable y tan suavemente dispuestas, que llevan delante de sí y muestran cierta increíble armonía y canto?” Lo cual nos recuerda a las bellísimas imágenes usadas por San Juan de la Cruz cuando habla de la “música callada” y la “soledad sonora” (Cántico espiritual, XV).
En fin, hoy es un día también para dar gracias a Dios por lo que Él te ha dado en tu vida, especialmente la fe en la que has podido crecer en el calor de tu familia, en nuestra Escolanía y en el Seminario Menor de Toledo. Pídele, por eso mismo, que Él haga brotar nuevas vocaciones a la vida monástica entre nuestros escolanos actuales y antiguos y al sacerdocio entre los alumnos del Seminario de Santo Tomás de Villanueva, para que nuestra Abadía y la Diócesis de Toledo, que siempre han estado hermanadas por la caridad y el afecto, sean también así bendecidas.
Que María Inmaculada, modelo de esperanza a quien mañana honraremos, te alcance la perseverancia en el día a día para llegar al Cielo.