Queridos hermanos en Xto, el Señor:
Hoy celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, último domingo del año litúrgico con lo que nos situamos a las puertas del Adviento para disponernos a preparar la Navidad. Hoy la Iglesia exalta la omnipotencia, el señorío y la majestad de Xto, único Señor del universo, de la historia y del hombre. Y, paradójicamente, el evangelio que se nos acaba de proclamar nos lo muestra en la Cruz, vencido, humillado y a las puertas de la muerte.
Hace dos mil años, los enemigos de Xto consideraron que el mejor modo de acabar con Él y con su doctrina era sometiéndole a la más cruel de las muertes que, en aquel entonces, alguien pudiera imaginar; no comprendieron que con esta acción, colaboraron directa, aunque inconscientemente, con la Redención de la Humanidad, que era precisamente la Voluntad del Padre que acató y cumplió el Hijo.
Como el hombre no siempre aprende de sus errores, los mismos que crucificaron a Xto, al ver que sus discípulos no se disolvían hasta desaparecer, los acosaron y les pusieron enormes dificultades en su misión, consiguiendo con ello que el cristianismo se propagara por el mundo de entonces.
Poco después, los emperadores romanos se esforzaron en acabar con los seguidores de Jesús, logrando con ello que en poco más de dos siglos el mismo imperio romano se convirtiera al cristianismo. Desde entonces hasta hoy todos aquellos que han puesto más o menos dificultades a la misión que Xto encomendó a su Iglesia, no han comprendido que cuando más insistente se muestran en su asedio, más fuerte se hace la Iglesia. La razón nos la apunta el mismo apóstol Pablo cuando nos dice que la fuerza se realiza en la debilidad; y esto es tan cierto que, precisamente, partiendo de la debilidad de un Dios-Hombre crucificado, el Padre nos abrió las puertas del Reino de los Cielos.
¿Qué vio el buen ladrón en Xto, en el momento en el que con toda seguridad estaba más abandonado y hundido, para rogarle que se acordara de él cuando llegara a su reino? Alrededor de la cruz, en ese momento, había mucha gente y hemos escuchado cómo reaccionaban ante Él; y, sin embargo, el buen ladrón supo ver lo que el resto no vio.
La majestad de Xto no se muestra, principalmente, en este mundo, en el poder o en la grandeza, se muestra, pues así lo dijo Él, en el pobre, en el humilde y en el abatido; Xto se manifiesta en el sufrimiento y en el dolor, Xto se muestra en los momentos en los que las cosas parecen que nos superan; Xto nos habla mejor cuando nuestro ser se encuentra atribulado. Pero aceptar esto no es nada sencillo, por ello en el Evangelio se nos apunta que las autoridades, el pueblo, los soldados e, incluso, uno de los que compartía su misma muerte, se burlaban de Él.
No es nada fácil aceptar a Xto, a todo Xto sin excepciones, cuando el camino de la aceptación es la Cruz. No es en absoluto atrayente el olvido de sí mismo, el precepto del amor a los enemigos, el consejo de tomar la cruz de cada día, no ya con resignación, sino hasta con alegría y siempre con paz de espíritu. Los creyentes de todos los tiempos, los que han luchado por serlo de verdad, los que han vivido con coherencia su fe en Xto y en su doctrina, han tenido que aceptar, por un lado, unos principios que el mundo condena y ridiculiza; y, por otro lado, han tenido que desechar otros que el mundo nos ofrece de un modo atrayente a los sentidos; pero, los que se han mantenido, sin importarles el precio a pagar, los que no han valorado tanto su propia honra o estima o su propia vida como para renegar de la única Verdad que supone el Camino que nos lleva a la Vida, al final han vencido al mundo y ahora están reinando con Xto para toda la eternidad.
Esto es lo que, de un modo u otro, se nos pide a todos y cada uno de los discípulos de Xto hoy y siempre: sufrir con Xto para poder reinar con Él.
Queridos hermanos, Xto nunca abandona a los que le son fieles, a pesar de las debilidades que podamos tener; Xto es nuestra garantía, Xto es nuestro valedor; por ello dejémonos guiar por Él para que Él, al igual que hiciera con el buen ladrón, se acuerde de nosotros ahora que ya está en su reino.