Queridos hermanos: muy cercanos ya al final del año litúrgico, la Escritura nos enseña que no llegará pronto o, que, por lo menos, no sabemos cuándo llegará, el día de la segunda venida del Señor, en el que juzgará todas nuestras acciones y omisiones, como ahora confesaremos en el Credo: “y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos”. Así es la forma en que Dios, en su sabiduría infinita, ha previsto que avancemos por el camino de la cruz que Cristo quiere que sigamos para su glorificación. Por la cruz de la tribulación y la persecución, se alcanza la gloria de la resurrección. Si por ahí pasó Cristo, indefectiblemente tendremos que pasar todos a los que nos conceda la gracia de perseverar con El hasta la muerte. En este Valle, la cruz monumental nos lo recuerda permanentemente.
La realidad tanto del día en que nos presentemos ante Dios al final de nuestra vida como de la segunda venida del Señor, que sólo se acepta por la fe, no es un cuento de los curas para asustar a la gente, sino que nos lo repite muchas veces la Escritura, que es palabra de Dios. Hoy a través del profeta Malaquías: “malvados y perversos serán la paja y los quemaré el día que ha de venir y no quedará de ellos ni rama ni raíz”. La incertidumbre sobre estas fechas presenta dos riesgos igualmente peligrosos: o bien pensar que el fin del mundo es inmediato y despreocuparnos de nuestros deberes cotidianos, como relata la segunda lectura que les sucedía a los cristianos de Tesalónica; o bien pensar que tanto el juicio particular como el universal no existen o no tienen que ver con nuestra vida terrena y vivir así centrados únicamente en lo material y placentero, despreocupándonos del espíritu. De esta manera piensan hoy en día tantísimos hermanos nuestros y puede que nosotros estemos también contaminados en alguna medida.
El anuncio de la 2ª venida del Señor no debe ser un mensaje de terror, sino de esperanza: quien vive en Cristo le espera y ansía verle: nuestra existencia en esta vida es pasajera, pues somos ciudadanos del cielo y hacia allí deberían ir encaminadas todas nuestras acciones, pensamientos y deseos. Nos dice S. Agustín: “¿Qué clase de amor a Cristo es el de aquel que teme su venida? ¿No nos da vergüenza, hermanos? Lo amamos y, sin embargo, tememos su venida”. Por desgracia, hoy en día caemos en esta trampa con excesiva facilidad: los medios de comunicación y todo nuestro entorno parecen querer ahogar las verdades eternas para llevarnos a un materialismo sin sentido, centrado exclusivamente en el disfrute de los sentidos. En este contexto, el mensaje de la Iglesia y del Papa Benedicto XVI suena a caduco y trasnochado, pues va contra corriente en nuestra sociedad, sin valores humanos y únicamente interesada por saciar hasta el infinito los instintos más animales de la persona humana.
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Esta situación no debería desanimarnos. Por paradójico que pueda parecernos, la Iglesia ha sido siempre más floreciente en un ambiente poco favorable. Como ya sabéis, en nuestra basílica están enterrados muchos caídos por ambos bandos en la Guerra Civil española. Existe una sintonía espiritual muy especial de esta comunidad benedictina con los caídos, cuyo poder de arrancar las gracias divinas se palpa en el ambiente. Gozamos con la dicha incomparable de que 15 de estos caídos han sido ya beatificados, otros tantos están a punto de serlo, otros muchos están en proceso de beatificación y varios miles no tendrán nunca el honor de verse elevados a los altares, pero son santos a los ojos de Dios por el testimonio de su vida sellado con su sangre. Como escribió Tertuliano, un autor cristiano de los primeros siglos, “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Aunque todos los cristianos, llegado el caso, deberíamos dar con alegría la vida por nuestra fe, un sutil acoso psicológico y emocional es mucho más dañino contra nuestras creencias. La falta de valores y el relativismo difundido en nuestra cultura está causando mucha más mortandad espiritual entre los creyentes que una persecución sangrienta.
Jesús nos anticipó que a los cristianos nos perseguirían en su nombre: “os echarán mano, os perseguirán…por causa de mi nombre”. Pero también nos dijo “ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Nos dice S. Agustín: “Considerad cuánto valéis. ¿Quién de nosotros puede ser despreciado por nuestro Redentor, si ni siquiera un solo cabello lo será?”. Aunque sabemos que los criterios evangélicos chocan con los del mundo y que si los seguimos, inevitablemente nos enemistamos con éste, no temamos la persecución, porque Dios estará con nosotros; nada podrá sucedernos sin que El lo permita o disponga para nuestro bien. Se cumple así en nosotros la bienaventuranza: “bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos”.
La promesa de la protección divina en la tribulación debe iluminar nuestras vidas, alentando nuestro optimismo tenaz e inasequible al desaliento. Y aunque estemos tentados a claudicar de nuestra fe, nuestra perseverancia y confianza en Dios frente a las persecuciones garantizan nuestro éxito final. Debemos pedir a Dios la gracia de creernos que la persecución no es un fracaso, sino todo lo contrario, aunque, como nos advierte el evangelio de hoy, esa persecución proceda de nuestra familia.
Durante la dictadura comunista en Polonia, el gobierno construyó una ciudad sin iglesias. Los obreros empezaron a levantar una iglesia con su dinero y trabajo. Durante meses, lo que construían por la noche, el gobierno lo destruía por el día, hasta que al final, el gobierno tuvo que ceder. Bastó la resistencia pacífica de los combativos católicos polacos, que se negaron a resignarse y a hacer dejación de sus derechos, para que su gobierno se diera cuenta de que no estaban dispuestos a aceptar una ciudad sin Dios. Sin duda, la defensa de nuestra fe nos impone un deber de activismo. El cristiano no es un ser pasivo y apocado, sino esforzado y valiente, que, en nombre de la verdad, exige sin desmayo los derechos que las leyes le reconocen.
Pero ante todo, nuestra actitud debe ser de mayor oración. Si todos los católicos verdaderamente creyéramos al Señor cuando nos asegura “buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”, quizá la situación actual sería diferente. Los males del mundo provienen de una crisis de oración. Un cardenal benedictino del siglo pasado, el beato Alfredo Ildefonso Schuster, dijo a los seminaristas, pocos días antes de su piadosa muerte: “Parece que la gente ya no se deja convencer por nuestra predicación; pero ante la santidad, todavía cree, se arrodilla y reza”. Necesitamos testigos y nos sobran profetas.
Muchos de los que estáis aquí nos habéis preguntado cómo podéis ayudar a los monjes encargados del culto en nuestra basílica menor, lugar sagrado que, según la normativa estatal, se rige estrictamente por las normas aplicables con carácter general a los lugares de culto y a los cementerios públicos. Mientras se prolongue la actual situación, que todos conocéis, vuestra mejor ayuda sin ninguna duda es vuestra oración por los monjes. Si no hubiera coincidido en domingo, los monjes hoy habríamos celebrado la memoria de S. Millán y de los SS. monjes españoles. Rezad para que todos los miembros de esta comunidad sigamos la estela de los santos monjes españoles y seamos hijos fieles de S. Benito. No todos tenéis fácil acudir a un sagrario en cualquier momento del día, pero siempre tenéis a vuestra disposición un arma invencible: el rezo del S. Rosario.
A muchos el S. Rosario les ha llevado directamente al cielo. Por ejemplo, al Beato Ceferino Jiménez Malla, el “Pelé”, primer gitano elevado a los altares, asesinado en odio a la fe durante la persecución religiosa en España de 1934 a 1939 y al que la posesión y el rezo del S. Rosario le supuso la gloria del martirio: “Si por esto me han de matar, pueden matarme cuando quieran”, decía.
Todos sabemos que el origen de la fiesta de Ntra. Sra. del Rosario es la batalla de Lepanto, donde los barcos cristianos vencieron a los musulmanes. Podemos recordar otros ejemplos más cercanos, que algunos hemos vivido. Después de la última guerra mundial, la católica Austria estuvo dominada durante años por los comunistas rusos. Para liberar a su patria, un religioso consiguió que al menos uno de cada 10 austriacos se comprometiera a rezar diariamente el S. Rosario. Así lo hicieron, hasta que 7 años después, un 13 de mayo, aniversario de la 1ª aparición de Fátima, los comunistas rusos se marcharon de Austria, sin ninguna explicación humana. Otro ejemplo aún más próximo: en la noche del 12 al 13 de octubre de 1960 tuvo lugar una jornada de oración y penitencia por la conversión de Rusia, que amenazaba con destruir Occidente. A pesar del mal tiempo, en unas condiciones muy parecidas a las que estáis sufriendo, un millón de peregrinos pasó toda la noche al aire libre en Fátima ante el Stmo. expuesto y a ellos se unieron al menos 300 diócesis en todo el mundo. Esa misma noche, una prueba nuclear del gobierno ruso causó muchos muertos y retrasó su programa bélico al menos 20 años. También un 13 de mayo, ya en 1984, coincidiendo con una gran multitud de peregrinos reunidos en Fátima, un accidente destruyó 2 tercios de los misiles nucleares rusos. Por eso hermanos, ya que estamos en una misa de campaña, os sugiero que desde hoy mismo, junto con los monjes, iniciéis una campaña nacional de oración por la libertad de culto en el conjunto religioso monumental del Valle de los Caídos y en todos los lugares sagrados donde está prohibida o suspendida.
Por último, hermanos os sugiero otros motivos de oración: primero, la jornada de reflexión y oración sobre la libertad religiosa, en mayor o menor medida amenazada en todo el mundo, como primer tema del consistorio cardenalicio convocado por el papa para el próximo viernes. Segundo, la gran Vigilia Mundial por la Vida Naciente, convocada por el Papa para toda la Iglesia el próximo 27 de noviembre; como preparación, mañana comienza en España la campaña internacional de 40 días por la vida antes de Nochebuena. Tercero, unidos en torno a nuestro pastor, el Cardenal-Arzobispo de Madrid, oremos por nuestra Iglesia diocesana, cuyo día hoy se celebra y también colaboremos con la x en nuestra declaración de la renta.
En fin, hermanos: pidamos al Señor que nos convierta para que deseemos que llegue su reino de amor en su 2ª venida, por intercesión de la Virgen del Valle. La Patrona del lugar está hoy muy presente entre nosotros y desea que cuanto antes, todos podamos de nuevo rendir culto a su imagen en la basílica. Que así sea.