Desde el martes 30 de abril hasta el viernes 10 de mayo, los Abades y Priores de la Congregación de Solesmes estuvieron reunidos en el Capítulo General celebrado en ese monasterio de la diócesis de Le Mans, en la que Dom Próspero Guéranger restauró la vida benedictina después de la aniquilación de la vida religiosa por la Revolución Francesa. Una parte importante de las reuniones giraron en torno al tema de los jóvenes y las vocaciones en nuestras comunidades, además de abordarse otros muchos asuntos. Estuvieron invitadas a todas las sesiones las abadesas de Solesmes y de Wisques. También participaron algunos días el Abad Primado de la Confederación Benedictina, (Dom Gregory Polan), el Abad-Presidente de la Congregación Inglesa (Dom Christopher Jamison) y el obispo de Le Mans (Mons. Yves Le Saux).
Pentecostés
Queridos hermanos:
El nombre de Pentecostés, la solemnidad que hoy celebramos, hace referencia a los cincuenta días después de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, pues fue al cabo de ese tiempo cuando, estando reunidos los Apóstoles, el Espíritu Santo descendió sobre ellos para infundirles luz y fuerza. De este modo, vencido su miedo anterior, se vieron reconfortados y salieron enardecidos a anunciar el Evangelio a todo el mundo, como se ha leído en los Hechos de los Apóstoles (Hch 2,1-11). Es el Espíritu Santo quien guía, alienta, vivifica y santifica la Iglesia después de la Ascensión del Señor a los Cielos, según San Pablo nos ha explicado en la primera carta a los Corintios al hablar de la diversidad de dones, servicios, funciones y carismas que Él suscita (1Cor 12,3b-7.12-13).
Como profesamos al rezar el Credo, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Y Él es igualmente enviado por el Padre y por el Hijo para vivificar la Iglesia y para dar vida espiritual en nuestras almas. Es el Amor que une al Padre y al Hijo y es el Don, el regalo que ellos nos hacen, que nos dan, para que nos llene de vida y de santidad. Es el Fuego que enciende nuestras almas en el amor de Dios para conducirnos hasta el Cielo. Es el Paráclito, el Abogado, el Defensor que Jesús nos ha prometido al volver Él junto al Padre: “el Paráclito, el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn 14,26).
Necesitamos acudir a este “dulce huésped del alma” que es el Espíritu Santo, según lo hemos invocado en la secuencia antes del aleluya. Tristemente, pocos cristianos son conscientes de esta verdad sublime: la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, habitan en nuestra alma si permanecemos en gracia de Dios, sin pecado mortal. El Espíritu Santo se hospeda en nuestra alma y con Él juntamente también el Padre y el Hijo, según lo anunció Jesús: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23). Esta maravilla es la “inhabitación trinitaria en el alma”, fuente inagotable de vida interior, de vida en Dios, de vida inmersa en la misma vida de Dios. El Espíritu Santo nos quiere introducir en la más íntimo y profundo de la vida de Dios, en la vida de amor existente entre las tres divinas personas de la Santísima Trinidad, pues el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo.
Debemos pedir al Espíritu Santo que nos inunde con sus siete dones, concedidos para que seamos dóciles a sus propias inspiraciones para elevarnos hasta Dios y asemejarnos a Él. Son disposiciones permanentes que nos hacen dóciles para seguir los divinos impulsos del Espíritu Santo. Como el Catecismo nos recuerda, son los dones de sabiduría, inteligencia o entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Y junto a estos siete dones, no olvidemos los doce frutos del Espíritu Santo, que son primicias de la vida eterna: caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad o perseverancia, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia y castidad.
En consecuencia, San Juan de la Cruz ofrece una comparación bellísima en el Cántico espiritual cuando emplea la imagen del austro o ábrego, el viento apacible que trae lluvias y hace germinar la vegetación y abrir las flores, para referirla a la acción del Espíritu Santo en el alma enamorada de Cristo, y dice así que, “cuando este divino aire embiste en el alma, de tal manera la inflama toda, y la regala y aviva, y recuerda la voluntad y levanta los apetitos, que antes estaban caídos y dormidos en el amor de Dios, que se puede bien decir que recuerda los amores de él y de ella”, aspirando por el huerto del alma para producir su perfeccionamiento en las virtudes (canción XVII).
El Espíritu Santo suscita la santidad de la Iglesia y hace realidad lo que se celebra en los sacramentos y que éstos sean eficaces para nuestras almas. Así, cuando en la Santa Misa que estamos celebrando tenga lugar la consagración, Él va a descender sobre las especies del pan y del vino para que se transformen realmente en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo. Y si recibimos la Comunión en las debidas condiciones, hallándonos en estado de gracia sin pecado mortal, Él hará que fructifique en nosotros este alimento espiritual, haciendo que, como decía San Agustín, nos transformemos en Jesucristo.
Hay situaciones muy adecuadas para pedir la luz y la fuerza al Espíritu Santo. Por ejemplo: cuando un sacerdote se dispone a confesar, cuando una persona debe dar un consejo, cuando tenemos un problema que no sabemos cómo resolver, cuando vamos a estudiar o a redactar algo, cuando nos asalta una tentación, etc.
En fin, que María Santísima, que estaba presente con los Apóstoles el día de Pentecostés, nos ayude a conocer mejor al Espíritu Santo para avanzar en nuestra vida espiritual y penetrar en las honduras del misterio de Dios.
Dedicación de la Basílica
Queridos hermanos concelebrantes y monjes de las comunidades de Santa María de El Parral, Santa María de El Paular y Santa Cruz del Valle de los Caídos; hermanos todos en el Señor:
Celebramos hoy los LIX años de la Dedicación y Consagración de esta Basílica por el Cardenal Gaetano Cicognani como representante del papa San Juan XXIII, después de haber conmemorado los LX años de la fundación de nuestra Abadía en julio de 2018 y de la inauguración oficial del Valle de los Caídos el pasado mes de abril.
Los nombres del Venerable Pío XII y de San Juan XXIII han quedado permanentemente vinculados a este santo lugar del Valle de los Caídos, en virtud de los documentos con los que el primero erigió de inmediato este monasterio de la Santa Cruz en Abadía –caso único en el siglo XX– y el segundo concedió el rango de Basílica menor a esta iglesia abacial. Desde ese punto de partida, la Basílica, la Abadía y todo el conjunto del Valle de los Caídos quedan amparados por el Derecho Pontificio.
Cabría recordar incluso, como dato anecdótico y curioso, pero a la par como un dato histórico y de un valor canónico singular, que el Cardenal Cicognani realizó la aspersión ritual de la Basílica rodeando todo el Risco de la Nava en coche y haciéndola desde él, de tal modo que todo el conjunto comprendido en la montaña realza su carácter sacro y el conjunto basilical engloba las sepulturas de los caídos de uno y de otro bando que hoy reposan juntos bajo los brazos de la Cruz, que son los brazos del perdón y del amor, los brazos en los que Cristo nos alcanzó la reconciliación con el Padre celestial y desde los cuales nos invitó a la reconciliación entre los hombres, tal como hizo cuando pidió a su Padre que perdonase a sus verdugos, pues no sabían lo que hacían (Lc 23,34).
Ésa es una de las misiones fundamentales de la presencia benedictina en este sagrado lugar: orar por la paz en España y por las almas de todos los caídos sepultados en el Valle de los Caídos y en otros lugares de España, tanto del bando nacional como del bando republicano, sin distinción. Que los muertos descansen en paz y quiera Dios que los vivos podamos también vivir en paz.
Entre ellos, esta Basílica se enriquece espiritualmente de un modo especial porque alberga los restos de numerosos mártires por la fe, que murieron por amor a Cristo y perdonando a sus verdugos, y de los cuales son ya 55 los que han alcanzado el honor de los altares en sucesivas beatificaciones bajo los pontificados de San Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, además de 6 Siervos de Dios actualmente en proceso de beatificación y de otros cuyos procesos se abrirán. Entre ellos hay hombres y mujeres y pertenecen a todos los estados de la vida cristiana: seglares, sacerdotes, religiosos y religiosas, siendo el más joven un laico valenciano de 19 años, Rafael Lluch, detenido tan sólo por ser miembro de la Asociación de la Medalla Milagrosa y porque portaba una estampa de la Virgen de los Desamparados en el bolsillo, y que se despidió de su madre diciéndole: “No llores, Mamá; quiero que estés contenta, porque tu hijo es muy feliz. Voy a dar la vida por nuestro Dios. En el Cielo te espero”.
Junto a todas sus reliquias y a las de otros santos que se pueden venerar en este sagrado lugar y las que encuentran en los diversos altares, ¿cómo no recordar el Lignum Crucis, la reliquia de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, que San Juan XXIII regaló a nuestra Basílica justamente con motivo de la Consagración y Dedicación de la misma?
Quisiera tener también un recuerdo muy especial a quien hoy habría cumplido 88 años y el Señor quiso llevarse el día de Navidad del pasado año: nuestro P. Laurentino, cuyo nombre quedará siempre unido a nuestra Abadía, a nuestra Escolanía y a la promoción del canto gregoriano desde el Valle de los Caídos en toda España. Que Santa María, Virgen y Madre, de la que siempre fue devoto rezador del Rosario, le haya alcanzado de Dios la gloria eterna.
Y al mencionar a María, terminaré recogiendo las palabras que a Ella dedicó San Juan XXIII en su mensaje con motivo de la Consagración y Dedicación de esta Basílica: “Nuestra súplica confiada va en estos momentos a la Virgen Santísima, venerada con tanta devoción en España, la que en sus más significativas advocaciones tiene puesto de honor en ese Santuario y a la que pedimos cobije bajo su manto las almas de cuantos en él duermen fraternamente unidos su último sueño”.
Que así sea y Ella nos bendiga a los monjes de El Parral, de El Paular y del Valle, hermanados en los Nombres de Jesús y de María y en el seguimiento de San Jerónimo y de San Benito.
Ascensión del Señor
Queridos hermanos:
La Ascensión del Señor a los cielos, al igual que su Resurrección, es un hecho real y verdadero, no algo imaginario nacido de la sugestión de los Apóstoles. En los Hechos de los Apóstoles se ha dicho que ellos “lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista” (Hch 1,9-11). Y San Lucas, el mismo autor del libro de los Hechos, nos dice en su Evangelio que, mientras los bendecía, “se separó de ellos subiendo hacia el cielo” (Lc 24,46-53). La Ascensión del Señor, por tanto, es una verdad que debemos creer y por eso la afirmaremos al rezar el Credo.
El domingo próximo celebraremos la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles para dar luz y fuerza a la Iglesia naciente. La Ascensión hace efectiva la promesa de Jesús de enviarnos al Espíritu Santo como Paráclito, como Abogado y Consolador que iluminará y dará fuerza a la Iglesia para predicar el Evangelio.
Además, la Ascensión del Señor nos hace presente la promesa del Cielo. Jesucristo nos ha abierto el camino a la gloria eterna, nos ha reconciliado con el Padre y nos ha alcanzado de Él el don inmenso de la filiación divina, de ser hechos hijos adoptivos de Dios, don que se nos da por medio del Espíritu Santo. Por la vida de la gracia, entramos a participar ya de la misma naturaleza de Dios (2Pe 1,3-4) y de la vida de la Santísima Trinidad, vida de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Asimismo, el cuerpo resucitado de Jesús nos muestra el estado glorioso al que nuestro cuerpo está llamado también cuando tenga lugar la resurrección de la carne al final de los tiempos, algo que no sólo la fe nos enseña, sino que además la realidad metafísica de la persona humana exige, como enseña la filosofía perenne iluminada por la fe.
Esta vida nueva de la gracia a la que estamos llamados como hijos adoptivos de Dios, vida en Dios con Cristo por el Espíritu Santo, vida que es anticipo de la gloria celestial, es y ha de ser vida de santidad, de conocimiento y amor de Dios, de identificación total con Cristo, verdadero Hijo de Dios y modelo perfecto para el hombre. Es y ha de ser una vida de crecimiento en la virtud, una vida de santidad.
Hermanos: ¡estamos llamados a ser santos! No necesariamente santos conocidos a perpetuidad por los hombres, sino santos a los ojos de Dios e irradiando también la luz y el amor de Dios a los hombres por medio de una vida santa. El ideal cristiano es el ideal de la santidad, del hombre regenerado en Cristo por el Espíritu Santo, del hombre que aspira al Cielo y santifica las realidades de la tierra durante su peregrinación en ella.
¡Ser santos! ¡Santos porque Dios es Santo, porque Él es tres veces Santo: Santo el Padre, Santo el Hijo y Santo el Espíritu! ¡Santísima Trinidad en cuya vida santa hemos de penetrar y bucear! ¿Cómo? Por medio de la vida de la gracia, que se nos otorga de modo ordinario a través de los Sacramentos, de la oración y de las buenas obras.
Hermanos: parece que algunos creen que las iglesias y los seminarios se van a llenar a través de una propuesta ecologista, pacifista y de sincretismo con otras religiones. Pero eso jamás llenará las iglesias y los seminarios; bien al contrario, se vaciarán, como ya se han vaciado con proyectos más o menos semejantes. Las iglesias y los seminarios se llenan cuando a los jóvenes se les hace una propuesta de vida de santidad, de búsqueda de Dios, de seguimiento e imitación de Cristo, de visión sobrenatural de las cosas, de vida interior, de celo por la salvación de las almas y por la difusión del Evangelio a todos los pueblos. ¡No necesitamos del lenguaje mundano para llenar las iglesias y los seminarios, sino hablar de Dios! El hombre, aunque no sea consciente de primeras, tiene sed de lo absoluto, tiene sed de Dios.
Jesucristo, por tanto, nos ofrece al agua que salta hasta la vida eterna, el agua de salvación que sacie nuestra sed de infinito (Jn 4,13-14). Sólo Él puede traernos la salvación y por eso debe reinar en nuestros corazones y en la vida misma de las sociedades humanas (Pío XI, Quas primas, 8 y 9). En este mes de junio, adoramos especialmente el Sagrado Corazón de Jesús, símbolo que expresa el misterio del Verbo encarnado y el amor redentor de Dios por el hombre. Por eso, como dijo Pío XII, en el Corazón de nuestro Salvador se descubre, “en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención” (Haurietis aquas, 24).
Y este año 2019 conmemoramos el centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón en el Cerro de los Ángeles, erigido con un deseo singular de dar cumplimiento a la promesa hecha por el Corazón de Jesús al Beato Bernardo de Hoyos en 1733: “Reinaré en España y con mayor devoción que en otras partes”. Promesa que, dicha en aquel momento, se extiende a todo el mundo hispánico. Además, este año 2019 se conmemora el ingreso de Santa Maravillas de Jesús en el Carmelo de El Escorial, donde Nuestro Señor le mostró la imagen del Cerro de los Ángeles y le pidió que fundara en él un convento y le hizo una promesa, con las siguientes palabras llenas de un sentido de reparación y desagravio y de esperanza para nuestra Patria: “Aquí quiero que tú y estas otras almas escogidas de mi Corazón me hagáis una casa donde tenga Yo mis delicias. Mi Corazón necesita ser consolado, y este Carmelo quiero sea el bálsamo que cure las heridas que me abren los pecadores. España se salvará por la oración”.
Que el Inmaculado Corazón de María, que contempló la Ascensión de su divino Hijo a los Cielos, nos alcance la luz y la fuerza del Espíritu Santo para amar con el amor del Corazón de Jesús y para alcanzar la gloria eterna.
Conferencia del P. Superior en el Aula de Cultura de ABC
El jueves 25 de abril, en el Aula Magna de la Universidad San Pablo-CEU de Madrid y dentro del ciclo de conferencias organizadas por el Aula de Cultura de ABC bajo la dirección del profesor D. Javier Arjona, el Prior Administrador de la Abadía Santa Cruz del Valle de los Caídos, P. Santiago Cantera Montenegro, impartió una conferencia titulada “Hispania – Spania. El nacimiento de España”, como el título del libro del que es autor y que estudia la formación y el concepto de España en la época visigótica y su proyección durante los siglos de la Reconquista. El acto fue presentado por el historiador y escritor Dr. Fernando García de Cortázar y asistió un nutrido público, del que cabe destacar la presencia de varios académicos de la Real Academia de la Historia y otros profesores de Historia y de diversas áreas científicas, amén de un amplio grupo de jóvenes universitarios y de Bachillerato. El diario ABC reflejó el acto en dos artículos:
_x000D_
_x000D_
_x000D_
Enlaces del libro “Hispania-Spania” en la Editorial Actas:
_x000D_
http://actashistoria.com/titulo.php?go=2&isbn=978-84-9739-160-3
_x000D_
Conciertos de la Escolanía del Valle de los Caídos en abril
El Miércoles Santo, día de 17 abril, la Escolanía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos ofreció un concierto de gregoriano y polifonía, con repertorio de Cuaresma, Semana Santa y Pascua, en la Iglesia parroquial de Aguilafuente (Segovia), bajo la dirección de D. Raúl N. Trincado Dayne y con Dª Valentyna Naida al órgano. Contó con la presencia del Alcalde y del Párroco, entre otras autoridades locales y de la comarca. Los niños fueron magníficamente atendidos en este pueblo del que es natal un conductor de autobuses muy querido por ellos, Mariano. Por otra parte, el sábado 27 de abril, en la Cripta de la Catedral de la Almudena de Madrid, la Escolanía también cantó un concierto junto con el Coro femenino “Piacevole”, bajo la dirección igualmente de D. Raúl N. Trincado Dayne y con Dª Valentyna Naida al órgano.