El jueves 11 de julio, Mons. Juan Antonio Martínez Camino, Obispo Auxiliar de Madrid, vino a celebrar la solemnidad de Nuestro Padre San Benito con la Comunidad Benedictina; celebró la Santa Misa conventual de 11 h. y luego participó en el rezo de la hora de Sexta con los monjes y compartió mesa en el refectorio con ellos y con otros invitados, así como el tiempo de recreación posterior. Entre el sábado 20 y el lunes 29 de julio, Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares, pasó unos días de retiro en nuestra Abadía, celebrando la Misa conventual esos días (a excepción de la solemnidad de Santiago, en la que hubo de asistir a la villa de Torrelaguna en su diócesis) y compartiendo su cercanía entrañable con los monjes en las recreaciones comunitarias. El miércoles 31 de julio, visitó la Abadía y la Basílica el Deán de la Catedral de Malabo (Guinea Ecuatorial); cabe recordar que en la Escolanía del Valle de los Caídos estudia un sobrino del vicario de la diócesis de Malabo, del mismo país africano, y que desde hace muchos años existe una especial amistad entre nuestra Abadía y la diócesis igualmente ecuatoguineana de Bata. Hace muchos años y nuevamente desde hace unos años, nuestra Escolanía ha tenido y cuenta con alumnos de Guinea Ecuatorial. Entre el viernes 16 y el lunes 19 de agosto, vino unos días de retiro el Obispo de Albacete, Mons. Ángel Fernández Collado, quien celebró la Misa conventual del domingo 18 y compartió su simpatía y cercanía con los monjes. Y entre el domingo 25 y el martes 27 de agosto, también se alojó en la Abadía Mons. Pablo Alfonso Jourdan Alvariza, Obispo Auxiliar de Montevideo (Uruguay), quien en la recreación del lunes 26 por la noche respondió amablemente a los monjes de la Comunidad todas las preguntas que le hicieron acerca de la Iglesia en aquella nación hispanoamericana.
Peregrinos en el Valle de los Caídos en julio y agosto
Entre los muchos grupos de peregrinos que han venido al Valle de los Caídos en los meses de julio y agosto, cabe destacar algunos como los siguientes: los días 7 de julio y 4 de agosto acudieron, como es habitual en los primeros domingos de mes, numerosos peregrinos venidos de Portugal (unos 60 en cada ocasión); el fin de semana del 13 y 14 de julio, otros de Valencia, que se alojaron en la Hospedería externa; el 16 de julio, unos 25 jóvenes seminaristas legionarios de Cristo; el 21 de julio, un grupo de peregrinos jóvenes de diversas procedencias; el día de Santiago Apóstol, 25 de julio, llegaron 160 de la parroquia de San Martín de Porres del barrio de Hortaleza en Madrid; el domingo 28 de julio, un grupo de unos 100 del Oratorio de San Felipe Neri de Alcalá de Henares, con su superior el P. Julio al frente (es antiguo escolán del Valle); el sábado 3 de agosto, un grupo de peregrinos de Francia; y el jueves 29 de agosto, otro de la parroquia de San Ildefonso de Toledo, de esta ciudad.
Domingo XXI del Tiempo Ordinario
Hermanos queridos en el Señor: Al acudir a esta celebración es en realidad el Señor quien ha salido a nuestro encuentro. Nos hemos dejado seducir por el encanto que ejerce su persona sobre cada uno de nosotros. Es algo indescriptible. Y deseamos que vaya en aumento. No retrocedamos nunca en el nivel de amistad al que hayamos llegado con el Señor. No queremos tener que sufrir que nos diga: “No sé quienes sois”. Estamos invitados a ver la gloria de Dios, lo mismo aquellos que nunca oyeron del Señor ni vieron su gloria manifestada en portentos que superan las realidades creadas. Pero la Palabra de Dios nos habla también del camino que lleva a esa amistad estrecha con el Señor y a esa contemplación de su gloria.
El despliegue de imágenes que el profeta Isaías pone ante nuestros ojos en realidad se queda corto ante la realidad inefable de la presencia de Dios. Una realidad que de algún modo, más o menos tenue todos hemos experimentado en nuestra vida. Y que podría ser más frecuente si nosotros nos esforzásemos un poco en ponernos en las condiciones que favorecen esos encuentros. Todos aspiramos y deseamos vivir en esa Jerusalén celestial y no sólo por librarnos de los inconvenientes de vivir en este mundo que se va contaminando de pecado de modo creciente si Dios no lo detiene, sino porque llevamos grabado a fuego el amor de Dios en nuestros corazones.
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El largo discurso de Hebreos, del que sólo se acaba de leer un corto pasaje, pero admirable y verdadero oasis y descanso para el creyente verdadero, nos advierte que mientras vivamos en esta Jerusalén terrestre no transfigurada por la presencia del Espíritu, hay que dejarse corregir. A nadie gusta ir al médico, por las sorpresas con las que nos podemos encontrar ante el espejo verdadero de nuestra salud corporal. Porque hay enfermedades que no vemos. Podemos tener deteriorada la dentadura u otra parte de nuestro cuerpo y no percatarnos de ello apenas porque no nos duele. Pero en cuanto nos duele acudimos rápidamente al médico para quitarnos ese dolor. No buscamos tanto el buen funcionamiento de nuestro organismo para cuidar de la creación de Dios y darle gloria a Él, sino para acabar con esa molestia tan grande. Paralelamente, nos sucede lo mismo con la corrección, es una molestia muy grande para nuestro amor propio, al que somos tan sensibles, y por eso no nos gusta la corrección de nuestra conducta. Andamos ocupados en otras cosas, las nuestras, las rastreras y egoístas, las orientadas a la comodidad y honores que nos pueden venir de los que nos rodean. Y enseguida echamos en falta esas cosas que tanto nos halagan. Rectificar nuestros malos hábitos nos cuesta mucho, porque no tenemos puesta la vista en el verdadero objetivo de la vida, ni en el camino que conduce a ese fin y hacia esa meta de la Jerusalén celeste. Y eso que es allí donde se encuentra la paz que tanto deseamos.
El Evangelio también habla de sentarnos en la mesa del Reino de Dios, pero previamente dice que hay algunos que son admitidos y otros excluidos. Y que no sabemos quienes serán elegidos o rechazados, pero sí la manera de participar en ese banquete. Y podríamos añadir: y además desde ahora es posible beneficiarnos de ese banquete, aunque no sea en las mismas condiciones, pero si hay un deseo sincero de Dios en eso no hay engaño, aunque el envidioso de nuestra salvación nos hace ver imaginativamente que vamos a ser excluidos a pesar de nuestros esfuerzos, o, por el contrario, que vamos a ser elegidos a pesar de nuestra despreocupación e indolencia en seguir el camino que conduce a la patria celestial.
El Señor dice aquí y en la parábola de las vírgenes prudentes e insensatas una expresión de exclusión muy semejante: “No os conozco,” o bien: “No sé quiénes sois.” Y en otra ocasión repite el evangelio la expresión: “Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios y más que holocaustos.” Con lo cual tenemos una realidad suficientemente detallada de la materia de examen por el que de han de pasar los elegidos o excluidos del Reino de Dios.
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No conoce el Amo de la casa al que llama, si el que pide que se abra la puerta no se ha esforzado en conocer al Amo. Si no ha acudido al Evangelio a buscar al Señor, a saber cuál es su voluntad y esforzarse en vivir conforme a los mandatos del que allí habla de una manera inteligible para toda clase de personas, cultas o ignorantes, ricos y pobres, niños o ancianos, el Señor le dirá: No te conozco. Solo se reducen a dos los mandatos del Señor si nos atenemos a las palabras del Señor: el amor a Dios y al prójimo. Quien se esfuerce en ello de verdad, ese se está esforzando en entrar por la puerta estrecha. Incluso podríamos decir que es uno solo el mandato de Jesús: SÍGUEME, es como si dijera: Imita a Jesús, busca en el Evangelio cómo vivió y esfuérzate en hacer tú lo mismo.
Jesús dejó bien claro cuáles son las cosas necesarias para ser su discípulo. “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará” (Lc9,23-24) Y también: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.” (Jn 12,26) “Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío” (Lc 14,33).
El Amor de Dios fue derramado en nuestras almas y desde entonces lo busca, lo anhela, lo necesita, lo quiere, suspira por él, pero sólo en Dios lo puede encontrar. Cuando el esfuerzo, la fe, nos hace vivir en la puerta estrecha, el alma sigue suspirando por el Amor que anhela, pero el hombre sucumbe al esfuerzo, al esfuerzo de la fe, y va tras sucedáneos del amor: la mentira de Satanás. Porque sólo hay un Amor, y ese está en Dios.
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Hermanos, seamos valientes y aguerridos en la batalla de vivir en la fe cada día, seamos fuertes en esperar todo de Dios y no nos conformemos con la mentira, con el placer inmediato que nos llevará a las puertas del infierno; no, batallemos en el camino de la fe y esperemos todo de nuestro Dios y Señor, que Él verá nuestro esfuerzo y correrá hacia nosotros con sus consuelos, el gozo del Amor.
Jesús nos llevará al Padre de su mano; nos presentaré ante Él, porque ha recorrido el camino con nosotros; Él sabe de nuestros sufrimientos y dolores. Él hablará al Padre de nosotros, nos presentará ante Él y defenderá nuestra vida como Abogado de nuestra alma ante El que todo lo escruta y todo lo sabe.
El que juzgará nuestra alma, la llevará ante el Padre, la presentará ante Él. No nos asustemos porque de su mano estaremos ante el Creador del mundo que nos ama con un Amor tan infinito que envió a su Único Hijo a una muerte cruel y llena de ignominia por Amor a nosotros para un día tenernos ante Él y vivir una eternidad de Amor con nosotros.
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El Santo Espíritu nos asiste en cada momento, y nos lleva con Sus Santas Inspiraciones por el camino del Amor y la Salvación. Escuchémosle en nuestros corazones, qué gemidos de amor dirige al Padre en favor nuestro. Eso es orar en espíritu y verdad.
Actuaciones de la Escolanía del Valle de los Caídos en Alemania
Del lunes 24 al sábado 29 de junio, la Escolanía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos realizó un viaje al sur de Alemania (Baviera y Baden-Württemberg), invitada por la Abadía de Neresheim, de la Congregación benedictina de Beuron. Los niños llegaron al aeropuerto de Munich y desde allí fueron en autobús al monasterio, donde fueron recibidos por el P. Albert Knebel, prior conventual. La Escolanía ha cantado la Misa en gregoriano en la magnífica iglesia rococó de la Abadía desde el martes 25 hasta el viernes 28 (este último día era la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús), alternando con la comunidad benedictina en algunas piezas. Además, ofreció un concierto de gregoriano y polifonía en la “Stadtkirche” de Aalen (iglesia principal de la ciudad) el miércoles 26 por la tarde y otro en la iglesia de la Abadía de Neresheim el jueves 27, también por la tarde. A los dos acudió una nutrida asistencia de público, que valoró muy positivamente la ejecución musical del coro y al final dio un prolongado aplauso en ambos días. Nótese que es una región con elevada cultura musical. Entre los comentarios recibidos, cabe destacar los venidos del pastor luterano de Aalen, quien apreció la disciplina y el comportamiento de los niños, y los músicos que asistieron a estos conciertos, entre ellos el organista de la “Stadtkirche” de Aalen y el propio prior conventual del monasterio. Las personas que entablaron trato con los niños también resaltaron su cercanía y simpatía. Los medios de comunicación locales y regionales se hicieron eco de la noticia, así como la página web alemana www.knabenchorarchiv.org, dedicada a coros infantiles de todo el mundo, donde se han subido ya varias de las piezas interpretadas; el editor de la misma señaló que para él era un honor poder recoger por primera vez y en directo un concierto de una escolanía española. En estos días, Fr. Miguel Torres, monje de la Abadía Santa Cruz del Valle de los Caídos, dirigió el canto gregoriano, mientras que D. Raúl N. Trincado Dayne hizo lo propio con la polifonía sacra y profana, con el acompañamiento de Dª Valentyna Naida al piano. Además de las actuaciones musicales, los niños de la Escolanía pudieron disfrutar de otros alicientes culturales y lúdicos: dieron un paseo en un antiguo tren con locomotora de vapor en Neresheim, visitaron la bella ciudad medieval de Nördlingen y varios de sus museos, fueron recibidos por los dueños del castillo medieval de Katzenstein, conocieron por dentro el monasterio que les acogió, se bañaron en el río Eger de Nördlingen y en el lago Härtsfeldsee, y finalmente fueron a Munich para ver el centro histórico de la capital bávara y el Museo de la BMW, antes de regresar a España el sábado 29 por la tarde.
Solemnidad de la Asunción
Tradicionalmente conocemos esta fiesta como “la Virgen de Agosto”, y todavía podemos recordar el carácter entrañable que su celebración tenía tanto personalmente como de manera colectiva en pueblos y ciudades. Durante siglos ha sido entre nosotros una vibrante celebración religiosa de la que participaba el conjunto del pueblo, y en la que expresaba el vigor de su fe. Fe en María, en la que en este misterio de la Asunción, nos reconocíamos llamados a participar con Ella algún día en esa misma elevación, que significaba la culminación de nuestro camino y de nuestra vocación esencial como hombres y como cristianos.
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Era una convicción totalmente espontánea que pertenecía no sólo a nuestras creencias cristianas, sino a nuestra manera de entender el sentido y el desenlace auténticos de la existencia humana, a la que esperaba una forma completamente superior de vida. Esta ha sido nuestra filosofía y nuestra teología de la vida. Es decir, la sabiduría que a partir del Evangelio de Cristo ha inspirado, con las limitaciones propias de todo lo humano, nuestra manera de vivir nuestra fe cristiana.
Aquellas generaciones tenían razón cuando sentían de esta manera, una razón que nosotros hemos perdido. Es decir, hemos perdido la razón y las razones más valiosas de la vida, al dejarla reducida a las medidas humanas. Sin embargo, en la visión del Autor de la vida, en la que se injerta la nuestra, toda la existencia humana es un vuelo hacia arriba, aunque mantengamos los compromisos que son propios de la realidad presente. Esto lo ha subrayado especialmente el cristianismo, de acuerdo con el sentido profundo de la existencia humana diseñada por Dios. Algo que no tiene alternativa, por mucho que sea el esfuerzo de cuantos pretenden forzar ese giro.
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Vivir la vida superior que pertenece al hombre superior es vivir en actitud ascendente. Como Jesús en su vida: descendió de su morada celeste para llevar a cabo en la tierra la misión de la liberación humana y, concluida ésta, ascendió de nuevo a su lugar de origen. También nosotros, con el concurso de nuestros padres, hemos descendido desde el pensamiento y el amor de Dios en que habitábamos, y permanecemos un tiempo aquí realizando la tarea asignada a cada uno de nosotros. Cumplido el tiempo hemos de regresar a nuestro lugar de origen. Pero lo mismo Jesús que su Madre María no dejaron vacío ese espacio de tiempo: “he venido para hacer la voluntad del que me envió” (Jn 5,30); “Mi alimento es hacer la voluntad de Mi Padre” (Jn 6,38), afirmó Jesús de Sí mismo. La Virgen dijo sencillamente: “hágase en Mí según tu palabra” (Lc 1,38). Y ello representó la ocupación que dio sentido y plenitud totales al tiempo de su paso por la tierra.
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Cuando nosotros, hombres y mujeres de nuestro tiempo, tomamos conciencia de nosotros mismos y nos preguntamos: ‘¿y yo qué hago aquí?’, sin encontrar ninguna respuesta positiva -lo que hoy sucede en la mayoría de los casos- ocurre que lo que decidimos es no seguir preguntando sino seguir viviendo de una manera primaria. Y entonces es la vida misma, en su forma más elemental, la que adoptamos como designio básico, es decir, la tierra misma y sus seducciones.
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Lo que sucede es que hemos invertido nuestra mirada y nuestra orientación: miramos a la tierra, y a veces a los abismos de la tierra, y creemos que por fin hemos descubierto el camino y la verdad. Todos somos testigos del frenesí con que nos abrazamos a los atractivos de la vida presente y a cuanto puede colmarla de satisfacciones exclusivamente ligadas al espacio temporal y material. Damos por hecho que no hay otras perspectivas. Nos identificamos con la mentalidad según la cual todas las convicciones del pasado deben ser vueltas del revés, y que nuestro horizonte se ciñe a la vida y a la tierra. Porque es aquí donde tenemos nuestra única casa y donde discurre toda nuestra existencia. Donde, por consiguiente, va a tener lugar la experiencia total de todo lo que los hombres representamos.
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Precisamente, lo característico de nuestra cultura es el abrazo que hemos dado a la tierra, las raíces profundas con que nos hundimos y fundimos con ella. En realidad, estamos confundiendo todos los datos acerca de nosotros mismos. Sin embargo, la primera necesidad del hombre es la de re-conocerse a sí mismo objetivamente; la urgencia de identificar su significado dentro del escenario al que pertenece. Una realidad personal que no se da a sí mismo, como ocurre con el conjunto de su entidad existencial.
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No es él quien ha elegido el estar y el ser en la existencia, por consiguiente, quien puede optar libremente por la naturaleza de cuanto le define esencialmente, ni por la cualidad, propiedades o categorías de su ecosistema superior. El hombre posee una naturaleza y una sobrenaturaleza, que se complementan pero que no se confunden. Una y otra proceden de quien es el Ser por excelencia, de quien es fuente de todos los seres, especialmente de los que tienen algún grado superior de semejanza con Él, como es el hombre.
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Esta es la lección de María en este día de su Asunción. Ella nos invita a transitar por la tierra realizando el designio inalterable de Dios sobre el conjunto de los hombres y sobre cada uno de nosotros. A comprender que es únicamente así como nos realizamos en libertad y verdad, y que fuera de Él no hay otra posibilidad de salvación presente o futura.
Hoy María nos invita a habitar con Ella desde ahora en los cielos, mientras cumplimos todavía nuestro itinerario terrestre.
Paso al Noviciado católico de Fr. Pablo
Querido Fr. Pablo:
Cuando te dispones a iniciar tu noviciado canónico, recuerdas que el fin esencial de la vida monástica es la búsqueda de Dios mediante la configuración con Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo. Nuestro Padre San Benito lo vivió en primera persona cuando, como narra San Gregorio Magno, “deseando agradar a solo Dios, buscó el hábito de la vida monástica” (Diálogos, II, Prólogo).
Soli Deo placere desiderans, “deseando agradar a solo Dios”. Ésta es la clave de bóveda del edificio benedictino. Y el propio San Benito, como norma fundamental al recibir a un postulante a la vida monástica, exigirá que se mire con solicitud “si realmente busca a Dios” (RB 58, 7). Es el “¡sólo Dios!” que exclamará alguien que murió bien joven pero que quiso empeñarse en seguir su senda, como fue San Rafael Arnáiz.
Por lo tanto, el quaerere Deum, la centralidad de Dios, es la esencia misma de la vida monástica. Deseo de sólo Dios, de encontrarle a Él, de vivir para Él, de morar en el único Dios que es Trinidad de Personas y, por tanto, comunicación íntima de amor. Y el camino para ello es Cristo, el Dios humanado, el Verbo encarnado, de tal modo que el monje sepa que no debe anteponer nada al amor de Cristo (RB 4, 21; 72, 11). El Beato Carlos de Foucauld lo expresaría de forma bien clara: “Hay un único modelo: Jesús. No buscar otro”.
En este camino y en esta imitación de Cristo, el monje cuenta también con el auxilio y con el modelo de María, la “estrella del mar”, como la invocaron tantos monjes medievales, entre ellos San Bernardo de Claraval al recordarnos que, cuando las dificultades, las tentaciones y las tribulaciones nos asalten, debemos mirarla a Ella y pedir su ayuda. Después de haber celebrado las I Vísperas de su Asunción gloriosa a los Cielos, parece oportuno fijarnos brevemente en María.
En la Santísima Virgen, el monje descubre el valor de su vida escondida con Cristo en Dios (cf. Col 3,3). El monje puede y debe colaborar a la Redención del mundo desde su Nazaret, desde la soledad y el silencio, desde lo oculto de su monasterio, a imitación de María, quien, en la soledad y el silencio de su habitáculo, recibió al Verbo que se encarnó en Ella para la salvación de los hombres. Así es como el Señor quiere obrar contigo: en lo oculto del monasterio, en una entrega silenciosa cada día, en un diálogo constante de amor a través de la oración, del trabajo, de la lectio divina y del estudio; así quiere que le ofrezcas tu vida, día a día, para amarle por todos los que no le conocen y por los que no le aman, con el fin de reparar las heridas abiertas en su Corazón por los pecadores, para que su Amor infinito no sea desatendido y para que ellos finalmente lleguen a conocerle y a amarle sin reservas. Dios quiere amar por medio de tu amor a los que no le aman y que tú le ames a Él por todos esos que no le aman.
Sin duda alguna, el mejor modelo de imitación de Cristo es su Madre, la primera que ha escuchado su voz, que ha obedecido a Dios y que ha cumplido su voluntad (cf. Mt 12,48; Lc 11,28) desde su “fiat” en Nazaret (Lc 1,38). Por eso, la imitación de Cristo conlleva la imitación de María y la imitación de María nos hace más fácil la imitación de su Hijo. San Rafael Arnáiz lo expresaba bien cuando decía: “Todo por Jesús, y a Jesús por María”.
La Virgen María es la “Maestra de todas las virtudes”, como dijo el Venerable Pío XII. En Ella encontramos un modelo para vivir las tres virtudes teologales: la fe, con su “fiat” y con su exhortación en Caná para hacer lo que Él nos diga; la esperanza, con su actitud ante la Muerte de Jesús y la espera en su Resurrección; y la caridad, como la vivió con Jesús y San José, o en Caná hacia los jóvenes esposos o con los Apóstoles en los orígenes de la Iglesia. También es modelo para todas las virtudes morales y de todas las cualidades en la que debe crecer el monje: la castidad virginal, la obediencia a Dios y a San José, la humildad de “la esclava del Señor”, la fortaleza en la Pasión, la laboriosidad en el hogar de Nazaret, el silencio, la oración y la contemplación: no olvides cómo ella contemplaba y meditaba las cosas divinas y celestiales en su Corazón Inmaculado (Lc 2,19.51).
Querido Fray Pablo: tomaste el hábito en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe de México y pasas al Noviciado canónico en la víspera de la Asunción de la Virgen. Por lo tanto, parece claro que la Santísima Virgen te quiere acompañar en el camino de tu vida monástica, siendo tu sustento, tu auxilio y tu Madre celestial. Te dispones, como dice N. P. S. Benito, a “militar para el Señor, Cristo, el verdadero rey, (y) tomas las potentísimas y espléndidas armas de la obediencia” (RB, Pról., 3).
El monje, como enseña toda la Tradición monástica, es el “soldado de Cristo”. Y hoy hemos celebrado la memoria de San Maximiliano Kolbe, mártir y ejemplo de caridad, quien por su parte instituyó la Milicia de la Inmaculada al servicio de la Virgen para gloria de Dios. Sé, así, un verdadero soldado de Cristo y de María, tomándolos por Capitanes; prepárate a combatir contra el demonio, el “viejo enemigo”, como se le llama en las vidas de los santos monjes, y disponte a conquistar las almas para Dios por medio de tu vida escondida de oración, de trabajo, de humildad y de obediencia en el monasterio.