El Noviciado de nuestra Abadía Santa Cruz está viviendo la afluencia de nuevas vocaciones. El viernes 2 de agosto y el sábado 14 de septiembre, respectivamente, hicieron su ingreso en la Abadía Fr. Jesús Á., de 29 años de edad, y Fr. José A., de 23, como nuevos postulantes. El primero deja una prometedora carrera en su campo profesional y el segundo entra después de haber terminado el Grado en Filosofía y el Master de Profesorado. Por otro lado, el miércoles 14 de agosto, después de las I Vísperas de la Asunción de Nuestra Señora, Fr. Pablo hizo su paso del período de postulantado al año de noviciado canónico, en la sencilla y hermosa ceremonia que tiene lugar para la ocasión según nuestro ritual; la homilía está colgada en esta página web. La comunidad benedictina agradece al Señor esta bendición especial que está recibiendo del Cielo. Otros jóvenes más están discerniendo en estos momentos su vocación.
Domingo XXV del Tiempo Ordinario
Hermanos en el Señor Jesucristo: Nos ha congregado el Señor y por eso estamos aquí reunidos. Es el Señor, el Mediador único entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús que se entregó en rescate por todos quien nos ha invitado a cada uno a participar en esta celebración. La oración cristiana no parte de iniciativa humana, no obtiene su eficacia por ser decisión nuestra. Nosotros hemos de colaborar con la gracia de Dios: eso es imprescindible también, pero la iniciativa, aunque nosotros no lo sintamos sensiblemente, es de Dios. Esto es tan importante que la definición de liturgia no puede ser otra que “el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” (Conc. Vaticano II) . Es el momento por excelencia en que ese sacerdocio de Jesucristo, su mediación entre Dios y los hombres, se pone de relieve de manera especial. En esta basílica el gran crucifijo que preside el altar nos ayuda a tener esto en cuenta. Es su sacrificio en la cruz el que nos disponemos a actualizar de una manera incruenta, pero sumamente eficaz. Agradecemos al Señor el que se haya fijado en nosotros, que somos pecadores, pero a pesar de todo cuenta con nosotros, quiere ejercer su sacerdocio con nuestra colaboración: la de los sacerdotes concelebrantes, como ministros ordenados; y la de los fieles que gracias al bautismo pueden acceder a recibir los sacramentos, siempre que su alma esté dispuesta y en gracia de Dios sin que pese sobre su conciencia ningún pecado mortal desde su última confesión.
Ninguna otra oración es tan grande como la Santa Misa. Pero requiere de nosotros ese esfuerzo continuo por vivir en gracia o recuperarla si la hubiésemos perdido por medio del sacramento de la reconciliación. La Eucaristía es pues una llamada constante a la santidad y a la vez es el sacramento del que proviene la fuerza para vivir en gracia, para conservar intacta esa condición de hijos de Dios recibida en el bautismo. No somos meras criaturas como cualquier ser creado por Dios. Somos sus hijos que se esfuerzan por dar testimonio del amor de Dios en un mundo que se ha vuelto muy hostil a su suave dominio, un mundo que se hace inhabitable de modo progresivo, para el que quiere proclamar de boca y con sus obras que Dios es autor de todo lo visible y es Padre de todos los hombres. Pero su llamamiento a aceptar su paternidad universal es rechazado por muchos de los llamados a ser hijos y viven solo como criaturas rebeldes y desagradecidos con sus cuidados providenciales. San Pablo nos pide que recemos por todos los hombres, los que son creyentes y los que se resisten a creer. Y también para que nosotros no seamos obstáculo a que ellos crean. Al contrario, debemos hacer diáfano el llamamiento de Dios y pedirle que multiplique sus llamadas y que se sirva de nosotros, si le parece bien, para que todos crean y lleguen al conocimiento de la verdad.
Hoy el evangelio nos ha dirigido una propuesta, muy audaz y muy realista, a servirnos del dinero, injusto y sucio por la codicia humana, para hacer el bien. Pero de modo muy realista nos ha advertido que no se puede servir a Dios y al dinero. Qué fácil es dejarse atrapar por la codicia del dinero de este mundo. Los cristianos debemos estar muy pendientes de nosotros mismos para no caer en sus lazos, porque la esclavitud al dinero nos aparta de Dios y pone obstáculos a los demás en su acceso a la fe o en su perseverancia en la vivencia de la fe.
Los obstáculos a recibir la fe en el que no la tiene, o la hubiese perdido, o en mantenerse en ella no los nombra el pasaje del Evangelio leído hoy, pero sí que ilustra muy a las claras la primera lectura del profeta Amós la idolatría del dinero: por esa búsqueda de la rentabilidad llegando a traficar con personas humanas, vendiendo al pobre por un par de sandalias. Hoy también se trafica con personas humanas, con los niños aún no nacidos, puesto que se obtiene una rentabilidad increíble con el feto del niño abortado, siendo uno de los negocios más lucrativos. Y ante eso callamos y parece que es de mal gusto denunciarlo. Pero en las iglesias que se salta por alto el deber de denunciar la falta de respeto de la vida de los niños no nacidos o de los enfermos terminales de nuestra sociedad nos deberíamos prohibir entrar, porque es una grave omisión que ofende a Dios. Nos escandalizamos farisaicamente por la esclavitud y la pena de muerte de épocas pasadas y somos cobardes para enfrentarnos a los pecados que legitiman nuestras leyes actuales y democráticas.
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Hermanos, no nos debe bastar el orar para que el mundo vuelva a su Creador y respete la ley natural manifestada en su creación e impresa en la conciencia de todo hombre: la situación actual reclama de nosotros una implicación mucho más consciente en la situación que vivimos y acudir a la penitencia y al ayuno para no dejarnos arrastrar por esta ceguera colectiva, puesto que si nos falta diligencia en hacerlo al fin estamos cayendo en pecado de omisión y estamos consintiendo que se cometan esos pecados tan graves, por no poner los medios a nuestro alcance para si quiera frenar el deterioro moral de nuestros días, que se está cobrando entre los propios creyentes tantas víctimas por su indolencia ante pecados que claman al cielo. Ante las situaciones de urgente necesidad en la Sagrada Escritura es una constante el acudir al ayuno, la penitencia y la oración, además de revisar si nuestras relaciones comerciales o sociales a nivel personal o colectivo son justas. No podemos banquetear y gastar despreocupadamente, mientras el pecado se extiende por doquier y nos mancha a todos. No debemos escandalizar a otros con nuestra falta de sensibilidad social ante tantos desheredados, ni ante tantos crímenes cometidos al amparo de las leyes. No debemos salir de esta celebración sin escuchar la voz angustiosa del Señor que clama justicia en la persona de los pobres y de la sangre de los inocentes con la que se trafica, pero también el Señor nos habla en nuestra conciencia y nos dice y ¿tú estás a la escucha de lo que te digo en Mi Palabra que hagas?
Hoy celebramos la memoria de muchos mártires en nuestra patria y fuera de ella que dieron testimonio de Cristo hasta derramar su sangre. Nos encomendamos a ellos para que nosotros no faltemos a nuestros graves deberes en esta hora de prueba que debe convertirse en un estímulo para vivir la santidad que nuestra condición de hijos de Dios reclama y el ser hijos de una Madre tan sensible a las necesidades ajenas, como lo mostró en Caná de Galilea: es para nosotros una ayuda que no debemos desestimar. La Bienaventurada Virgen María es nuestro modelo: ella se implicó en las necesidades humanas de los recién casados y en la Cruz la de todos los hombres: por eso es ahora nuestra Abogada en nuestros grandes apuros espirituales y corporales. Para el cristiano de hoy el rezo cotidiano del santo Rosario unido a la penitencia y a su formación en la fe cristiana es una manera de asumir esta responsabilidad del momento actual.
Actividades culturales en el Valle de los Caídos y de monjes de la Comunidad en agosto
El sábado 10 de agosto, con motivo de la fiesta de San Lorenzo, Patrono de San Lorenzo de El Escorial, el P. Prior Administrador de la Abadía Santa Cruz recibió la Medalla al Mérito Artístico concedida al P. Laurentino Sáenz de Buruaga, a título póstumo, por el Muy Ilustre Ayuntamiento de esa localidad, en el acto de Honores y Distinciones de 2019 habido en el Teatro Real Coliseo Carlos III y presidido por la Alcaldesa, Dª Carlota López Esteban.
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Desde el lunes 19 hasta el sábado 24 de agosto, se celebró en nuestra Hospedería la XL Semana de Estudios Gregorianos, organizada por nuestra Abadía y por la Asociación Hispana para el Estudio del Canto Gregoriano (AHisECGre), con el recuerdo especial este año de la figura del P. Laurentino y con la presencia del Dr. Giovanni Conti, Presidente de la Sección Italiana de la Asociación Internacional de Canto Gregoriano, como profesor invitado, además de la docencia impartida por los otros profesores habituales: los PP. José Ignacio González y Juan Pablo Rubio, monjes de nuestra Abadía, así como D. Juan Carlos Asensio, D. Santos Carmelo Santamaría y D. Manuel Alberto Díaz-Blanco. Este año el número de participantes creció mucho, superando los 70, los cuales cantaron en la Santa Misa conventual de 11 h. en la Basílica y en las Vísperas a las 19,30 h. en la Capilla del Monasterio, alternando con los monjes, y el jueves 22 cantaron el rezo de Vísperas en la Parroquia de Navacerrada.
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Entre el martes 27 y el jueves 29 de agosto, el P. Santiago Cantera, Prior Administrador de la Abadía, participó con una ponencia sobre San Agustín y San Benito en el curso “Los santos, esos vencedores. Hacia una historia hagiocéntrica de la Iglesia”, organizado por Mons. Juan Antonio Martínez Camino, Obispo Auxiliar de Madrid, dentro de los “Cursos de La Granda”, y en el que intervinieron varios profesores de Teología y Filosofía. A las sesiones asistió el Profesor Dr. Juan Velarde Fuertes, Presidente de la Fundación Cursos de La Granda y Presidente Honorario de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y el último día estuvieron presentes asimismo el Cardenal-Arzobispo Emérito de Madrid, Mons. Antonio María Rouco Varela; el Obispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes (quien ofreció una ponencia sobre San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, justo a continuación de nuestro P. Prior Administrador); Mons. Alfonso Carrasco Rouco, Obispo de Lugo; y el Dr. Emilio de Diego, Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y organizador de los Cursos de La Granda junto a D. Juan Velarde. Con motivo de este viaje, el P. Santiago pudo visitar a las monjas benedictinas del Monasterio de San Pelayo de Oviedo, rezar Vísperas con ellas y celebrar la Santa Misa en el altar del santo mártir.
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El jueves 29 de agosto, el P. Juan Pablo Rubio asistió a las XLIV Jornadas de la Asociación Española de Profesores de Liturgia, celebradas en la cercana localidad de Guadarrama entre los días 27 y 29 del mes y que este año versaron sobre “El lenguaje no verbal en la liturgia”.
Retiros, predicaciones y otras actividades espirituales de monjes del Valle de los Caídos en julio y agosto
Entre el lunes 8 y el lunes 15 de julio, Dom Santiago Cantera, Prior Administrador de la Abadía Santa Cruz, predicó la novena de Nuestra Señora del Carmen en la iglesia de las MM. Carmelitas Descalzas de San Lorenzo de El Escorial, siendo invitado este año a hacerlo con motivo del centenario del ingreso de Santa Maravillas de Jesús en dicho Carmelo, que se conmemorará el próximo 12 de octubre; el martes 16, fiesta de la Virgen del Carmen, predicó D. Juan, Sr. Cura Párroco de San Lorenzo de El Escorial, y le acompañaron también en la Misa el P. Prior Administrador de nuestra Abadía, el P. Prior y otro fraile agustino del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y el vicario de la Parroquia, quienes luego participaron igualmente en la procesión por algunas calles de la localidad.
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Entre el viernes 26 y el domingo 28 de julio, tuvo lugar en la Hospedería externa la I Escuela de Espiritualidad Benedictina, predicada por el P. Santiago Cantera y a la que asistieron 95 personas, quienes participaron en la Misa conventual y en algunas de las horas del Oficio Divino; a modo de ejercicios espirituales, se meditó sobre el prólogo de la Regla de San Benito; el Sr. Obispo de Alcalá de Henares, Mons. Reig Pla, que se encontraba de retiro esos días en la Abadía, asistió a todas las charlas.
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Entre el lunes 5 y el sábado 10 de agosto, el P. Prior Administrador pasó unos días de retiro en el Monasterio de La Encarnación de Ávila, donde a su vez suplió al capellán y atendió espiritualmente a las MM. Carmelitas Descalzas y a otras personas.
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El domingo 25 de agosto, Dom Alfredo Maroto asistió, en representación de la Comunidad benedictina, a la Misa de despedida del Sr. Párroco de San Lorenzo de El Escorial, el querido D. Juan, después de 47 años al servicio de la misma. También en representación de nuestra Comunidad, Dom Juan Pablo Rubio asistió a la Misa exequial y al entierro de Dom Augusto Pascual, que fue abad de San Salvador de Leyre, en ese monasterio navarro (domingo 25 de agosto). Igualmente en representación de nuestra Comunidad, el P. Abad Emérito, Dom Anselmo Álvarez, compartió con la Comunidad de PP. Agustinos de San Lorenzo de El Escorial la fiesta de San Agustín (miércoles 28 de agosto).
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El viernes 30 de agosto y el sábado 31, Dom José Ignacio González impartió una conferencia sobre San Benito en el pueblo de Monreal del Llano (Cuenca), del que es Patrón, por invitación del Ayuntamiento y de la Parroquia, y celebró la Misa de inauguración del año jubilar concedido a la villa y participó en la procesión final.
Exaltación de la Santa Cruz
Queridos hermanos:
Durante la procesión de entrada, la Escolanía ha cantado el introito gregoriano tomado de la Carta de San Pablo a los Gálatas (Gal 6,14): Nos autem gloriari oportet in cruce Domini nostri Iesu Christi: “Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en la que se encuentra nuestra salvación, vida y resurrección, y por la cual hemos sido salvados y liberados”. Celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, porque la Cruz, signo de muerte ignominiosa en el mundo antiguo, ha sido convertida por Cristo en el Árbol de la Vida donde Él nos ha devuelto la amistad con Dios Padre e incluso nos ha alcanzado el ser hechos hijos adoptivos suyos, recibiendo el Espíritu Santo que nos vivifica y nos santifica (cf. Jn 1,12; Rm 8,14-17; Ef 1,5; 1Jn 3,1-2).
La Cruz, como bien lo reflejó San Buenaventura y lo ha recogido toda la Tradición de la Iglesia, es “el árbol de la vida” y del amor, pues en ella han sido vencidos la muerte, el pecado y el demonio. En la Cruz de Cristo se nos revelan las entrañas más profundas del amor de Dios, según hemos escuchado al mismo Jesús en el diálogo con Nicodemo del Evangelio de hoy (Jn 3,13-17): “Tanto amó Dios al mundo, que entregó su Unigénito para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
Por eso, no sólo debemos adorar la Cruz y quedarnos admirados de lo que en ella ha obrado el Hijo de Dios, sino que también, como discípulos de Jesucristo, habremos de participar de la Cruz, subiéndonos a ella y abrazándola con fuerza y con amor. No hay otra forma de santificarse y de llegar al Cielo. San Benito nos lo recuerda a los monjes al decir que, si participamos con paciencia en los sufrimientos de Cristo, mereceremos compartir también su reino (RB Pról., 50). Y San Juan de la Cruz lo expresa con claridad: “el que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo” (Dichos de luz y amor – Puntos de amor, 23).
Según un dicho español, “un santo triste es un triste santo”: la alegría espiritual es un elemento fundamental que ha de relucir al exterior en la vida de un santo, porque quien vive en Dios sabe que nada le falta y que tiene quien vele sobre él bondadosa y solícitamente. Pero esto no quita que se dé también otra realidad innegable: no hay santo sin cruz, porque la cruz es el signo del cristiano y Jesús fue el primero que la asumió para enseñarnos cómo llevarla e incluso cómo morir en ella. Por eso, la cruz no es sinónimo de tristeza espiritual; sí lo es de dolor y sufrimiento, pero de un sufrimiento que debe ser abrazado con amor de Dios, y ese amor de Dios es el que hace vivir la cruz con alegría.
El sufrimiento puede ser físico o moral, o bien ambos juntos. Aquel que se esfuerza por afrontar el sufrimiento mirando a Cristo en la Cruz e incluso subiéndose y abrazándose a la cruz desnuda, cuando hasta el mismo Cristo parece esconderse en ella, como decía San Rafael Arnáiz, llega a descubrir que, más allá del amor humano, el amor de Dios es el único capaz de sustentar al hombre; y lo es especialmente no ya cuando se palpa sensiblemente ese amor de Dios, sino cuando éste se vive con la pura fe, pues hasta el fervor puede faltar y hasta es posible tener la impresión de sufrir también el abandono de Dios, como el mismo Cristo lo experimentó en su naturaleza humana. La experiencia de la “noche oscura” en los santos místicos es muy rica en este punto; entre los santos recientes que han vivido esto, podemos recordar a la M. Teresa de Calcuta.
Esta experiencia tan íntima termina por penetrar con una mayor profundidad en la inmensidad del amor de Dios y de todo el misterio de Dios, alcanzando una alegría espiritual que confiere auténtica paz, la cual se transmite entonces al exterior. Y por eso los santos viven la misma cruz con alegría, sin temor a la persecución y a ningún mal exterior.
Ayer la Iglesia celebraba a San Juan Crisóstomo, quien fue desterrado dos veces por denunciar públicamente la corrupción y las inmoralidades de la corte de Constantinopla en el siglo IV. Ante la persecución, afirmaba: “Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? ‘Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir’. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena’. ¿La confiscación de los bienes? ‘Sin nada vinimos al mundo y sin nada nos iremos de él’. Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. […] Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’. Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña” (Homilía antes de partir al exilio).
A este respecto, cabe recordar y aplicarnos a nosotros mismos lo que Santa Maravillas de Jesús, de quien el próximo 12 de octubre se cumplirán cien años de su ingreso en el Carmelo de El Escorial, decía acerca de los momentos difíciles y de persecución que atravesaban sus carmelitas: “Cuando nos preguntan si estamos preocupadas, si tenemos miedo, me suena tan raro, me parece que tiene tan poca importancia cuanto a nosotras nos pueda pasar, y que sólo la tiene la gloria de Dios, y esto me pasa con lo del mundo” (Carta 336).
Abracémonos, pues, a la Cruz, “el signo de la vida”, como la denominó el papa San Gregorio Magno (Diálogos II, 3), y en la Cruz abracémonos a María, quien permaneció fiel a los pies de su Hijo crucificado y nos recibió como hijos en la persona de San Juan Evangelista.
Domingo XXIII del tiempo ordinario
Queridos hermanos: la Palabra de Dios proclamada, seleccionada por la Iglesia para nosotros, es alimento para nuestra vida, es el aliento que Dios nos ofrece para caminar en este mundo con una meta segura, sabiendo dónde nos dirigimos y las dificultades que nos esperan en cada encrucijada. Sin esta orientación divina, andaríamos errantes y dañándonos a nosotros mismos, como sucede con tantos hermanos nuestros que no la conocen o la rechazan y que acaban perjudicándose a sí mismos con lo que erróneamente piensan que es su bienestar y su felicidad.
Las lecturas de hoy aparentemente carecen de conexión lógica pero hay un diálogo, pregunta y respuesta entre ellas. El autor sagrado del libro de la Sabiduría se plantea cómo conocer la voluntad de Dios. El evangelio ofrece una respuesta desconcertante: Dios quiere que pospongamos a nuestros padres, hermanos, cónyuge e hijos y que nos neguemos a nosotros mismos para concentrarnos en cargar con la cruz y seguir a Jesús como única meta de nuestra vida. La exigencia sube de tono hasta esa frase lapidaria: el “que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío”. Queridos hermanos: esos bienes no son solo nuestros seres más queridos, sino poder, riqueza, comodidad, prestigio, fama, currículum, placer, satisfacción y seguridad.
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Estas exigencias extremas de renuncia a bienes incluso legítimos, son sobradamente premiadas con las promesas de que Jesús no nos rechazará negando que nos conozca cuando llamemos a su puerta, sino que nos hará entrar al banquete celestial como auténticos discípulos suyos, por haberle seguido cargando con nuestra cruz y de que gozaremos de inmediatez de trato con Él, una dulce intimidad que nada ni nadie puede arrebatarnos y que es manantial inagotable de auténtica felicidad, ya en esta vida. La prueba de su poder de convicción es la pléyade de santos que han convertido en lema de su vida estas palabras, como S. Gregorio Magno o Sta. Teresa de Calcuta, conmemorados los días 3 y 5.
Ante las exigencias desconcertantes de Jesús, volvemos al libro de la Sabiduría para esclarecer el designio de Dios en el evangelio, que no deja ninguna duda de que nuestros esfuerzos puramente humanos son vanos y de que es imposible conocer el plan divino si Dios no nos envía su santo Espíritu desde el cielo. En este momento de la revelación, no se dice que sea una persona divina, pero prepara el camino a la revelación completa de Jesús. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga comprender lo imprescindible que es aceptar la cruz sin dudas ni repugnancias para seguir a Jesús.
Esa es la única solución de nuestro conflicto espiritual, no resuelto muchas veces por falta de aprecio y formación adecuada sobre el sacramento de la penitencia, auténtica puerta del cielo por la que se perdona todo, excepto no querer ser perdonado. Algunos pecadores públicos empedernidos, al experimentar la gracia del perdón, han hecho santas locuras de amor por Jesús. Paradójicamente los católicos de toda la vida corren gravísimo peligro de presentarse con las manos vacías el día del juicio, por no haber acogido nunca esa gracia y por resistirse a reconocer que también han traicionado al Señor como los demás, lo que les lleva a un aburguesamiento espiritual que impide su conversión a fondo.
Aun cuando nuestra conciencia se viera libre en general del pecado mortal, lo que deberíamos agradecer infinitamente a Dios, una de las gracias del sacramento de la penitencia con absolución individual, si se recibe con regularidad, es que nos ayuda a combatir nuestros pecados veniales, deliberados o habitualmente reiterados y a cargar con nuestra cruz y nos proporciona una presencia más viva del Espíritu Santo, que nos impulsa a que la voluntad de Dios sea la única meta de nuestra vida. El aprovechamiento de las ventajas de este gran medio de santificación nos ayudaría a abrazar nuestra cruz, a comprender su valor en nuestra vida y a no rebelarnos contra el Señor al rechazarla y dejarnos así engañar por Satán, que la dibuja como una montaña inaccesible para nosotros.
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El 2º de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, de los que ya nunca se predica, aun siendo plenamente actuales, establece que debemos confesar todos nuestros pecados mortales al menos una vez al año, en peligro de muerte y si se ha de comulgar. Por ello la Eucaristía ni puede comprenderse a fondo ni puede recibirse frecuentemente con fruto, sin la pureza que solo puede proporcionar la gracia de Dios mediante el sacramento de la reconciliación o penitencia con absolución individual. Por el contrario, la desgraciadamente tan extendida comunión en pecado mortal nos abocaría a un sacrilegio, una profanación mucho más grave que el pecado mortal que nos impedía comulgar en gracia de Dios.
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La adoración eucarística en la capilla del Stmo. hoy de 2 a 5,30, a la que estáis todos invitados, es una ocasión de oro para pedir una y otra vez con confianza: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor, que son eternos. Reconduce mi insaciable curiosidad de novedades diarias, que me aparta de tu seguimiento y me impide acoger la novedad perenne de tu Evangelio, siempre nuevo”. Encomendémoslo a nuestro ángel de la guarda y a la BVM, cuyo misterio de su natividad habríamos celebrado hoy si no fuera domingo, para que nos libre de caer en poder de Satán, ese león rugiente que ronda siempre buscando a quién devorar. Que así sea.