Queridos hermanos en Xto. Jesús: las lecturas proclamadas nos han proporcionado el alimento que necesita nuestra inteligencia. Cuando el hombre se deja instruir por Dios, la verdad que procede de Él, que es la Verdad, hace al hombre rico en su entendimiento, sabio por el discernimiento y la comprensión de la voluntad de Dios. El hombre queda así equipado para su tránsito terreno, un camino lleno de dificultades que se pone a sí mismo el propio hombre, aunque muchas otras le vengan de fuera.
Tenemos la impagable suerte de ser los elegidos de Dios, a los que se nos dirige un mensaje que muchos desconocen, pero que por nuestra parte solemos olvidar con mucha frecuencia. El apóstol Santiago nos lo ha dicho bien claro en su carta: “Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los Astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas”. Cuando los hombres rechazamos ese don perfecto que viene de arriba, para sustituirlo con un sucedáneo fruto de nuestra voluntad, nos enfrentamos a Dios, caminamos por sendas tortuosas que nos alejan de Dios, la fuente de nuestra felicidad y de todo bien.
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La proclamación solemne de Moisés en el libro del Deuteronomio es ese beneficio y ese don perfecto que viene de arriba: “Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos. … ¿Cuál es la nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?”. Y a pesar de tener esta rica herencia y de poder comprobar a diario que cuando obedecemos los mandamientos de Dios sentimos una paz que ningún placer de este mundo nos puede proporcionar, nos empeñamos en trazarnos un camino diferente en la vida. Buscamos la felicidad por un camino solo aparentemente más corto y menos complicado. Nos parece que la sabiduría de Dios no está hecha para nosotros. Creemos haber descubierto una clave de felicidad mucho más fácil y accesible.
Queridos hermanos: el camino que el hombre se traza en contra de la ley natural causa tanto dolor al Señor que somos incapaces de imaginarlo. Además de todos nuestros pecados personales, los pecados tan diabólicos de la anticoncepción, el aborto y la manipulación genética, cometidos en forma tan descaradamente exagerada, son una apostasía que el demonio ha introducido en todas partes, incluso en naciones siempre tan católicas como España.
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La sangre de los no nacidos se eleva al cielo como un holocausto silencioso que requiere que se haga justicia. Estos niños asesinados en el vientre de sus propias madres oran por sus verdugos y por sus cómplices, que con toda desfachatez nos llaman terroristas a quienes sin ninguna violencia defendemos que se respete la vida del concebido no nacido. Estos insultos les salen gratis, porque son sistemáticamente silenciados por los poderes mediáticos, dominados por la dictadura del relativismo y por la ideología de género, que, como ha dicho Mons. Munilla, no es otra cosa que la metástasis del marxismo, camuflado ahora para subsistir en su diabólico propósito, condenado al fracaso de antemano, de construir un mundo sin Dios.
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Los detalles que narra el Evangelio nos pueden parecer ajenos a nuestro mundo. Aunque no hagamos problema de limpiar ritualmente las manos o los vasos, podemos aplicar la enseñanza de Jesús a nuestro entorno, donde al tiempo que se trata de introducir nuevos preceptos sociales, como no fumar en recintos cerrados o respetar a los animales no racionales, se nos presenta el aborto como un derecho fundamental innegociable, irrenunciable y exportable a toda mujer, cuya voluntad personal se eleva a la categoría de dogma infalible. Por desgracia, nuestra sociedad, ahora más que nunca, idolatra sus leyes e insaciables apetitos, por muy opuestos que sean a la sabiduría infinita de los mandamientos divinos y la ley natural. Una vez aparcado Dios de nuestra vida, se originan toda clase de crisis, se llega a una situación caótica y por muchos análisis que hagamos no salimos de ahí, porque cerramos los ojos para no ver la verdadera causa. Es necesario que palpemos que no remontaremos crisis sociales y económicas con nuestras propias fuerzas, porque solo con la ayuda de Dios podemos convivir en paz.
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Queridos hermanos: la celebración que estamos viviendo nos debería llevar a la alabanza de la ley de Dios. Los mandamientos de Dios no son pesados, sino luz que se proyecta sobre el camino de la verdad y de la vida y que nos libera de tantas esclavitudes. Muchas veces tenemos que repetírnoslo, porque no superamos nuestras pasiones desordenadas. Ahora es ese momento de lucidez en que queremos alabar a Dios por hacernos depositarios de este rico legado puesto en nuestras manos.
Todos deberíamos acudir, a ser posible todos los días, a esa fuente que es la Palabra de Dios, para restaurar la verdadera imagen de Dios en nuestro ser y no dejar que nuestro espíritu sea seducido por la envidia, la venganza, el orgullo, la frivolidad y el resto de maldades que nos ha dicho el Señor que salen de nuestro interior no purificado y hacen al hombre impuro. La comunión eucarística en gracia de Dios purificará nuestro ser y lo hará dócil a los mandamientos del Señor si se lo pedimos con fe vivificada por la caridad.
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Hermanos: no dejemos pasar ni un día sin comulgar en gracia de Dios o al menos sin una visita al Stmo. Si no podemos ir a la Iglesia, hagamos al menos la comunión espiritual. Digamos por ejemplo: “Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza humildad y devoción con que os recibió vuestra Stma. Madre, con el espíritu y fervor de los santos”. Pidamos a la Virgen del Valle, nuestra madre, que interceda ante su Hijo para que nos conceda la gracia de anhelar el encuentro íntimo con Él, anticipo de las que gustaremos en el cielo. Que así sea.