Queridos hermanos: después de cinco semanas en las que estamos celebrando la pascua con lecturas y oraciones que irradian la alegría pascual, ésta se incrementa en este VI domingo. En el domingo III de pascua, el introito o canto procesional de entrada era “Aclamad al Señor tierra entera”; el siguiente, “La misericordia del Señor llena la tierra”; el domingo pasado, “Cantad al Señor un cántico nuevo”; en este sube la intensidad del canto: “Anunciadlo con gritos de júbilo… El Señor ha redimido a su pueblo”. Hemos acudido a la llamada interior a cada uno de celebrar esta Eucaristía, donde se actualiza el misterio de nuestra redención, pero que también tiene que visibilizarse, de modo que, como dice la oración colecta, “manifestemos siempre en las obras lo que repasamos en el recuerdo”.
Las lecturas hoy proclamadas nos ayudan a profundizar en la obra admirable de nuestra redención llevada a cabo por Cristo, nuestro Señor. En la primera lectura late esa deuda histórica del pueblo judío con sus hermanos de Samaría, territorio que queda en medio de la tierra prometida y que formó parte de la misma, pero que se había alejado de la fe pura de Israel y se había convertido en una de esas periferias existenciales de las que nos habla el Papa Francisco. El diácono Felipe abre brecha en la misión a los gentiles, en este caso antiguos fieles israelitas. Estaban sedientos de su antigua fe, ahora enriquecida con el cumplimiento de las promesas de los profetas. La novedad de su vuelta a la fe de Israel fue enriquecida de tal forma que supuso para ellos una explosión de alegría.
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En el salmo se proclama el reinado universal de Dios, que abarca toda la tierra, profecía que en nosotros se ha cumplido en extensión, pero que falta completar en fidelidad y profundización en la fe. Nuestra esperanza y colaboración está abierta hasta el heroísmo para llevar la profecía a su culmen histórico, obra principalmente de la redención, pero con los pocos panes y peces que podemos aportar para que el Señor haga el milagro de multiplicarlos. Hay muchas maneras de colaborar en la redención, dice S. Pedro en la segunda lectura, sin salir en la portada de los periódicos; por ejemplo, padeciendo por hacer el bien, sufriendo calumnias por anunciar con mansedumbre, respeto y buena conciencia el Evangelio con la palabra y la vida.
El Evangelio es el antídoto del pesimismo y la tristeza, a pesar de que Jesús ya les previene de que su partida de su vida terrena iba a provocar el desánimo entre los apóstoles y discípulos. Pero Jesús les anuncia algo tan grande que no podía simplemente ser dejado para última hora. Jesús ya les había hablado de que si uno cree en Él, si se entrega, si confía y está unido a Él, brotarán de su interior ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él. En su discurso de despedida es más explícito, pues ya estaba a punto de ser glorificado. Jesús dejará de estar visible, pero no sólo nos envía su Espíritu como aliado en nuestra lucha contra el mal, bien nos ataque en forma de desánimo o nos induzca a cualquier pecado, sino que además promete que aunque se vaya y los que tengan el espíritu del mundo no lo vean, sus discípulos le verán actuando en ellos y participando en sus luchas, verán los frutos de su presencia espiritual y de esa gran promesa del Padre que es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos otorga el arrepentimiento de nuestros pecados, pero también lo previene, pues cuando nos impulsa a un acto heroico no sólo evita el propio pecado, sino que todo el pueblo de Dios siente la repercusión benéfica de esa gran docilidad a su gracia y el ánimo renovado de vivir en plenitud su consagración bautismal y su renuncia a las seducciones del demonio se hacen extensivos a muchas personas, de forma invisible pero real.
Acto heroico es renunciar a las riquezas, al prestigio y a una vida social intensa y placentera y fiarse de Dios lanzándose al vacío sin paracaídas en un seminario o monasterio. Así lo hizo Akiko Tamura, de familia convertida del sintoísmo al catolicismo, que hace escasos meses emitió sus votos perpetuos en las carmelitas descalzas de Zarauz. Había estudiado medicina en la Universidad de Navarra, hecho prácticas en Harvard y acumulado un exitoso currículum en la Clínica Universitaria de Navarra. Fue una de las pioneras en España en realizar cirugías microscópicas con un robot. Sus amigas la definían como “la reina de la fiesta y del gin tonic”.
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La visita de S. Juan Pablo II en 2003 a Cuatro Vientos fue decisiva para Akiko. En nuestros oídos aún resuenan estas palabras del santo papa: “vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el evangelio y por los hermanos!”. Muchos recordáis cómo los jóvenes repitieron a coro: “vale la pena, vale la pena”. Pero a esta carmelita le conmovió otra frase del santo papa: “La evangelización requiere hoy con urgencia sacerdotes y personas consagradas”. Algunos testimonios de esta carmelita en una entrevista son: “La vida de un cristiano es no poner impedimentos. Dejarse querer, dejarse hacer”. Y también: “puedes ser carmelita y ser feliz, estar encerrada y ser feliz y ser libre. Sí, soy feliz y no lo cambiaría por ningún quirófano ni por nada del mundo”.
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Dios no se deja ganar en generosidad y sigue llamando, pero estas noticias no salen en las portadas de los medios de comunicación, a no ser por sensacionalismo. Encomendemos a Nuestra Sra. del Valle que dejemos de buscar nuestra felicidad por caminos equivocados y que, como reina de las vocaciones, nos obtenga la gracia de que haya cada vez más jóvenes dispuestos a entregar su vida en servicio a sus hermanos. Que así sea.