Queridos hermanos: la Iglesia universal celebra hoy a Sta. María, Madre de Dios. S. Cirilo de Alejandría, que combatió con energía las enseñanzas de Nestorio y fue la figura principal del Concilio de Éfeso, afirma en la lectura que aparece en la liturgia de las horas en la dedicación de la basílica de Santa María, el 5 de agosto: “¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡qué cosa tan admirable! […] Quiera Dios que todos nosotros reverenciemos y adoremos la unidad, que rindamos un culto impregnado de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar, con nuestras alabanzas, a María siempre virgen, el templo santo de Dios, y a su Hijo y esposo inmaculado”. S. Atanasio, otro doctor de la Iglesia anterior a S. Cirilo y preclaro defensor de la divinidad de Jesucristo contra el arrianismo, asegura: “El cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano. […] la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones”. Como dice la oración colecta de la fiesta de S. Cirilo, defensor invicto de la maternidad divina de la Virgen María, pidamos que cuantos la proclamamos verdadera Madre de Dios podamos llegar a la salvación eterna por la encarnación del Hijo de Dios.
Por otra parte, como el nacimiento del Señor, Príncipe de la Paz, trajo la paz al mundo, la Navidad está unida a la paz universal, anticipo de la paz definitiva. De ahí que este primer día del año civil se celebre la jornada mundial pontificia por la paz, este año dos días después de la Jornada pontificia por la Familia y la Vida, que tuvo lugar en la Fiesta de la Sagrada Familia. Y es que paz, familia y vida están íntimamente interrelacionadas. No se puede estar a favor de la paz y en contra de la familia y de la vida. Es totalmente contradictorio e hipócrita tener ansias infinitas de paz y al tiempo defender el aborto, la manipulación genética y la eutanasia, crímenes que crean una espiral de violencia, aunque se presenten en nombre de la tolerancia (entre comillas) y con lenguaje pacificador para disfrazar su verdadera razón de ser, que no es sino esclavizarnos con la mentira y el horror. ¿Creemos ingenuamente que tendremos paz si a nuestro lado se asesina a niños inocentes o se masacra a enfermos terminales y a ancianos moribundos?
Como sucede con otras palabras como amor, caridad o dignidad, la paz ha perdido casi por completo su profundo sentido cristiano en el lenguaje corriente de hoy en día. La opinión pública y los medios de comunicación social confunden la paz con la ausencia de violencia y el mero silencio de las armas. Si todos nos conformáramos con que el que tenemos al lado no nos molestase ni nos pisase el terreno, podríamos acabar viendo a nuestro prójimo no con los ojos de la fe sino con los criterios del mundo, que amenazan cada vez más enturbiar nuestra alma.
Satanás quiere convencernos a toda costa de que la paz se construye únicamente sobre el bienestar material y de que éste es y será la panacea infalible para todos los problemas de una sociedad. Pero si miramos a otras naciones vecinas, nos damos cuenta de la enormidad del engaño: la abundancia de riquezas, en sociedades sin valores humanos y espirituales, produce inevitablemente generaciones crispadas, con un alto índice de suicidios, de muertes por sobredosis de droga, de delincuencia violenta y de familias destrozadas. El paso previo para llegar al corazón y a las necesidades de los demás es estar en paz con el Señor, con toda razón llamado “Príncipe de la paz”. San Beda el Venerable, monje benedictino inglés (s. VIII), escribió: “La verdadera y única paz de las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo”.
El Señor quiere despertarnos y sacarnos de nosotros mismos, de nuestras preocupacio¬nes, pero muchas veces le contestamos, con palabras o con obras: “déjame en paz, no me perturbes, que estoy demasiado cansado, tengo mucho trabajo, me perjudica la salud, necesito tiempo”. El Señor insiste suavemente: “Si dejas por Mí ese descanso te recompensaré. Ora Conmigo sólo un momento”. Nos cuesta aceptar que la Cruz, que hasta Jesucristo fue un instrumento de suplicio donde expiraban los criminales, es en adelante la luz y la paz del mundo.
La verdadera paz sólo se logra pues cuando acudimos a la oración y cuando dejamos que Dios sea el verdadero Señor y árbitro de nuestras vidas. Busquemos a Dios y siempre lo encontraremos con los ojos fijos en nosotros; y en Su mirada hallaremos la paz. En nuestras manos está, ante todo con nuestra oración y buenas obras para que el Señor tenga piedad y nos bendiga, que falta nos hace a todos. Todo ello siempre confiando en la poderosa intercesión de Sta. María, Reina de la paz. Al igual que Ella, conservemos todas estas cosas meditándolas en nuestro corazón. Encomendemos también la misión recordada por S. Pablo: que los que no conocen a Cristo respondan a la fe para gloria de su nombre, Emmanuel, Dios con nosotros. Muchos todavía no saben que la Navidad es la buena noticia de que el Emmanuel se hace presente hoy y siempre si queremos recibirlo. Os deseo a todos un feliz 2013 lleno de las bendiciones divinas. Que así sea.