De forma ordinaria y habitual, salvo ocasiones puntuales, Intereconomía TV va a seguir retransmitiendo la Santa Misa de los domingos desde la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos. La audiencia está siendo muy elevada y varios días ha rondado ya el millón de telespectadores. Son muchos, en efecto, los mensajes que está recibiendo la Comunidad benedictina acerca de la impresión y el impacto que a un gran número de personas le causa la Misa en la Basílica, tanto desde el punto de vista litúrgico como desde el doctrinal y del contenido de las homilías. Además, la repercusión alcanzada tiene cada vez mayor proyección universal, como se constata en diversos medios de comunicación de Hispanoamérica y en algunos canales hispanos de televisión de Estados Unidos (por ejemplo, en el estado de Oregón). Es obligado hacer un agradecimiento al despliegue de medios realizado por Intereconomía TV para la retransmisión de la Santa Misa, agradecimiento que debe aumentar al ser conscientes del bien espiritual que ello está haciendo en muchas almas en España y fuera de España.
Nuevas Misas multitudinarias
Además de constatar una presencia sensiblemente mucho mayor de fieles que otros años en las Misas de medianoche del 24 de diciembre (Misa del Gallo) y del día de Navidad (25 de diciembre), así como de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios (1 de enero), los domingos 26 de diciembre y 2 de enero se han celebrado en la Basílica Misas verdaderamente multitudinarias en cuanto a asistencia de fieles se refiere, muchos de los cuales han tenido que quedar de pie. La del domingo 26, Fiesta de la Sagrada Familia, tuvo al P. Santiago Cantera como celebrante principal y fue retransmitida por Intereconomía TV. La del 2 de enero fue celebrada por el P. Prior, Dom Alfredo Maroto, y llama la atención observar que, a pesar de coincidir con la Misa de las Familias que a la misma hora tenía lugar en Madrid, la Basílica quedó repleta (por ese motivo no fue retransmitida por TV la Misa de la Basílica). Todos estos días ha sido muy abundante el número de personas que se han confesado y que han comulgado. Asimismo, sorprende la elevada afluencia de fieles a la Santa Misa a diario durante estas Navidades, pues su número solía ser bastante reducido por estas fechas en años anteriores.
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Por lo tanto, la Comunidad benedictina constata un rebrote de la fe en la Basílica y en todo el conjunto del Valle de los Caídos. La Cruz que preside el santuario revela una vez más su misterio: los tiempos de sufrimiento por la presión externa, vividos por el cristiano en estrecho abrazo con Cristo crucificado y sin retroceder en la profesión pública y valiente de su fe, producen frutos del ciento por uno y hacen que la vida espiritual reverdezca allí donde se veía amenazada. La Comunidad, firme en sus propósitos y acogiendo además la solicitud hecha cada vez por más personas que acuden al Valle, está planteando las maneras de dar forma y continuidad al movimiento espiritual que en este tiempo ha surgido en torno al lugar sagrado, organizando más actos de culto, promoviendo actividades, vías de colaboración, etc. Los monjes animan a cuantas personas les sea posible a continuar acudiendo a la Basílica, a participar de los actos religiosos en ella y a orar con devoción en privado ante el magnífico Cristo del altar mayor y en las capillas laterales, especialmente en la del Santísimo.
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Queridos hermanos en Cristo Jesús:
La Iglesia Católica ha celebrado tradicionalmente el día 1 de enero, cerrando la Octava de Navidad, la Circuncisión del Señor, del Emmanuel, Dios con nosotros. Aquel rito había sido establecido como signo de la alianza de Dios con el Pueblo de Israel y Jesucristo lo sustituiría por el sacramento del Bautismo, a través del cual se nos borra el pecado original y adquirimos la condición de hijos de Dios. Al ser circuncidado, Nuestro Señor derramó por primera vez su Sangre en un anticipo de lo que sería su Pasión. Muchos autores antiguos y del Medievo meditaron este hecho y se enternecieron ante el Niño Dios, que demostró así ser verdadero hombre. Además, unida a la Circuncisión, se ha celebrado la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús el domingo entre la Circuncisión y la Epifanía. El nombre de Jesús, como sabemos, significa Salvador, y sólo pronunciarlo nos debe inspirar profundo respeto y sincera devoción.
Pero asimismo la Santa Iglesia Romana había celebrado desde muy antiguo el día 1 de enero la Maternidad divina de la Virgen María, que en la Iglesia oriental se fija en el 26 de diciembre. Con Pío XI se había establecido el 11 de octubre, pero en la última reforma litúrgica se recuperó la fecha primitiva. El Papa Pablo VI, en un deseo de revalorizar el culto a la Santísima Virgen, que en los debates del Concilio Vaticano II en torno a la constitución Lumen gentium había sufrido severos vaivenes, introdujo con fuerza la advocación de Santa María, Madre de la Iglesia y quiso potenciar el inicio del año civil vinculando la jornada por la paz a la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, porque Ella es la Reina de la Paz.
María es la más perfecta, la más excelsa y la más hermosa de las criaturas salidas de las manos de Dios. Más aún: siendo por naturaleza inferior a los ángeles, ha sido sin embargo elevada por Él a la dignidad de Reina de los Ángeles. Y todo esto lo es porque desde la eternidad Dios la eligió amorosamente para ser la Madre de su Hijo. Por lo tanto, la Maternidad divina es la raíz de todos los otros privilegios y gracias con que Dios la ha ennoblecido.
María no es únicamente Madre de Jesús-hombre, sino Madre de Jesucristo entero, verdadero Dios y verdadero Hombre. En Jesucristo se unen la naturaleza divina y la naturaleza humana en la Persona única del Verbo de Dios, la segunda de la Santísima Trinidad, el Hijo, en unión de síntesis con distinción de naturalezas, pero sin mezcla ni confusión ni división. Ésta es la unión hipostática, como quedó definida en los primeros concilios ecuménicos de la Iglesia frente a las herejías que erraban con respecto a la doctrina trinitaria y cristológica. Y por esa unión de ambas naturalezas en la Persona única y divina del Verbo, María es verdadera Madre de Dios, según lo definió el Concilio de Éfeso del año 431 frente a Nestorio. Debemos elogiar al gran protagonista de aquel sínodo, que realzó la dignidad de María y con ella la dignidad de la mujer: San Cirilo de Alejandría, a quien se ha tratado de vilipendiar en una película reciente que ha supuesto uno de los más estrepitosos fracasos del cine español de nuestros días -¡uno más de tantos fracasos!-
Por su Maternidad divina, Dios salvaguardó la Virginidad perpetua de María: Virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Convenía que la que había de ser Madre de Dios conservara intacta su integridad y su pureza. María es verdadera Madre Virgen por acción directa del Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo divino en su seno: sin intervención de varón, el Espíritu Santo creó en las entrañas de María un cuerpo y un alma humanos y en ese mismo instante la Persona del Verbo se unió a ellos, asumiendo la naturaleza humana sin despojarse de la divina. Además, con acierto ha sido comparado el nacimiento de Jesús, sin quebrantar la Virginidad de María, con la luz que atraviesa un cristal sin romperlo. Por la Maternidad divina en la Encarnación, María ha sido asociada a la familia divina de la Santísima Trinidad como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, según rezamos en el Santo Rosario.
Por razón igualmente de su Maternidad divina, Dios concedió a María otro privilegio único: la Inmaculada Concepción. Puesto que no podría transmitir a Jesucristo el pecado original y en atención a los futuros méritos redentores de su Hijo, Dios la preservó del pecado original en el instante de su Concepción. Este dogma sería definido por el Beato Pío IX en 1854 y confirmado por la Santísima Virgen en Lourdes en 1858. En consecuencia, Dios ha colmado a María de gracias, virtudes y santidad, haciendo de su alma y de su cuerpo un blanco resplandor de pureza que es motivo de imitación para el cristiano.
Dios quiso unir tan estrechamente a María con su Hijo, que Éste la asoció a su obra redentora: por su fiat en la Anunciación nos llegó el Salvador, luego lo crió y lo cuidó amorosamente, más tarde lo acompañó muchas veces y finalmente unió su dolor al de Él en la Pasión, sufriendo una verdadera Compasión, es decir, padeciendo con Cristo. Por eso es la primera Colaboradora a la obra de la redención y con acierto el papa Pío XI no dudó en denominarla Corredentora. Tan asociada estuvo a su Hijo, que Éste nos la quiso dejar por Madre a la Iglesia y a todos los hombres desde la Cruz, cuando se la encomendó a San Juan Evangelista y a él se lo entregó como hijo. De aquí nace la Maternidad espiritual de María, que Ella ejerce como Abogada y Medianera de todas las gracias desde el Cielo.
Pero, al hablar del Cielo, llegamos a otro dogma definido solemnemente por el papa Pío XII en 1950: su Asunción gloriosa en cuerpo y alma a los cielos por los ángeles. Convenía que quien había compartido tan estrechamente con su Hijo su vida y su misión, fuera asociada a la gloria de Éste resucitado y reinante en el Cielo. Allí se le concedería la Realeza, unida a la de Cristo Rey, y es así verdadera Reina, con una dimensión esencialmente espiritual pero también con una dimensión social, que se manifiesta sobre todo como Reina de las diversas patrias del mundo y Reina de la Paz, según la invocara Benedicto XV en la I Guerra Mundial. Encomendemos a María la paz del mundo por la que hoy ora la Iglesia.
¡Qué bella debe de ser la Virgen!, exclamaba Pío XII extasiado en un amor devoto hacia Ella, pensando en su mirada, su sonrisa, su dulzura y su majestad, y añadía: Como brilla la luna en el cielo oscuro, así la hermosura de María se distingue sobre todas las hermosuras, que parecen sombras junto a Ella, que es la más bella de todas las criaturas. Cuando a Santa Bernardita, la vidente de Lourdes, le enseñaron una preciosa imagen de la Virgen, respondió: es la menos fea de todas las que han hecho. En efecto, ¡qué bella debe de ser la Virgen! Pidámosle sentir en esta vida su mano protectora y poder contemplarla un día en el Cielo junto a su Hijo, alabando su belleza conforme a las palabras del Cantar de los Cantares aplicadas a Ella: Eres hermosa como la luna y refulgente como el sol (Ct. 6, 9/10).
Recitales de Navidad de la Escolanía del Valle de los Caídos
El jueves 23 de diciembre a las 18,30 h., la Escolanía ofreció un concierto en la Casa de Cultura “Carmen Conde” de Majadahonda. Constó de dos partes, de manera similar a algunos anteriores: una primera con cuatro piezas gregorianas de Navidad (Monodia medieval), bajo la dirección de D. Miguel Ángel Fernández, antiguo escolán, solista de Schola Antiqua, profesor de la Escuela de Música de Majadahonda y encargado de la sección de Gregoriano en la Escolanía. Y una segunda parte con trece villancicos polifónicos, a los que se añadió “Pastores de la Montaña” al final, bajo la dirección de D. Carlos Mª Labarta, quien invitó al público a unirse al estribillo. Para la sección de polifonía, D. Luis Ricoy, pianista y profesor de la Escolanía y de la Escuela de Música de Majadahonda, se hizo cargo del piano. La actuación recibió grandes aplausos y ambos directores llamaron a unirse a ellos a quien tiene a su cargo toda el Área Musical de la Escolanía, el P. Laurentino Sáenz de Buruaga.
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Recital de villancicos en la Basílica, 24 de diciembre: Al término de la Misa del Gallo, la Escolanía ofreció el tradicional recital de villancicos en la Basílica, desde el Coro donde habían cantado la Misa. Los fieles se acercaron a la reja del coro, como otros años, y siguieron con entusiasmo y con encendidos aplausos el recital, cuya dirección llevó D. Carlos Mª Labarta. Al cargo del órgano, lo mismo que durante la Misa, estuvo D. Luis Ricoy.
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Un monje de la abadía nombrado Relator de la Congregación para las Causas de los Santos
El Papa Benedicto XVI ha nombrado al P. Alfredo Simón, OSB, Relator de la Congregación para las Causas de los Santos. El Osservatore Romano hizo público este nombramiento el 3 de diciembre (4 de diciembre en la edición impresa romana) y el mismo día el Cardenal Prefecto de dicha Congregación S. E. Angelo Amato entregaba personalmente el nombramiento pontificio al P. Alfredo mostrando, al mismo tiempo, el agradecimiento a la Orden Benedictina y, en especial, a la comunidad del Valle de los Caídos por su servicio a la Santa Sede y a toda la Iglesia. El nuevo Relator, que ya era Consultor del Dicasterio, se ocupará de las causas de beatificación y de canonización de lengua española que se le encomienden, incluidas las referidas a los mártires de la guerra civil.
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El P. Alfredo, natural de Milagro (Navarra), profesó en la Abadía del Valle de los Caídos en 1985 y ha desempeñado los cargos de cantor, organista, subdirector de la escolanía, profesor de espiritualidad, filosofía y canto gregoriano, ayudante del Maestro de novicios, además de dar retiros a varias comunidades religiosas. Es licenciado en filosofía por la Universidad de Navarra, licenciado en teología por la Universidad Pontificia de Comillas y doctor en teología por el Pontificio Ateneo de San Anselmo con una tesis dirigida por el Prof. Pius Engelbert OSB. En este Ateneo, que es la universidad de los benedictinos en Roma, el P. Simón es profesor de teología monástica medieval y decano de la Facultad de Filosofía. Ha sido profesor invitado en la Universidad Gregoriana, en el Ateneo Regina Apostolorum, en la Facultad de Teología de San Dámaso de Madrid y en el Colegio de San Bernardo de Urbe. Ha publicado importantes estudios de historia de la teología monástica medieval y contemporánea sobre san Gregorio Magno, san Pedro Damián, san Anselmo, san Elredo de Rieval, santa Gertrudis y Jean Leclercq. Colabora habitualmente en las revistas especializadas de Benedictina, Studia Monastica, Revista Española de Teología y Revue d’Histoire Ecclesiastique. Su último libro, en colaboración con dom Roberto Nardin, es La vita benedettina (Città Nuova, Roma 2009), que se está traduciendo al español, al inglés, al alemán y al portugués.
DOMINGO 26-XII-2010 Fiesta de la Sagrada Familia
Queridos hermanos:
La fiesta de la Sagrada Familia es una de las celebraciones más entrañables del año litúrgico. Pero si siempre contiene un mensaje vivo para la espiritualidad cristiana, en nuestros días adquiere una actualidad absoluta, pues la familia, que debería ser la institución más protegida, resulta sin embargo tal vez la más acosada. No en balde celebra hoy la Iglesia Católica la jornada pontificia por la familia y la vida.
En la primera lectura, del libro del Eclesiástico, hemos visto una exposición de la piedad filial, es decir, del amor y reverencia hacia los padres, en términos de respeto, honra y reconocimiento de su autoridad y con una invitación a sostenerles y seguir amándoles en su debilidad senil. La piedad filial es el cuarto mandamiento de la Ley de Dios y de ella deriva, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el amor a la Patria, porque es el amor a la tierra y a la tradición de los antepasados. En la segunda lectura, San Pablo hace una exhortación a la paciencia, la comprensión y el amor mutuos, necesarios en la vida familiar.
Pero el matrimonio y la familia no son unos valores únicamente del mundo judeocristiano, sino comunes a todas las culturas, porque pertenecen a la Ley Natural: aquella ley inscrita por Dios en el corazón del hombre, que éste puede conocer por la razón y que le inclina a hacer el bien y a evitar el mal. Por eso encontramos en autores clásicos, como Aristóteles y Cicerón, o de otras civilizaciones, como Confucio, apreciaciones muy acertadas sobre el valor del matrimonio y la familia.
El cristianismo no sostiene que Dios actúe por un voluntarismo irracional haciendo lo que quiere caprichosamente. Al contrario, como recordó Benedicto XVI en su discurso en la Universidad de Ratisbona, enseña que Dios obra conforme a razón y por eso ha creado al hombre como ser racional, a su imagen y semejanza. Más aún, en Dios existe el Logos, el Verbo, que es la persona del Hijo, la segunda de la Trinidad. Por eso Dios ha establecido un orden racional bueno para el hombre y para todo el conjunto de la Creación. Cuando se atenta contra este orden, se atenta contra el bien del hombre: esto sucede hoy con el acoso a la familia, la cual es la primera sociedad y el origen de toda otra sociedad. Pero como dice un viejo y sabio adagio: “Dios perdona siempre, el hombre algunas veces, la naturaleza nunca”.
Desde hace ya bastante tiempo, el matrimonio y la familia sufren una embestida en gran medida dirigida. La instauración del matrimonio civil y del divorcio por la Revolución Francesa y por el código napoleónico supuso la negación del valor sagrado y trascendente que toda cultura ha reconocido siempre en la unión de los esposos. Después vendrían, como lógica consecuencia, las uniones de hecho. Muy singularmente la mentalidad divorcista y tendente a nuevos emparejamientos ha gestado un auténtico drama en los hijos que sufren estas situaciones. Frente a la fidelidad y al amor perseverante en medio de la dificultad, se alza hoy el sentimentalismo cambiante, que sólo conduce a una sociedad débil e inestable y a hijos que no encuentran referentes en sus padres.
Por otro lado, se observa en muchos Estados una tendencia a imponer a los niños y los jóvenes una ideología desde la escuela. Y es que desde la antigua Esparta y la República de Platón hasta el comunismo y el nacionalsocialismo y otras variantes que hoy conocemos, todos los totalitarismos han procurado aniquilar o reducir el papel de la familia y trasvasar al Estado la función educadora de ésta, así como de otras sociedades naturales y de la sociedad sobrenatural que es la Iglesia.
Pero lo más sorprendente es contemplar aspectos como el intento de hablar de “nuevos modelos de familia” y de que sea aceptado como matrimonio algo que jamás lo será, o la mentalidad antinatalista neomalthusiana que ha provocado el envejecimiento de Europa, o los ataques directos a la vida humana en sus fases más débiles, como lo hacen el crimen del aborto, la manipulación genética y la eutanasia. En este deseo de crear una nueva sociedad subyace la tentación de la vieja serpiente en el Edén, “seréis como Dios”, que nos lleva a ver en nuestros días el proyecto diabólico de la subversión e inversión completa del orden natural.
Por eso, frente a este proyecto satánico destructivo para el hombre y que está conduciendo al suicidio social de Europa como civilización, debemos afirmar la vigencia de la verdad de la familia, asentada sobre el auténtico matrimonio, constituido por la unión de un hombre y de una mujer con carácter estable y abierto a la transmisión de la vida y a la educación de los hijos. Jesucristo además lo ha elevado a la dignidad de sacramento, ofreciendo así a los esposos la efusión de la gracia divina para alcanzar la santidad y la salvación eterna y mostrándose Él mismo como modelo en su unión esponsal con la Iglesia.
Pero no sólo debemos afirmar una verdad, sino también realzar su hermosura, la belleza de este proyecto divino que vemos reflejado en la lectura del Evangelio, donde se descubre la dimensión natural y sobrenatural del matrimonio y de la familia. Una de las razones por las que Dios ha instituido la familia como fundamento de la sociedad humana es porque en el seno mismo de la Santísima Trinidad se vive una verdadera vida de amor familiar entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Y el Padre, al enviar a su Hijo al mundo para redimir al hombre, quiso envolverlo en las entrañas amorosas de una Madre que por eso ha pasado a formar parte de la familia trinitaria. Quiso envolverlo también en el calor de un hogar familiar humano: cuando nació Jesús, lo hizo en un establo y lo colocaron sobre un pesebre, pero no le faltó el amor de la más excelsa de las madres y de un padre adoptivo que se entregó a su custodia con plena fidelidad a la vocación que Dios le había encomendado.
La familia de Nazaret, en la que transcurrió la vida oculta de Jesús, es, como recordara Pablo VI, ejemplo de silencio, de vida familiar y de trabajo, y como dijera Juan Pablo II, es “el prototipo de todas las familias cristianas”. En ella descubrimos a Jesús que vive obediente bajo la autoridad de María y José, aunque no cede en la prioridad que debe otorgar a su Padre celestial y les enseña a ello; y descubrimos también a un José laborioso y a una María contemplativa que medita los hechos y las palabras referidos a su Hijo en lo más profundo de su Corazón Inmaculado.