Muy queridos hermanos en Cristo Jesús: la lectura del Evangelio quizás os ha dejado un sabor un tanto amargo por la actitud de los judíos y su embajada de sacerdotes y levitas a Juan en busca de hacerle un proceso a Jesús, el Mesías, y darle al pueblo judío un Mesías diferente, el promocionado por ellos. Juan Bautista era un hombre de Dios que a todos admiraba por su vida de oración y penitencia, nunca vistas entre sus vecinos. Los judíos tenían el poder religioso en sus manos, aunque en lo político estuviesen sometidos a los romanos en tiempos de Jesús. Si lograban engolosinar a Juan Bautista con la idea de ser él mismo el Mesías, también tendría que sujetarse a lo que ellos dispusieran, puesto que eran sus promotores. No sería el Mesías prometido por Dios, pero sabían engañar a la gente y con tal de mantener su poder religioso, ¿qué importaba una mentira más? Esta falta de escrúpulos nos es muy conocida. La política de todos los tiempos ha sido siempre la misma.
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Pero en este pasaje algo nos anima y alienta: la persona insobornablemente fiel de Juan el Bautista, hombre honrado y sencillo cuya profundidad y conocimiento íntimo de los planes de Dios nos deja asombrados. Su silencio es la mejor respuesta, la resistencia que presenta a esa embajada de hombres presuntamente religiosos convertidos en políticos corruptos cuyo objetivo es oponerse a la luz. San Juan Bautista habla, pero se niega rotundamente a entrar en diálogo con la tentación de pasar por el Mesías. Sus tres noes: “no soy el Mesías”, “no soy Elías”, “no soy el Profeta”, son toda una lección para los que nos dejamos llevar tan fácilmente por las alabanzas humanas y pretendemos hacer prevalecer nuestras capacidades, incluso degradando a posibles competidores para encumbrar nuestro prestigio personal. El precursor se presenta como un sencillo mensajero que anuncia al Mesías que viene. No quiere hacer sombra al esposo y menos aún suplantarle, aprovechándose de la malicia de los que se oponen a la luz.
Para llevar una vida que se acerque a la figura grandiosa del Bautista necesitamos aplicar los consejos de San Pablo a los Tesalonicenses con la perspectiva de que nuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la parusía de nuestro Señor. No dice este gran apóstol que con custodiar el espíritu ya está el cristiano en el camino de la salvación. No es así, pues concibe que el hombre es a la vez espíritu, alma y cuerpo y que por tanto el cuerpo también entra en el proceso de santificación y prueba de ello es que un poco antes recomienda que “os apartéis de la impureza; que cada uno trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios”.
La lectura del profeta Isaías nos ha ofrecido una perspectiva grandiosa que abarca ambas venidas del Señor: la de su encarnación, en la que trajo la salvación a los que sufren por estar separados de Dios y cautivos en las redes del mundo, del demonio y de su propia carne y la futura restauración definitiva, que no solo incluye la liberación personal de esos tres enemigos, sino también el reconocimiento, por parte de todos los pueblos, del señorío absoluto del Señor sobre el mundo, porque todo le estará sometido.
Tomemos a María como modelo para preparar la Navidad. Quizá nunca hemos pensado con qué amor se prepararía ella para dar a luz al Hijo de Dios. Pidamos por fin al Señor que nos ilumine y que se compadezca de nosotros. Que así sea.