Queridos hermanos: la Palabra de Dios nos ilumina y acompaña nuestro itinerario hacia el Señor. Este camino encuentra obstáculos, a veces se desdibuja y nos perdemos por vericuetos que no son los suyos, por lo que siempre hemos de pedir al Señor que enderece nuestros senderos torcidos. Preparar el camino es convertirse, tarea siempre pendiente, pero no por eso hay que acostumbrarse a oír como quien oye llover, pero sin escuchar con atención en orden a obedecer. La salvación anhelada debe ser completa o de lo contrario es una simple vuelta del destierro en la que los repatriados encuentran las ruinas de la muralla de la ciudad santa que dejaron. La Palabra de Dios no miente, se refiere a una salvación eterna, al nuevo cielo y tierra en los que habite la justicia. Esos deseos infinitos están en nuestro corazón, que no se satisfará hasta ser colmado con la promesa implícita en el bautismo del Espíritu: ser introducido en la vida de las tres personas divinas.
La conversión, tarea ardua, lleva consigo una gran recompensa. Preparar el camino en el desierto es trabajoso, se nos hace muy larga la espera del fruto y casi ninguno se libra de la tentación de pensar que el Señor tarda en cumplir su promesa. S. Pedro nos enseña a dar la vuelta a la tentación y a enfrentarnos a nosotros mismos diciendo: el Señor es rico en misericordia, tiene mucha paciencia conmigo, pues me he acostumbrado a vivir en pecado y aguarda mi conversión, porque no quiere que ningún alma se pierda. Si deseo con todas mis fuerzas esperar al Señor viviendo en paz con Él, reconciliado con Él, intachable e irreprochable, debo acudir con frecuencia y regularidad al sacramento de la reconciliación o penitencia y hacer verdaderos y autoexigentes propósitos de enmienda. He de estar vigilante para que los afanes, placeres y vanidades terrenales no me cautiven. La vigilancia se ha de concretar en la sobriedad, para no dar un paso adelante y otro atrás y en la piedad, suplicando continuamente la gracia de Dios, porque debo reconocer humildemente mi incapacidad de alcanzar esos propósitos solo con mis fuerzas. La Eucaristía, fuente y culmen de toda vida cristiana, es la mejor ocasión para poner en manos de Dios mi desvalimiento y mi carencia de méritos propios, pues el Señor hace maravillas en los que confían en Él y piden lo que tanto agrada al Señor: hacer su voluntad por encima de todo.
La voluntad divina la han cumplido y la siguen cumpliendo en su vida muchos seglares, tan de carne y hueso como los que estáis en los bancos, laicos que podrían estar hoy ahí sentados entre vosotros si la providencia divina no hubiera dispuesto lo contrario. La llamada universal a la santidad no es exclusiva de monjas y curas, sino que la recibe todo cristiano en su bautismo. Como dijo S. Juan Pablo II a los jóvenes en su último viaje a España: “se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo”. No es una quimera inalcanzable vivir una vida de piedad y moderna a la vez y nos sirve de ejemplo una joven periodista de nuestros días. Recordaréis hace años una sentencia internacional por la que fueron excarcelados terroristas, asesinos y violadores en serie, uno de ellos el asesino de Marta Obregón, burgalesa de 22 años, raptada en el portal de su casa y violentamente asesinada por resistir al intento de violación. El suceso conmocionó a la opinión pública y pronto se difundió por toda España, entre otras razones porque el rostro de la víctima parecía el de una virgen niña con paz.
En este 2017, en que se han cumplido 25 años de su martirio, el arzobispo de Burgos ha publicado una carta el 21 de enero, día en el que Marta fue martirizada. La carta dice así: “Ayer sábado, día de Santa Inés, joven cristiana de los primeros siglos de la Iglesia, que murió mártir sellando con su sangre el don de la virginidad, se cumplían 25 años de la muerte de Marta Obregón, cuya causa de beatificación está abierta dentro de nuestra Diócesis de Burgos. El proceso sigue su curso normal, a la espera de la finalización de su fase diocesana. El anterior arzobispo de Burgos abrió en 2011 el proceso de beatificación de esta joven, cuya vida y cuya muerte conviene rescatar como modelo para nuestra juventud”. El arzobispo termina destacando “la grandeza de la castidad, como se hace visible cuando resiste y lucha hasta morir asesinada por defenderla. Una virtud hoy poco valorada, que nos ayuda a orientar el amor y la entrega hacia su plenitud y belleza más singular”.
Marta atravesó sus crisis de fe y no fue ninguna mojigata, sino que tuvo sus caídas y tuvo que volver a empezar una y otra vez como todos nosotros. Sin embargo, el último de sus novios, con el que mantuvo un amor ejemplar, nos transmitió unas palabras de Marta: “La verdadera y única paz se encuentra en Dios, y todos estamos de paso en esta vida”. La sierva de Dios supo sopesar con sabiduría los bienes de la tierra y amar intensamente los del cielo.
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Queridos hermanos: no todos estamos llamados a dar nuestra vida por Cristo como esta nueva émula de Sta. Mª Goretti, pero sí podemos pedir a Dios que nos disponga a cumplir su voluntad y que nos infunda el santo deseo de salir animosos a su encuentro sin que lo impidan los afanes terrenales. Pidamos aprender la sabiduría celestial por mediación de Ntra. Sra. de Loreto, patrona del Ejército del Aire, a cuyos miembros encomendamos por celebrarla hoy y a la que se dedica una de las capillas de la nave central de nuestra basílica. Que así sea.