Queridos hermanos: en este primer domingo de Cuaresma, en el que se proclaman las tentaciones de Jesús en el desierto, aparece ante nosotros el panorama de nuestra vida en este mundo. Estamos rodeados de tentaciones que nos arrastran a separarnos de Dios e incluso a verle como un enemigo, pero a la vez sostenidos en nuestra lucha por los medios que Dios pone a nuestro alcance para que Él se muestre como Salvador en nuestra lucha contra el maligno.
En la primera lectura se nos ha proclamado la alianza de Dios con Noé tras el diluvio, en la que, se entiende, que si el hombre es fiel, ha recibido la promesa de que las aguas no volverán a destruir la tierra. Y san Pedro nos dice que el arca fue símbolo del bautismo, es decir, del sacramento que nos da fuerza y ratifica dicha promesa. Este simbolismo es más claro en el bautismo por inmersión, cuando el catecúmeno se sumerge dentro de una piscina, se pronuncian las palabras de Jesús “Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” y el ya bautizado sale de la piscina purificado como Noé, que, gracias al arca, sobrevivió al diluvio.
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La lucha del cristiano con las tentaciones constantes se ve iluminada por el ejemplo de Cristo en el desierto antes del comienzo de su ministerio. Según el relato de san Marcos, tan conciso, pero con detalles ricos de contenido, Jesús en el desierto vive rodeado de fieras, es decir de peligros o tentaciones y asistido por los ángeles. Nosotros también debemos acudir a los medios que Jesús nos ha dejado para vencer las tentaciones y para suplicar la gracia de nuestra conversión. En este tiempo favorable de Cuaresma, la Iglesia nos propone tres medios: oración, ayuno y limosna.
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El primer medio, la oración, en toda su rica variedad de alabanza e intercesión a Dios y a los ángeles o al arcángel san Miguel, es nuestro mejor recurso para pedir al Señor que no nos deje caer en la tentación, como rezamos en el Padre nuestro. No tengamos ninguna duda de que si notamos que el testimonio de nuestra vida cristiana es pobre, eso es consecuencia de nuestra falta de oración y de nuestra falta de fe en la eficacia de la oración. Sin embargo, si no rezamos, si no gustamos ya en la tierra los dones reservados para el cielo, ni nos convertimos nosotros ni convertimos a los demás. Siguen siendo plenamente actuales las palabras del beato Alfredo Ildefonso Schuster, cardenal-arzobispo benedictino del siglo pasado: “Parece que la gente ya no se deja convencer por nuestra predicación; pero ante la santidad, todavía cree, se arrodilla y reza”.
Y es que el Señor ha dicho que cierta raza de demonios sólo puede expulsarse con ayuno y oración. La oración se fortalece con el ayuno, segundo medio, queridos hermanos, para nuestra conversión. El ayuno obliga sólo dos días al año: si hubierais olvidado ayunar el miércoles de ceniza, en el que iniciamos la Cuaresma, no olvidéis el Viernes Santo hacer una sola comida, aunque pudiendo tomar algo de alimento por la mañana y por la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad del alimento. La Conferencia de los Obispos españoles precisó que la abstinencia de carne no puede sustituirse por otra obra los viernes de Cuaresma, salvo dispensa o coincidencia con solemnidad. “Ayunar y abstenerse de comer carne” es el cuarto de los mandamientos de la Santa Madre Iglesia, de los que hoy casi no se habla. Tengamos sobre todo hambre de la palabra de Dios, porque, como dice S. León Magno, lo más importante es ayunar de nuestros vicios. Y atención: que en esto no nos engañe de nuevo el diablo, no pensemos enseguida en los vicios de nuestro prójimo más cercano: el Señor quiere que ayunemos y nos abstengamos de nuestros propios vicios y pecados.
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Pero el ayuno, queridos hermanos, no es mera mortificación, sino también compartir solidariamente con nuestros hermanos necesitados el dinero ahorrado en comida y caprichos. La limosna es el tercer medio para nuestra conversión. Muchas personas desfavorecidas pasan necesidad como consecuencia de la avaricia del capitalismo salvaje, tan solo pendiente de las bolsas y los mercados, pero absolutamente indiferente ante la miseria de las periferias existenciales, de las que nos habla el Santo Padre Francisco, como víctimas de la inmisericorde cultura del descarte.
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Pero ante todo, queridos hermanos, acudamos a los sacramentos, nuestra ayuda principal. ¿Comulgamos por costumbre mecánicamente sin examinar antes a fondo nuestra conciencia? Por desgracia, hoy día muchos católicos han hecho costra, viven en permanente y crónico pecado grave y cometen sacrilegio cada vez que comulgan. Reflexionemos cada uno en presencia de Dios si no pudiera ser también nuestro caso. ¿Cuántos años hace que no hemos confesado nuestros pecados graves y recibido la absolución individual? Como proclama la S. Escritura, tomemos en serio nuestro proceder en esta vida, pues ¿quién sabe si para algunos de nosotros ésta será nuestra última Cuaresma en este mundo? No pongamos ingenuamente en peligro nuestra propia salvación, que debe ser nuestra principal preocupación y ocupación en esta vida.
Queridos hermanos: en la tentación pidamos a la Virgen del Valle que interceda ante su Hijo para que nos conceda la gracia de vivir esta Cuaresma con humildad y pobreza de espíritu, con dominio de nuestros instintos y obediencia a la voluntad de Dios, esperando la Pascua con gozo de espiritual anhelo. Que así sea.