Querido hermanos en Xto Jesús:
Hoy la Iglesia celebra el Domingo Mundial por la Evangelización de los Pueblos, el DOMUND, y con ello se nos recuerda que todos los creyentes hemos sido llamados por Xto para predicar el Evangelio a todos los hombres y que, además, debemos cooperar económicamente con aquellas personas que han dejado todo, hasta su patria, para cumplir este mandato de Xto. Esto ya lo sabemos y no supone ninguna novedad porque lo hemos oído a lo largo de los años en multitud de ocasiones, tantas que, tal vez, nos deje indiferentes el escucharlo una vez más.
Igualmente se nos ha dicho que Occidente, que Europa, que España es también tierra de misión y que ahora es igualmente necesario evangelizar las naciones que en otro tiempo eran el núcleo de la cristiandad. Pero vamos a detenernos brevemente y veamos por qué España puede ser tierra de misión.
España, a lo largo de su historia, siempre ha tenido la característica, que no han poseído otras naciones europeas, de realizar sus grandes gestas históricas teniendo, de un modo u otro, como trasfondo la fe y la religión: pensemos en los ocho siglos de reconquista, en la época de la conquista de América y de las guerras en Europa en la época del imperio y, más recientemente, tenemos nuestra última guerra civil.
En las últimas décadas hemos ido dejando de lado esta particularidad y nuestra vida social, política y económica se ha ido desligando de todo cuanto pueda significar religioso. Hemos sido siempre una nación de extremos: o somos los más católicos del mundo o, por el contrario, si se trata de perseguir la religión nadie nos gana. Esta es otra de nuestras peculiaridades.
Pero porqué somos tierra de misión si, al menos estadísticamente, España sigue siendo una nación católica. Para empezar ya no somos casi ni nación pero es que, además, los valores morales que rigen a nuestros dirigentes y que, cuando menos, parece que son aceptados socialmente por una gran mayoría son valores edulcorados y con muy poca sustancia; por otro lado, hemos de recordar que nuestras instituciones básicas están atravesando una grave crisis: por ejemplo, la familia ya no responde al único modelo aceptable de hombre y mujer, sin mencionar el importante hecho de la, cada vez más alarmante, disminución de nacimientos; también poseemos una legislación aceptada socialmente por una mayoría que permite el aborto; el tipo de formación para nuestra juventud y para nuestra niñez dista mucho de fomentar los valores cristianos y de ahí que tengamos el uso de la píldora del día después, los macro botellones, la iniciación temprana en las prácticas sexuales de todo tipo, el aniquilamiento sistemático de la inocencia. La perversión de valores es tal que ya no es solamente que sean este tipo de cosas las que se legitimen sino que, por si fuera poco, ay de aquél que ose decir que todo esto está mal y que nos conduce al desastre. Así llegamos a que hemos transformado lo bueno en malo y a lo realmente bueno lo hemos de hacer callar hasta desaparecer.
Por si todo esto fuera poco consideremos el número de matrimonios fracasados, el retroceso de la práctica religiosa entre nuestra población, la disminución constante de los matrimonios realizados en el seno de la Iglesia Católica, así como de bautizos, de primeras comuniones, etcétera; ahora, además, contamos con el nuevo elemento de una incipiente persecución a los cristianos (recordemos lo que ha sucedido hace pocos días en un colegio católico de España). Según esto es de suponer que, efectivamente, España sí es tierra de misión.
Pero, ¿cómo ser misioneros en España? Pues con los mismos medios que lo fue San Pablo, San Francisco Javier, o Santa Teresa del niño Jesús, con los mismos medios que Xto nos dejó cuando vino a este mundo: ante todo con su gracia que ha de plasmarse en nuestras palabras y en nuestras obras. Los sacerdotes deberemos de predicar con valentía y vivir con coherencia lo que predicamos, los creyentes tendremos que vencer nuestro miedo, nuestro respeto humano, nuestra apatía y somnolencia y defender el nombre de Xto y de su Iglesia, propagar su enseñanza a tiempo y a destiempo. Tendremos que ser coherentes con nuestra fe y vivir según las enseñanzas del Evangelio, aceptando lo que no nos agrada o lo que no está de moda.
Deberemos acudir a la oración como medio indispensable para propagar el Evangelio, al igual que hiciera Santa Teresita; estaremos obligados a recurrir a la limosna auténtica, es decir, no a lo que nos sobre, para poder poner en práctica el mandato de la caridad (y por limosna deberemos de entender dar lo que tenemos: tiempo, dinero, conocimiento, etcétera). También deberemos emplear el sacrificio pues Xto fue, a través del sufrimiento, como nos redimió, nosotros también hemos de hacer lo que hizo Él: tomar nuestra cruz y seguirle.
Pero para ser misioneros, para evangelizar a España y al mundo el primer paso esencial es convertirnos nosotros mismos de nuestra mala conducta, arrepentirnos sinceramente y seguir con determinación los mandatos del Señor. No podemos dar lo que no tenemos, de ahí que lo primero que hemos de hacer es fortalecer nuestra propia fe y nuestra propia caridad.