Queridos hermanos,
En el Evangelio de hoy se nos ha proclamado: “Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. Por desgracia, los bienes materiales suelen ser un lastre muy pesado que nos impide ni tan siquiera plantearnos cuál es la voluntad de Dios. Nuestro corazón es como el engrudo, se pega a cualquier cosa y si vivimos con abundancia de bienes materiales, fácilmente nos apoyamos en ellos y prescindimos de Dios, olvidándonos de que Él es lo único necesario y que si seguimos en esta vida es porque Él quiere ofrecernos la oportunidad de ganarnos el cielo.
Quien tiene muchas riquezas materiales es más difícil que eleve su pensamiento a Dios para darle gracias por lo que tiene y para compartirlo con quienes tienen menos. Aunque no es muy frecuente, también encontramos a personas con riquezas materiales pero no apegadas a ellas, sino que son conscientes de que son meros administradores de lo que les ha otorgado Dios y están dispuestos a cumplir su voluntad. Sin embargo, otros que carecen de lo más necesario para vivir, no aceptan su pobreza, se recomen de envidia por dentro y con frecuencia reniegan de Dios por haberles deparado esa suerte.
Por eso, hermanos, lo más importante es la actitud de nuestro corazón, que debe ser humilde y no soberbio, que debe confiar sinceramente en el Señor, buscarle, acercarse a Él, seguirle, escucharle, independientemente de nuestra situación material de riqueza o de pobreza. Dios elige al humilde, al que aparentemente no es nada, para confundir al soberbio, al que cree ser alguien. Si se sitúa en esa actitud, el cristiano recibe toda su riqueza directamente de Dios, de quien le viene todo cuanto tiene y es. Esta idea aparece con frecuencia en las Sagradas Escrituras; pej., en un salmo se dice “yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí”. Todo ello, para que el Señor sea nuestra verdadera riqueza.
Todos deberíamos preguntarnos, hermanos: ¿qué tesoros me estoy haciendo: en la tierra o en el cielo? A veces nos entristecemos porque no podemos comprarnos un capricho. Pero, como decía ese gran apóstol de la paz que fue el B. Juan Pablo II, “Las necesidades de los pobres son de mayor prioridad que los deseos de los ricos”.
Satanás nos quiere convencer a toda costa de que la felicidad se construye únicamente sobre el bienestar material y de que éste es el remedio infalible para todos los problemas de una sociedad. Pero si miramos a nuestro alrededor, podemos darnos cuenta de la enormidad del engaño, al comprobar que la abundancia de riquezas, en una sociedad sin valores humanos y espirituales, produce inevitablemente a corto plazo generaciones crispadas, con un alto índice de suicidios, de muertes por sobredosis de droga, de delincuencia violenta y de familias destrozadas y a largo plazo además un desempleo generalizado por la avaricia insaciable de unos pocos.
Un autor español cuenta que visitó Castilla con unos turistas extranjeros. Todos comentaban la pobreza y sequedad de las tierras castellanas, hasta que uno de ellos dijo: “Estas tierras, sin riquezas mineras y poco aptas para el cultivo, ¿pueden dar otra cosecha que no sea la de los santos?”. Hermanos: nuestra verdadera riqueza es el incontable número de santos que nuestra patria ha dado a la Iglesia católica desde que Santiago sembró en España la 1ª semilla de la fe, hace ya 20 siglos. ¿Y no es ésa la mayor satisfacción que podemos tener todos los españoles?
Por eso precisamente no deberíamos preocuparnos tanto por la economía. El entonces Cardenal Primado de España, D. Antonio Cañizares, ante los rumores que circularon hace dos legislaturas de que desaparecería o al menos se reduciría drásticamente la asignación tributaria a la Iglesia Católica, dijo con toda razón: “Que no nos amedrenten con la amenaza de que nos puedan quitar las alforjas; la Iglesia sabe vivir en pobre; como no sabe o no debe saber vivir es no anunciando a Jesucristo y el único señorío de Dios o vendiéndose por riquezas”. Cuando el emperador romano Valeriano mandó capturar a S. Lorenzo, un santo español que celebraremos este sábado, sus esbirros lo encontraron junto a los más pobres. Para justificar su detención, le preguntaron: “¿dónde están las riquezas de la Iglesia?”. El se volvió hacia los pobres que había a su alrededor y dijo: “Éstas son las riquezas de la Iglesia”.
En el Evangelio se nos ha proclamado: “«Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será?» Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”. El Señor nos da muchas oportunidades para arrepentirnos de nuestros errores, pero si no las tomamos en serio, nuestro corazón se acabará endureciendo hasta que no haya forma de ablandarlo. No estamos aquí para pasar el tiempo. Jesús quiere darnos su Gracia, pero si dormimos no podremos recibirla y ¿quién nos asegura que tendremos después fuerza para despertar? A muchas almas las ha sorprendido la muerte en medio de un profundo sueño y ¿dónde y cómo han despertado?.
Hoy conmemoramos a S. Juan Mª Vianney. Tuvo grandes luchas con Satanás, que llegó a decirle: “Si hubiera tres como tú en todo el mundo, no tendría nada que hacer”. Si prescindimos de Dios, estaremos perdidos; pero si acudimos a Él, nunca nos dejará solos en el combate cristiano contra las fuerzas del mal y podremos construir un mundo mejor, donde reine la justicia social. Acudamos a la Virgen del Valle para pedir al Señor que así sea.