Queridos hermanos,
Las lecturas que se acaban de proclamar nos hablan de la fe y de la confianza en las promesas y en la palabra de Dios. El pueblo de Dios ha forjado su historia a través de su confianza en que se cumplirían las promesas de Dios a los patriarcas del Antiguo Testamento. Al recordarnos la primera lectura la cena del cordero pascual de los hebreos en Egipto antes de su salida de liberación y su éxodo hacia la tierra prometida y cómo se fiaron de las promesas del Señor, también nos recuerda que ello sucedió en virtud de una alianza, de un compromiso de consagrarse al Señor cumpliendo sus mandamientos.
La fe de Abraham es el prototipo de una vida colgada de la palabra de Dios. Primero se fio de la promesa de que tendría descendencia siendo ya ancianos él y su esposa Sara. Superada esta prueba, por encima de lo que su razón podía prever, todavía otro desafío puso la confianza en Dios por encima de su razón: le pide el Señor que sacrifique a su único hijo Isaac. Sólo la Virgen María ha superado pruebas de fe de esta envergadura y aún mayores. Pero así sigue siendo un referente en toda la historia de la salvación después de tantos siglos. Francisco I, con una muy importante colaboración de Benedicto XVI, en su primera encíclica Lumen fidei, ha realizado una referencia a la fe de Abraham que nos abre la comprensión a las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy: “El hombre fiel recibe su fuerza confiándose en las manos de Dios (…). El Dios que pide a Abraham que se fíe totalmente de Él, se revela como la fuente de que proviene toda vida. De esta forma, la fe se pone en relación con la paternidad de Dios, de la que procede la creación”.
El Señor nos da unas indicaciones sumamente concretas para lo que debe ser una vida de fe. Nos dice que ante todo no debemos poner la confianza en nosotros sino en la bondad del Padre que nos ha dado el reino, es decir su vida divina en nosotros: “El Reino de Dios está en vuestro corazón”, se nos proclama en otra ocasión. También nos enseña que la espera de su Vuelta debe ser activa: nuestra tarea es estar en vela con la lámpara de las buenas obras y de la caridad siempre encendida. No somos señores de los bienes materiales y menos aún de las personas, por lo que se desacredita como elegido suyo el que pierde de vista que tan solo somos administradores y no dueños absolutos de unos bienes que hemos de compartir y que somos hermanos de todos los hombres, que son tan hijos de Dios como nosotros y a los que no podemos tratar con dominio o desprecio, saltándonos todas las reglas más elementales de cortesía, de educación y del derecho natural inscrito en el ser mismo de todos y cada uno de nosotros.
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Comentando el lema “firmes en la fe” de la pasada Jornada Mundial de la Juventud, nuestro Cardenal-Arzobispo afirmó: “La fe, por tanto, no se reduce al conocimiento de las verdades, sino que implica el testimonio con toda nuestra vida, un testimonio que se hace particularmente necesario en momentos de desorientación moral como es el nuestro. Desde sus comienzos, la Iglesia no ha dejado de exhortar a sus hijos en la necesidad de vivir con coherencia la fe. El testimonio de la vida es la mejor predicación para atraer a quienes no creen, y a los tibios hacia la verdad de Cristo”. Estas ideas nos pueden ayudar, queridos hermanos, a mejorar nuestra vida de fe. Muchas veces nos acomplejamos ante los ataques o amenazas que sufrimos los cristianos, especialmente los católicos, por razón de nuestra fe. Basta estar mínimamente atento a lo que sucede a nuestro alrededor para darnos cuenta de que esta persecución, sistemática y perfectamente organizada, está presente en muchas parcelas de nuestra vida. Detrás de ella se encuentra un número relativamente pequeño de personas, pero con mucho dinero y mucha influencia a sus espaldas.
Nos lamentamos de que la Iglesia y los cristianos no tenemos suficientes medios, como si Dios necesitara un poderoso ejército o un imperio de medios de comunicación. Por una parte, nuestra fe adolece hoy de una especie de inmunodeficiencia, que nos puede llevar a profanar la Eucaristía si comulgamos sin confesar los pecados mortales. Queridos hermanos: hace 40 años un desalmado tiró un crucifijo desde las terrazas de una universidad madrileña. Inmediatamente se convocó una misa de desagravio, a la que asistieron varios miles de personas. Ahora estos agravios, faltas de respeto e incluso robos sacrílegos son casi diarios y prácticamente no hacemos nada. Por otra parte, hermanos, a Dios le basta con el resto de Israel, con un puñado de fieles de verdad entregados a Él en cualquier estado de vida. Lo triste, hermanos, es que por mucho que los busca, no los encuentra. Una mujer tan frágil y tan debilitada por la enfermedad y los sacrificios como Sta. Clara, que conmemoramos en este domingo, fue capaz de poner en fuga a los musulmanes que asaltaban su convento y arrasaban la ciudad de Asís simplemente llevando en la mano una custodia con el Stmo.
Cuando nos encontramos en dificultades, cuando parece que el Señor no quiere intervenir, cuando no vemos la solución de un problema, escuchemos con más atención las palabras de Jesús. Las dificultades deben ser ocasiones de progreso en la fe y no de renuncia a la fe y a la esperanza. Queridos hermanos, pidamos al Señor que nos conceda tener una fe audaz que no busque ninguna manifestación exterior, sino que se contente con la alegría profunda de estar con Él. La fe de su Madre supera a la de Abraham porque sus pruebas fueron mayores y por eso es nuestra intercesora ante su Hijo. Acudamos a la Stma. Virgen para que alcance de Dios las cosas imposibles a nuestras fuerzas. Que así sea.