Queridos hermanos: hoy se celebra el Día de Hispanoamérica. Hace siglos muchos misioneros salieron de España y Portugal para evangelizar América. De allí ha venido el Papa Francisco, que nos invita a llevar a los demás la alegría del Evangelio. De ahí el lema de esta jornada: “La alegría de ser misionero”. Desde 1949 más de 2300 sacerdotes diocesanos, entre ellos el difunto P. Benito, antes de ser monje de esta abadía, se han acogido a la Obra de Cooperación Sacerdotal con Hispano América. Allí siguen más de 300 y cada año se repiten los envíos. El Cardenal presidente de la Pontificia Comisión para América Latina ha afirmado en su mensaje de este año: “También el ministerio misionero se realiza de rodillas. Solo implorando día a día la gracia del Señor, que se irradia por los sacramentos, que se cultiva en la oración y que se manifiesta en el amor lle¬no de misericordia y ternura hacia quienes nos han sido confiados, y especialmente a los más pobres, reviviremos la alegría de ser misioneros. Solo así reviviremos la alegría de nuestro primer “sí”, como el de María, la alegría de nues¬tra primera respuesta a la vocación de ser misioneros”. El apóstol de los leprosos, S. Damián de Molokai o Sta. Ángela de la Cruz, que hoy celebramos, eran personas de carne y hueso que, para que su labor apostólica fructificase, llevaban un exigente plan de vida espiritual que incluía reservarse un tiempo para su oración personal y su formación teológica. Esta realidad está muy lejos de nuestra idea estereotipada de que los misioneros pasan las 24 hs. atendiendo a los demás. Si así fuese, su labor sería humanamente muy benemérita, pero se acabarían convirtiendo en voluntarios de ONG.
El Papa Francisco en su mensaje del DOMUND 2013 indicaba: “Estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos cada vez más numerosos que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas”. Al hilo de estas palabras del Papa, planteo una pregunta especialmente a vosotros, queridos padres de familia: ¿Habéis hablado alguna vez con vuestros hijos adolescentes de la posibilidad de que sean sacerdotes o monjas misioneros, como una opción seria para su futuro? … En esa respuesta está lo que en el fondo pensáis del sacerdocio y de la vida religiosa: algo bueno y deseable para vuestros hijos o en cambio algo para otros o equivocado o que ni siquiera debe plantearse. Si fuera este segundo caso, ¿por qué nos quejamos entonces de que no haya vocaciones, de la falta de buenos y santos sacerdotes y monjas y de que se está perdiendo la fe? ¿Nos da igual o de verdad nos lo tomamos en serio? ¿Dónde se despiertan casi siempre las vocaciones sino en las familias católicas, que se mantienen unidas gracias a que en ellas se vive un auténtico clima de fe y de oración y se enseña a los hijos a rezar? ¿No deberíais hablar con vuestros hijos cuanto antes sobre un plan que quizás Dios les tenga reservado?
Aunque todos los padres quieren que sus hijos triunfen en la vida y tengan éxito en sus estudios y trabajos, si a alguno de vuestros hijos Dios les concede la gracia de la vocación, no cometáis la torpeza de desanimarlo. Aunque de entrada os cueste, porque pensáis que lo perdéis para siempre, al final será el consuelo de vuestra vejez. Porque cuando un joven decide seguir su vocación consagrada, todo son pegas y zancadillas incluso por parte de los que más le quieren. A todos nos cuesta mucho cumplir la máxima evangélica de “buscad el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”.
Queridos hermanos: pidamos a la Virgen del Valle que interceda ante su Hijo para que nos conceda la gracia de vivir esta Cuaresma con humildad y pobreza de espíritu, con dominio de nuestros instintos y obediencia a la voluntad de Dios, esperando la Pascua con gozo de espiritual anhelo. Si en la tentación acudimos a María, Ella nos ayudará en el combate cristiano contra las fuerzas del mal. Que así sea.
Y ahora pongámonos en pie para recitar la profesión de nuestra fe.