Queridos hermanos: al comienzo del tiempo ordinario leemos, tanto en el Evangelio como en los profetas, sus respectivas vocaciones al ministerio de la predicación. Los profetas eran considerados en el Antiguo Testamento los hombres que hablaban de pa45rerte de Dios instruyendo y advirtiendo al pueblo de sus pecados. Sus profecías sobre el Mesías ocupa gran parte de sus escritos. Predijeron dónde y cuándo había de nacer, la paz que traería consigo su nacimiento y los sufrimientos que había de padecer para salvar a su pueblo.
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Pero Jesús también elige a los apóstoles para que sean sus testigos ante el mundo de su vida y de sus palabras. Su misión es incluso más importante que la de los profetas, pues iban a ser testigos de la muerte y resurrección de Cristo y su misión no se limitó al pueblo de Israel, sino que era a todo el mundo. Además no transmitían sólo la esperanza de un Mesías, sino la Redención que obró Jesucristo y el modo de vivir que había de tener el nuevo pueblo de Dios, su Iglesia.
Pero hoy aquí en esta celebración eucarística nos podemos fijar en algo que nosotros podemos imitar tanto de los profetas como de los apóstoles. Ellos recibieron su vocación cuando contemplaron a Dios, cuando repasaron en su corazón el obrar divino en favor de los hombres; percibieron cómo Dios se hace cercano a nosotros al permitir ser visto de un ser mortal en su trono divino o cómo les ayuda de modo milagroso en su duro trabajo de procurar el sustento familiar. Al que es capaz de admirar y agradecer el comportamiento amoroso de Dios, se encuentra con que Dios le elige para ser, entre los hombres, anunciador de ese misterio de un Dios que se enamora de la debilidad humana y se enciende en amor cuando el hombre le contempla agradecido. Nadie puede anunciar lo que no ha visto. Pero hay muchos ciegos que no contemplan las maravillas de la misericordia divina.
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La Eucaristía no es una de tantas maravillas sino la maravilla por excelencia. Que Dios se digne darnos parte en su vida divina a través de medios tan ínfimos, ¿no es para tener hambre y sed de tan gran misericordia?
La Eucaristía nos descubre el amor de Dios y lo acrecienta. Y para colmo no sólo podemos gustarla en la celebración, sino que su presencia permanente en el pan consagrado nos permite continuar la acción vivificante y reparadora de este admirable sacramento.
Por otra parte el próximo miércoles, D.m., entramos en la Cuaresma, que empieza el miércoles de ceniza y no el I domingo de cuaresma. La Iglesia nos propone tres medios para nuestra conversión en todo tiempo y en especial en cuaresma: oración, ayuno y limosna. La oración se fortalece con el ayuno, que obliga sólo el miércoles de ceniza y Viernes Santo. Ambos días no olvidéis hacer una sola comida, aunque pudiendo tomar algo de alimento por la mañana y por la noche. Os recuerdo además la obligación de absteneros de carne todos los viernes de Cuaresma, obligación que puede cambiarse por una práctica piadosa únicamente los demás viernes fuera de Cuaresma.
Precisamente el próximo viernes 12 será el día del ayuno voluntario a favor de Manos Unidas, una ONG católica de voluntarios, benéfica y sin ánimo de lucro, que lucha contra el hambre, la desnutrición, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo y la falta de medios educativos.
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Acudamos a los beatos mártires cuyas reliquias se custodian en esta basílica y a Ntra. Sra. la Virgen del Valle para pedirles que presenten todas nuestras intenciones al Señor.