Queridos hermanos, muy en especial vosotros, peregrinos portugueses, que todos los meses nos edificáis con vuestra piedad y devoción. En el evangelio de hoy, los dos discípulos de Emaús se alejan de Jerusalén, pero no a solas ni en silencio. Quizás recordaban que juntos podían aprovechar la promesa de Jesús: «Donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos». Es muy humano unirse a otro para la cómoda actitud de desahogarse, sin buscar la verdad, muchas veces costosa y molesta, debido al amor propio o a que va contracorriente y nos enfrenta con los demás. Los dos discípulos han perdido la esperanza, pues humanamente el final de Jesús en la cruz no es para menos. Nuestras esperanzas son también pobres. Pero Dios nos quiere hacer partícipes de su propia santidad, que supera todo don, se quiere dar Él mismo en la Eucaristía.
Cleofás y el otro discípulo actúan según su experiencia, parcial como la nuestra, pero no acuden a la Palabra de Dios. Jesús les evoca el Antiguo Testamento, que constantemente habla de Él. Es una lección muy actual para muchos discípulos de Jesús, que hoy en día consideran caducado el Antiguo Testamento. Jesús lleva a plenitud la revelación del Antiguo Testamento pero no la descalifica, sino que la considera perfectamente válida en todo lo que Él, el único que puede sustituirla, no ha tenido que modificar. El Papa y los obispos, a través de la sucesión apostólica, tienen la misión de mantener viva la Palabra de Dios con su interpretación autorizada. Por tanto, queridos hermanos, no nos quedemos en los hechos, profundicemos en las Escrituras. Y además aprendamos que la Palabra de Dios se ilumina de manera sorprendente en la Eucaristía: al partir el pan se les abrió el entendimiento. Quizás nunca nos hemos preguntado por qué Jesús sigue adelante. Jesús al principio nos trata como recién nacidos en la fe, pero una vez que hemos gustado un poco la llamada, debemos pasar a la búsqueda y al encuentro con Él, que también es gracia e iniciativa de Dios. Pero nuestra primera percepción es nuestro empeño en seguir sus pasos y en no perderle de vista hasta llegar al trato personal constante y a la unión esponsal con el Señor.
En este domingo, en el que con el lema “Vocaciones Nativas… Llamadas a la misión”, se celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Nativas, promovida por la Obra Misional Pontificia de S. Pedro Apóstol, se nos recuerda que debemos orar con perseverancia al Señor de la mies por los territorios de misión, para que sigan surgiendo vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, pues en esos territorios precisamente Dios hoy suscita la mayoría de vocaciones. En la jornada mundial del próximo domingo, la Iglesia nos invita a orar por todas las vocaciones.
En este mundo materializado, en el que todo se mide por su importancia económica, en el que se están perdiendo todos los valores humanos y cristianos, el sacerdocio y la vida consagrada parecen absurdos, inútiles y trasnochados a los ojos de nuestra sociedad tristemente descristianizada. Me dirijo en especial a vosotros, muy queridos jóvenes: os animo a que tratéis con Dios, a que acudáis con frecuencia a la confesión y a la eucaristía y a que huyáis de las ocasiones de pecado. Acercaos al sagrario y tened la valentía de preguntar al Señor: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Al principio quizá os aburráis, pero el Señor os responderá en vuestra vida cotidiana. Confiad plenamente en el Señor y estad abiertos a lo que os diga a través de vuestro párroco o de otro sacerdote. Y si Dios os pidiera seguirle en un seminario o noviciado es porque antes os habría dado la gracia para ese camino, pues seguro que Dios os llama por ahí a algunos.
Dice S. Pablo que el que tiene miedo no sabe querer. El ya beato Juan Pablo II repitió muchas veces: “¡Jóvenes, no tengáis miedo!” Seguro que en algunos de vosotros aún resuena el eco emocionado de las palabras del papa en su visita a España en 2003. Decía: “Fui ordenado sacerdote a los 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al volver la mirada atrás y recordar esos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y, por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece la pena dar la vida por el evangelio y por los hermanos!”. Los jóvenes hicieron eco al papa repitiendo sus palabras a coro como un estribillo: “vale la pena, vale la pena”. Queridos jóvenes: Vale la pena seguir a Cristo, porque, como decía, después de su retiro en la cueva de Manresa, S. Ignacio de Loyola, patrono de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), “¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. Preguntaos a vosotros mismos: ¿qué tesoros me estoy haciendo: en la tierra o en el cielo? Para otra patrona de la JMJ, Sta. Teresa de Jesús, la vida es como una mala noche en una mala posada y lo que se da en el cielo compensa ampliamente todos los sufrimientos de la tierra.
Con toda justicia, el ya beato Juan Pablo II, que instituyó la JMJ, a raíz de los inolvidables encuentros en Roma con motivo del jubileo de los jóvenes en 1984 y del Año Internacional de la Juventud en 1985, es desde hace una semana otro patrono de la JMJ. En estos precisos momentos tiene lugar la Jornada de Voluntariados y Familias de acogida, un macro encuentro diocesano de celebración, oración y formación para miles de voluntarios y de familias ya inscritos en la JMJ. La acogida de jóvenes peregrinos en parroquias y domicilios de familias será un testimonio para todo el mundo. Hacen falta 20.000 voluntarios para una fiesta de 2 millones de jóvenes. Queridos jóvenes: con toda seguridad será la oportunidad de vuestra vida y el origen de amistades y de recuerdos imborrables. Madrid será sede de la catolicidad con la presencia del papa y de millones de jóvenes peregrinos y a muchos este encuentro les cambiará su vida para siempre.
La presencia en las Jornadas Mundiales de la Juventud nos ha cambiado la vida a muchos, que pudimos ver en directo el sacrificio de muchos jóvenes peregrinos venidos de todo el mundo para escuchar al “dulce Cristo en la tierra”, como llamaba al papa Sta. Catalina de Siena, una de las copatronas de Europa. En la JMJ de 1989 en Santiago de Compostela, sede arzobispal ocupada entonces por nuestro actual Cardenal-Arzobispo, maduró la vocación cristiana de cientos de jóvenes españoles, que como voluntarios para la animación y el servicio (VAS), en los chalecos llevábamos el lema “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Muchos han formado familias muy cristianas. Hace poco recibí dos testimonios de voluntarios sobre aquellas jornadas. Uno me decía: “Doy gracias a Dios por haberme concedido participar en aquellos días irrepetibles y animo a todo joven que lea estas palabras y tenga la oportunidad de participar este año en la JMJ con Benedicto XVI, a que sin dudarlo ni un segundo, entregue unos días de sus vacaciones al servicio y a la fraternidad con otros jóvenes y para otros jóvenes. Le aseguro que serán los días más felices de su vida”. Otro voluntario afirmaba: “No hacía falta ningún idioma para entenderse con personas llegadas de todos los confines del planeta. Desearía que algún día mis dos hijos tengan la oportunidad de participar en estos eventos”.
Benedicto XVI se reunirá con jóvenes profesores universitarios en S. Lorenzo de El Escorial el 19 de agosto. Cuando sobrevuele el Valle de los Caídos o pase por su puerta, sin duda recordará su visita privada de 1989. El Cardenal Ratzinger afirmó entonces que este monasterio le había interesado más que el de S. Lorenzo y que la mayoría de los que conocía “por la originalidad de su concepción y su espiritualidad” y añadió que merecería la pena que los europeos, encabezados por el Papa, peregrinaran para orar ante la Cruz del Valle.
Pidamos que los jóvenes españoles descubran la alegría de llevar a Jesús a todos los hombres, para que tengan la dicha de conocerle a Él y a Mª, Madre especialmente de sacerdotes y de consagrados y modelo de toda vocación. Ella nos enseña a confiar y a responder con generosidad a la llamada de Dios. En este mes de María, encomendemos a su maternal protección, en su advocación de Virgen del Valle, a la que podemos venerar por fin debajo de la estatua del arcángel S. Miguel, a cuantos descubren la llamada de Dios al sacerdocio o a la vida consagrada. Que así sea.