Queridos hermanos en Xto. Jesús: El domingo pasado comenzábamos la trayectoria apostólica de Jesús con su bautismo. Hoy la liturgia de la Palabra nos invita a reflexionar sobre ese Elegido que no sólo ha de restaurar el pueblo de Israel, sino que va a ser luz de todas las naciones y sobre quiénes forman el nuevo Pueblo de Dios, los santos, como los llama S. Pablo. El Evangelio proclamado da un paso más: el Elegido no es un profeta como los otros, es el Hijo de Dios, es el Verbo de Dios hecho carne, del cual los cristianos proclamamos diariamente sus alabanzas con la boca, pero nuestro corazón todavía está lejos de Él, pues estamos divididos y no logramos romper las barreras que nos separan.
El octavario de oración por la Unidad de los cristianos pertenece a esas jornadas de sensibilización de una tarea eclesial o de una necesidad imperiosa de la vida intraeclesial que nos propone la Iglesia a lo largo del año, porque requieren nuestra atención, pero que suelen presentar algún problema pastoral al integrarlas en el ciclo litúrgico. Este octavario es una excepción, porque en varios puntos importantes concuerda con las lecturas de este domingo, en el que se nos propone el comienzo del itinerario de la vida pública de Jesús o ministerio profético.
El primero es la superación del estrecho horizonte de la religión natural propia de cada pueblo y la revelación directa de Dios en que nos anuncia la salvación universal y que hemos escuchado en la primera lectura del profeta Isaías: “Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob,… te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”. A ningún profeta de Israel se había encomendado una misión tan ambiciosa que supera las fuerzas humanas. Ni siquiera los medios modernos de comunicación pueden hacerlo factible, aunque ingenuamente crean muchos que hoy día está al alcance de cualquiera con cierto carisma mediático o un buen aparato propagandístico.
La salvación es un don de Dios que está muy por encima de esos medios técnicos para estar supeditada a ellos, aunque pueda servirse de ellos. Y lo sorprendente es que pudiendo haberla realizado Jesús mismo sirviéndose de su poder divino, no hizo alarde de su categoría divina y se limitó a una dura tarea de misionero itinerante visitando pueblo a pueblo sin apenas fruto. Quiso que sus apóstoles de todos los tiempos imitáramos sus medios pobres para darse a conocer y le dejáramos a Él manifestarse por los frutos ocultos en los corazones y sólo en parte visibles en las conversiones y cambios que se perciben en actitudes diferentes a las que se tenían antes de ser tocados por la gracia de Dios.
Los mismos cristianos hemos desacreditado la misión mesiánica de Jesucristo en su gloria externa, hemos retrasado su avance por todas partes, la hemos deformado y desprovisto de su fuerza salvífica. Dios ha prometido que su salvación llegará hasta el último rincón y así ha sido, aunque los llamamientos de los últimos papas inviten a una nueva evangelización, pues el objetivo es la conversión de todos los corazones. Basados en tal promesa no podemos desanimarnos, porque el Señor está dispuesto a hacer fecunda la predicación del Evangelio allí donde se haga según su voluntad y porque Él difundirá su Espíritu de forma que no habrá obstáculo que le impida penetrar en los corazones bien dispuestos.
Otra coincidencia es el remedio contra la desunión, esa dramática situación de la que queremos salir. S. Pablo nos ofrece las pautas en esta brillante obertura cristológica de la carta a los Corintios. La realidad sobrenatural de una comunidad cristiana es nada menos que ser una asamblea de hombres llamados por el Padre a ser santos, es decir, personas entregadas a Dios en cuerpo y alma. Eso significa que han de estar dedicados al servicio de la voluntad del Padre mediante su unión con Cristo. Y aún más: no es posible identificarse con la santidad a la que Dios nos llama si esa comunidad cristiana carece de la unión afectiva y efectiva con los hermanos de otras comunidades. Baste para rematar esta coincidencia con los objetivos de este octavario el tema central del Evangelio proclamado: sólo basados en una confesión y vivencia de los dones de Cristo tal cual se nos ha revelado en su palabra, podremos estar unidos y atraer a los que todavía no conocen a Cristo o se han alejado de Él.
Por último, en su mensaje para la Jornada mundial del emigrante y del refugiado, que hoy se celebra bajo el lema «Emigrantes y refugiados, hacia un mundo mejor», el Papa Francisco ha afirmado: “El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. En él está impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa […] y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio”. Pidamos a Mª, en su advocación de Ntra. Sra. del Valle, que así sea.