Queridos hermanos: la resurrección de Jesucristo nos supera como a los discípulos. Hay en nuestro corazón obstáculos que remover para creernos que Aquel que fue humillado hasta la muerte infame, cuando Él había regalado vida a manos llenas a todos los afligidos, resucita sin humillar ostentosamente a sus enemigos, como haríamos nosotros. Su resurrección no se lleva a cabo de tal manera que todos se vieran obligados a creer. Hay en todo ello un ejemplar respeto por nuestra libertad. No se nos impone la evidencia de los hechos. Jesús se manifiesta a escondidas, porque prefiere el conocimiento del corazón, expresado en el agradecimiento y en la entrega incondicional. Eso es lo que espera de nosotros. En el Evangelio de hoy esto se palpa a primera vista. Jesús condesciende con la debilidad de Tomás, que se resiste a creer y quiere ver y tocar y recuerda a Tomás y a sus discípulos que si se fían de Él, alcanzarán una participación mayor en sus dones conforme a la confianza depositada en Él. El que no ha llegado a esa confianza en Cristo, tiene que purificarse hasta alcanzarla, pues es imprescindible para ser discípulo del Señor saber de quién se ha fiado, como dijo S. Pablo.
Cuesta dar ese paso que tiene todas las apariencias de locura. El que ama y confía en Jesús al 100% es un insensato a los ojos del que se empeña en no dar el paso de fe y contentarse con los datos sensibles. No se abre al conocimiento sobrenatural, no estrictamente demostrable, pero tampoco irracional. La resurrección de Jesús también causa la comunicación del Espíritu Santo, pues Jesús a sus apóstoles les confiere el poder de perdonar los pecados antes de Pentecostés, donde dicha comunicación alcanza a todos los miembros de la Iglesia. La primera lectura de los Hechos nos habla de los efectos del Espíritu en la primitiva comunidad de Jerusalén. Ante todo produjo unidad entre sus miembros, algo decisivo para que los hombres se conviertan. No es una técnica psicológica para ganar adeptos: a quien ganamos estando unidos es a Dios mismo, pues cuando reproducimos en nuestra vida la unión en el seno de la Trinidad es cuando la gracia de hacerse presente Dios en nosotros se hace atractiva a los ojos de los que están lejos. No podemos vivir unidos sin la gracia de Dios, pero si colaboramos con ese don divino y nos dejamos arrastrar por su influjo, se hace viva la presencia de la Trinidad en nosotros e irradia en torno de esa comunidad, que se convierte en luz para los que andan lejos del camino de la salvación.
Salvación que se alcanza por la fe, nos ha enseñado San Pedro en su carta, donde exalta el poder de la resurrección de Jesucristo, gracias a la cual tenemos una esperanza viva y una herencia eterna en el cielo. Y el que vive la fe también nos dice que es como si viviese anticipado el cielo en la tierra, porque ya tiene ese gozo transfigurado del que ama y cree en Jesús, que es mucho más profundo que el verlo con los ojos de la carne. A los que meditan la Palabra de Dios con asiduidad procurando vivirla fielmente y participan en la Eucaristía, se les abren los ojos del espíritu para reconocer a Jesús, vivo en la Iglesia a través de las mediaciones que Dios ha establecido en el Papa y en los obispos. La desobediencia o crítica a estas mediaciones denota que no estamos asentados en la Palabra y en la Eucaristía o que nuestra relación con ellos es rutinaria y falta de sinceridad.
Hoy se celebra la Jornada de Vocaciones Nativas, dedicada a la oración y la ayuda económica a las vocaciones sacerdotales o religiosas en los territorios de misión. El lema de esta jornada, “Misioneros por vocación”, vincula la relación misionera de dos Papas que dieron suma importancia a esas vocaciones y hoy canonizados providencialmente, Juan XXIII y Juan Pablo II, con quienes son enviados a anunciar el Evangelio y participar activamente en el nacimiento de las comunidades cristianas, donde Dios suscitará vocaciones. Juan XXIII exhortó a los fieles a colaborar con la formación del “clero indígena”. Juan Pablo II pedía “al Señor que nadie llamado al sacerdocio o a la vida religiosa en tierras de misión quede excluido por falta de recursos materiales o económicos” y recordó la necesidad de una “generosa colaboración de todos los fieles”. Además de animaros a participar en la colecta de hoy, destinada a esta jornada, os recomiendo una forma de ayuda permanente: las becas de estudio. La completa, 2000 euros, cubre los seis años de formación de un seminarista; la media beca, 1000 euros, le ayuda tres años; 350 euros cubren un curso de un novicio o seminarista.
La doble canonización y la Jornada de Vocaciones Nativas coinciden con este II Domingo de Pascua, Domingo de la Divina Misericordia, según dispuso Juan Pablo II. La devoción difundida por Santa Faustina Kowalska, con el famoso cuadro de Jesús que apunta a su corazón, del que salen un rayo rojo (la sangre, la Eucaristía) y otro pálido (el agua, el bautismo, el Espíritu Santo), fue propuesta por el Papa Francisco el domingo 17 de noviembre, en el Ángelus en la Plaza de San Pedro, como “ayuda espiritual para nuestra alma y para difundir por todas partes el amor, el perdón y la fraternidad”. Y añadió: “No os olvidéis de tomarla porque hace bien ¡al corazón, al alma y a toda la vida!”. La Misericordina contiene 59 gránulos para el corazón y se compone en un 50% de corona de la divina misericordia y en otro 50% de la imagen de Jesús misericordia. El envase es blanco con el dibujo de un corazón humano con espinas y un diagrama de los latidos del corazón. El prospecto explica cómo usar la corona de la divina misericordia. No tiene fecha de caducidad ni contraindicaciones ni efectos secundarios ni problemas de sobredosis. En caso de duda, hay que consultar a un sacerdote, monja o catequista.
Que Ntra. Sra. del Valle, que D.m. celebraremos el próximo 5 de mayo, nos ayude y estimule a tomar este medicamento o medicina espiritual con toda la frecuencia que nos sea posible. Que así sea.