Queridos hermanos: en el evangelio de este domingo se ha vuelto a proclamar el episodio de la cananea, que había sido proclamado el miércoles de la semana pasada. La cananea, que había oído hablar de la bondad, misericordia y poder de Jesús, lo alcanzó, se postró ante Él y le suplicó de rodillas. A pesar de que Jesús le contesta despectivamente para probarla, la cananea demuestra una fe audaz. Por eso Jesús le concede lo que desea. También en la oración colecta hemos pedido al Señor que infunda su amor en nuestros corazones para que, amándole en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar sus promesas, que superan todo deseo. Cuando nos encontramos en dificultades, cuando parece que el Señor no quiere intervenir, cuando no vemos la solución de un problema, debemos escuchar a Jesús, que nos dice: «Que se cumpla lo que deseas».
Las dificultades deben ser ocasiones de progreso en la fe y no de renuncia a la esperanza. En nuestra vida diaria, cuántas veces nos parece que el mundo se hunde bajo nuestros pies y que Dios nos ha abandonado irremediablemente o incluso caemos en la tentación de dudar de su existencia. Benedicto XVI afirmó hace unos años que la religión católica sufre una grave crisis interna: “la identificación con la enseñanza de la Iglesia decae en muchos fieles y de este modo se pierde la certeza de la fe y desfallece el respeto reverencial por la ley de Dios”. Podríamos llegar así a la desagradable conclusión de que los cristianos, empezando por los consagrados, nos estamos acomodando cada vez más a ver nuestro prójimo no con los ojos de la fe sino con los criterios del mundo, que nos entran por los sentidos y que cada vez enturbian más nuestra alma. Queridos hermanos: muchos bautizados reniegan de Dios y al mismo tiempo se preguntan por qué el mundo se ha convertido en un infierno. Nos creemos como palabra de Dios lo que dicen los medios de comunicación o la última novela, película o actriz de moda, pero ponemos en duda la Biblia sin mayor problema. Los comentarios obscenos se extienden cada vez más, también entre los católicos, pero está mal visto hablar de Dios en público.
Nos hemos acostumbrado a que a personajes públicos autodenominados católicos se les llene la boca diciendo que si Jesús viniera otra vez al mundo, no se preocuparía de las tendencias sexuales de la gente, sino que estaría con los pobres, como si los datos no demostraran que la Iglesia ayuda mucho más a los pobres y a los enfermos de SIDA que los organismos a los que pertenecen estos falsos profetas de despacho enmoquetado. Revistas supuestamente religiosas han publicado imágenes blasfemas de la Stma. Virgen Mª y han defendido la homosexualidad en la vida consagrada. Como dijo el cardenal Biffi cuando era arzobispo de Bolonia: «La cristiandad de nuestros tiempos está afectada por el Sida. Es víctima de una inmunodeficiencia. Históricamente, siempre ha sido agredida por fuerzas hostiles, pero sus reacciones han sido inmediatas. En la actualidad no es así, las reacciones son blandas y todo está bajo la bandera de lo políticamente correcto».
¿Cómo podemos esperar, queridos hermanos, que Dios no nos abandone en nuestras crecientes dificultades, si insistimos en que nos deje solos, si desde hace años, con la complicidad, la cobardía o al menos la indiferencia de muchos de nosotros, le estamos pidiendo que salga de nuestros colegios, lugares de trabajo y vidas? Frente a la regla de S. Benito, que nos pide “no anteponer nada al amor de Cristo”, Benedicto XVI ha destacado cómo nuestras obras proclaman que “todo es más importante que el amor de Cristo y se ha de hacer primero”, es decir, justo lo contrario. Nos engañamos a nosotros mismos al considerar que lo más lógico y urgente es resolver primero nuestros problemas y creernos que después quizá nos quede tiempo para Dios. Pero después de esos problemas siempre vendrán otros y así Dios siempre queda en segundo plano. Ya no tenemos tiempo para Dios, pero el tiempo sin Dios es inútil. Así perdemos el sentido de nuestra vida, porque convertimos en secundario lo importante y nos convertimos nosotros mismos en lo primero sin caer en la cuenta de que nuestra verdadera importancia sólo viene de Dios. Queridos hermanos: busquemos primero el Reino de Dios y su justicia y Jesús nos dirá como a la cananea: “que se cumpla lo que deseas”.
Precisamente el lema de la Jornada Mundial de la Juventud es “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”. Asistir a la Jornada no es una excusa para hacer turismo, ni una ocasión para que la Iglesia exhiba su capacidad de movilización, sino una oportunidad para acercarnos a la dulzura de Dios si escuchamos las palabras del Vicario de Cristo con verdadero espíritu de fe. La Penitenciaria Apostólica ha concedido “indulgencia plenaria a los fieles que devotamente participen en alguna función sagrada o ejercicio piadoso que se desarrolle en Madrid durante la Jornada […] siempre que, confesados y verdaderamente arrepentidos, reciban la Santa Comunión y recen piadosamente según las intenciones de Su Santidad”. También se concede indulgencia parcial a los fieles, allá donde se encuentren mientras se celebre la Jornada, si al menos con el alma arrepentida “elevan sus rezos a Dios Espíritu Santo para que impulse a los jóvenes a la caridad y les dé la fuerza de anunciar con la propia vida el Evangelio”.
Queridos hermanos: pidamos al menos un poco de la fe de un gran santo polaco, S. Maximiliano Mª Kolbe, verdadero mártir de la caridad, asesinado hoy hace 70 años por los nazis, los nacionalsocialistas. Él se ofreció como víctima en holocausto a cambio de la vida de un padre de familia condenado a muerte en ese infierno construido por los hombres que fue el campo de concentración de Auschwitz. Allí también fue inmolada Sta. Teresa Benedicta de la Cruz, co-patrona de Europa, que animó a su hermana a ofrecer sus vidas por la salvación de su pueblo, del pueblo judío y por su país, por Alemania. Y dado que S. Maximiliano Mª fue un gran apóstol mariano y obtuvo la gracia de nacer para el cielo en esta vigilia de la solemnidad de la asunción de la Virgen Mª, pidamos la intercesión de Mª para que aumente nuestra fe. Que así sea.