VIGILIA PASCUAL – B (2021)
Queridos hermanos:
Acabamos de escuchar en el Evangelio (Mc 16,1-7) el gran anuncio que el ángel realizó a las santas mujeres en el Sepulcro: “Ha resucitado”. Es la afirmación que define esencialmente nuestra fe, porque la Resurrección de Cristo es una verdad fundamental del dogma católico e incluso de toda confesión cristiana que se precie de serlo. No fue una sugestión colectiva de los Apóstoles y de los otros discípulos ni una presencia simplemente espiritual entre ellos, como algunos teólogos protestantes y católicos infectados por el virus del racionalismo han pretendido y todavía pretenden enseñar. La Resurrección de Cristo es un hecho real, verdadero, acontecido en un momento histórico y que al mismo tiempo trasciende la Historia, como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 639, 647 y 656).
Al morir en la Cruz, el cuerpo de Jesucristo fue luego depositado en el sepulcro sin llegar a corromperse. Y su alma humana –pues Jesucristo es verdadero hombre y como tal disponía y dispone de auténtico cuerpo humano y auténtica alma humana– “descendió a los infiernos”, como afirmamos en el Credo: es decir, quiso compartir la suerte de los santos del Antiguo Testamento en el Limbo de los Justos o Seno de Abraham, donde fue a rescatarlos para, en el momento de la Resurrección, llevarlos al Cielo, a la gloria eterna definitiva junto al Padre.
El cuerpo de Jesucristo realmente resucitó al reunirse con él su alma por el poder divino del Padre y de la propia persona del Verbo, del Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, pues la persona divina del Hijo es la que ha asumido esta naturaleza humana completa y verdadera. Por lo tanto, Jesucristo realmente salió del sepulcro y se apareció en los días siguientes con un cuerpo glorioso a las santas mujeres, a los Apóstoles y a otros discípulos.
Si los Apóstoles y los otros primeros discípulos de Jesús hubieran querido inventar la historia de su Resurrección, no lo habrían podido hacer peor. En los Evangelios se refleja su estupefacción y hasta su incredulidad. No creen la noticia hasta que comprueban por sí mismos que es verdad. En el relato que acabamos de escuchar, las santas mujeres iban convencidas de ir a embalsamar a un muerto, no tenían la idea de ir a ver si había resucitado. Por lo tanto, no es posible decir que se trate de un relato inventado por los primeros discípulos para superar el golpe psicológico ocasionado entre ellos por la Muerte de Jesús. La actitud aterrada y escéptica de las santas mujeres, de los Apóstoles y de los otros primeros discípulos, es una de las pruebas más evidentes de la verdad de la Resurrección.
La Resurrección de Cristo es su victoria como auténtico Mesías Salvador. Demuestra que es verdadero Dios y verdadero hombre y por eso es capaz de recuperar la vida. Y la Resurrección de Cristo nos conduce a andar en una vida nueva, según nos ha dicho San Pablo en la carta a los Romanos (Rom 6,3-11): “Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él”.
El relato de la Creación que hemos escuchado del Génesis (Gn 1,1-31; 2,1-2) nos pone ante la evidencia de que la Resurrección de Cristo supone un perfeccionamiento de la primera creación e incluso una nueva creación. Con la Resurrección de su Hijo, Dios ha obrado una nueva creación del hombre, ha realizado la recreación del hombre, ha elevado aún más la dignidad del hombre, nos ha propuesto el modelo del “hombre nuevo” del que habla San Pablo en varias cartas (así, Ef 4,22-25; Col 3,9-10) y que culminará con la resurrección del cuerpo al final de los tiempos y la gloria eterna. Por el Bautismo, como nos enseña San Pablo, somos sepultados y renacidos con Cristo por su muerte y Resurrección.
Por otra parte, el relato de la salida de Egipto tomado del libro del Éxodo (Ex 14,15-15,1) nos hace entender que la Resurrección de Cristo supone la liberación verdadera del nuevo Israel, del nuevo pueblo de Dios, que es la Iglesia. Mediante su muerte y su Resurrección gloriosa, Cristo nos ha rescatado de la esclavitud del demonio, del pecado y de la muerte.
En fin, demos gracias a Cristo por su obra redentora, por su muerte y su Resurrección, y vivamos la alegría pascual, que es propia del cristiano consciente de la victoria de Cristo. Que esta alegría pascual nos transforme interiormente como les acabaría sucediendo a las santas mujeres, a los Apóstoles y a todos los discípulos. Vivamos esta alegría con María Santísima, la Madre del Redentor, que mantuvo la fe y la esperanza en su Resurrección cuando todos vacilaban.
A todos, feliz Pascua de Resurrección.