Queridos hermanos:
Acabamos de escuchar cómo el evangelista San Mateo, uno de los apóstoles del Señor y verdadero testigo de las apariciones de Cristo Resucitado, narra la noticia de la Resurrección del Señor que el ángel anunció a las santas mujeres en el sepulcro vacío y el encuentro que ellas tuvieron a continuación con el mismísimo Jesús, quien les exhortó a la alegría (Mt 28,1-10). Ellas, invitadas por el ángel, pudieron ver con sus propios ojos el sepulcro vacío, quedando impresionadas y llenas de alegría.
Sabemos que los apóstoles y los otros discípulos fueron inicialmente escépticos ante la noticia de la Resurrección (Mt 28,17; Mc 16,13-14), tomándolo por un delirio de las santas mujeres (Mc 16,11; Lc 24,11), hasta que ellos mismos vieron también el sepulcro vacío (Lc 24,12; Jn 20,6-8) y contemplaron al Señor resucitado, e incluso Santo Tomás tuvo que meter el dedo en las llagas de sus manos y la mano en la herida del costado (Jn 20,24-29). Es decir, nadie del entorno de Jesús era dado a inventar la historia de su Resurrección, pues, aunque habían escuchado muchas veces de sus labios que, después de padecer y de morir en la cruz, habría de resucitar de entre los muertos, no terminaban de comprender ni de creer estas palabras. La Resurrección de Cristo, por lo tanto, no fue una invención de la primitiva comunidad cristiana; creyeron en ella, por decirlo coloquialmente, al toparse de lleno con esta realidad.
Tampoco se trataba de una sugestión colectiva o de una simple presencia espiritual, como sugirió a algunos la impresión primera que tuvieron de encontrarse ante un fantasma (Lc 24,36-45) y como algunos teólogos arrastrados por un racionalismo falto de fe han pretendido. Al contrario, el cuerpo de Jesucristo verdaderamente resucitó. Jesucristo realmente salió del sepulcro y se apareció en los días siguientes, con un cuerpo glorioso, a las santas mujeres, a los apóstoles y a otros discípulos. De hecho, la frase que acabamos de escuchar en el Evangelio, expresada por el ángel dos veces, define esencialmente nuestra fe: “Ha resucitado”. La Resurrección de Cristo es una verdad fundamental de nuestra fe que hay que afirmar sin temor. Se trata de un hecho real, verdadero, acontecido en un momento histórico y que al mismo tiempo trasciende la Historia, como nos recuerda el Catecismo de Iglesia Católica (nn. 639, 647 y 656).
La Resurrección de Cristo supone la certeza de su victoria como auténtico Mesías Salvador, como Hijo de Dios hecho hombre, sobre la muerte, el pecado y el demonio. Es la demostración más clara de que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre, que ha asumido nuestra naturaleza humana hasta identificarse con nosotros en el sufrimiento y en la muerte, y que por su naturaleza divina y por ser en la persona divina del Verbo en la que ambas naturalezas se unen, es también capaz de recuperar la vida.
Además, la Resurrección de Cristo, como nos ha dicho San Pablo en la carta a los Romanos (Rom 6,3-11), nos invita a andar en una nueva vida, “pues si hemos sido incorporados a Él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya”. Con la Resurrección de su Hijo, Dios ha obrado una nueva creación del hombre, ha elevado aún más la dignidad del hombre, nos ha propuesto el modelo del “hombre nuevo” del que habla San Pablo en varias cartas (así, Ef 4,22-25; Col 3,9-10).
Esta nueva creación del hombre, esta nueva vida a la que estamos llamados y que culminará con la resurrección del cuerpo al final de los tiempos y la gloria eterna, se nos transmite desde que recibimos el sacramento del Bautismo y se nos aumenta cada vez que recibimos la Sagrada Eucaristía. Es la vida de la gracia, que la segunda carta de San Pedro define como una participación en la naturaleza divina (cf. 2Pe 1,4) y que se nos derrama por el Espíritu Santo. Si Cristo no hubiera resucitado, no habríamos recibido el Espíritu Santo en plenitud. Y San Pablo lo dijo claramente a los Corintios: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe” (1Cor 15).
Alegrémonos, pues, con la Resurrección de Cristo, como se llenaron de alegría las santas mujeres y luego los apóstoles y otros discípulos al comprobar la verdad del primer anuncio del ángel a ellas. Alegrémonos con María Santísima, quien, según consideran muchos autores de la Tradición de la Iglesia y a pesar de que los Evangelios canónicos no lo refieran porque lo den por sobreentendido, sería seguramente la primera en conocer la noticia y la primera en recibir la visita de su Hijo Resucitado. A todos, pues, Feliz Pascua de Resurrección.
Por concesión expresa de la Santa Sede a nuestra Basílica, en estos días del Triduo Sacro se puede ganar indulgencia plenaria en ella con las debidas condiciones de aversión al pecado, confesión con absolución individual, comunión eucarística y oración por el Papa.