VIERNES SANTO – 2021
CELEBRACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
Queridos hermanos:
La profecía de Isaías nos ha puesto ante los ojos lo que iba a sufrir por nosotros el Mesías Redentor, el Siervo sufriente de Dios (Is 52,13-53,12): “Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores […]. Nuestro castigo saludable vino sobre Él, sus cicatrices nos curaron. […] El Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes” y entregó “su vida como expiación”.
En Jesucristo se cumplió al pie de la letra todo lo profetizado en el Antiguo Testamento acerca de nuestra redención. No se trataba de un Mesías político o guerrero, sino del mismo Hijo de Dios encarnado para ofrecer su vida al Padre celestial en sacrificio de inmolación por nuestros pecados, alcanzándonos así la misericordia divina y ser hechos hijos adoptivos de Dios derramando sobre nosotros el Espíritu Santo.
Por eso, como ha afirmado la Carta a los Hebreos (Hb 4,14-16;5,7-9), Él es el Sumo Sacerdote que se ha compadecido de nuestras flaquezas y ha sido probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado, de tal modo que ha dado satisfacción por nuestros pecados y se ha convertido así en autor de salvación eterna.
La Pasión y la Muerte de Jesús era la satisfacción que el Hijo de Dios había de ofrecer al Padre para reparar la falta del hombre. El pecado es una injuria contra el honor de Dios, porque es negarle el honor debido, y hasta que no se le devuelve tal honor se permanece en la culpa. Y como consecuencia del pecado original, que fue un pecado que afectaba a toda la naturaleza humana, se hacía necesaria una satisfacción oportuna. Tal satisfacción no podía darla más que Dios mismo, pero a la vez no podía hacerla más que un hombre; por lo tanto, Dios dispuso algo que desborda los cálculos y las posibilidades mismas del hombre: dispuso la Encarnación de su Hijo, el Verbo, Jesucristo, para que, como Dios y como Hombre, pudiera dar a Dios cumplida satisfacción por el pecado.
Pero este sentido de la satisfacción de la deuda debida no excluye, ni mucho menos, la razón más profunda de la Encarnación y de la Redención a través de la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Hijo de Dios: esa razón profunda, que revela la entraña más íntima de Dios, es su Amor infinito y misericordioso, por el que ha querido realizar de este modo el rescate del hombre.
En efecto, Dios creó al hombre para que pudiera gozar de Él mismo, el Sumo Bien, el Bien infinito y eterno. Y para que su obra creadora no quedara frustrada por el efecto del pecado libremente cometido por el hombre, Dios, en su Sabiduría y en su Amor infinitos, ha querido realizar así la Salvación del hombre, sobrepasando con su gracia la gravedad del pecado del hombre. Si Dios ha redimido al hombre por medio de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de su Hijo, lo ha hecho por amor al hombre y para elevarlo a la bienaventuranza eterna.
La redención obrada por la Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz supone la expresión máxima del amor, como Él mismo ha dicho: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). También San Pablo lo ha expresado con claridad: Cristo “me amó y se entregó por mí” (Gál 2,20). Y lo que dice San Pablo de sí, lo debemos aplicar a cada uno de nosotros. La Pasión de Cristo no sólo nos ha redimido a los hombres en conjunto, sino que me ha redimido a mí, a cada uno de nosotros. Tenemos que meditar esto y decirnos esto frecuentemente cada uno, y muy especialmente en estos días: Cristo ha muerto por amor a mí; me ha amado hasta el extremo dando su vida por mí (cf. Jn 13,1). Así, de verdad, podemos comprender que sus cicatrices no sólo curaron a la humanidad en su conjunto, sino a cada hombre y a mí mismo.
Al pie de la Cruz, con María, tratemos de contemplar a Jesús, viendo en Él a nuestro Redentor, a mi Redentor, y acompañémosle hasta el Sepulcro para resucitar con Él a una nueva vida de gracia, siguiendo los pasos de María, que permaneció en la esperanza de su Resurrección. Ella, que ha sido asociada por su Hijo como primera colaboradora en la obra de la Redención, es así la Corredentora que en todo ha obedecido a Dios y le ha ofrecido sus sufrimientos maternales para el bien de la humanidad.
En estos días del Triduo Sacro, por concesión de la Santa Sede a esta Basílica, se puede ganar indulgencia plenaria con las debidas condiciones de aversión al pecado, confesión con absolución individual, comunión eucarística y oración por el Papa.
Por otra parte y como todos los años, la colecta de hoy va destinada a los cristianos de Tierra Santa.