Queridos hermanos:
Cuando el Gran Rabino de Roma, Zolli, leyó y meditó bajo la acción de la gracia divina los textos de la profecía de Isaías sobre el Siervo de Yahveh, el Siervo sufriente de Dios, de la cual está tomada la primera lectura que hemos escuchado (Is 52,13-53,12), comprendió que se cumplía detalladamente en Jesucristo. Eso le hizo abrazar el cristianismo, recibiendo el bautismo de manos del Venerable Pío XII y tomando el nombre de Eugenio en su honor.
En efecto, Jesucristo es el verdadero Mesías Redentor, anunciado por los profetas del Antiguo Testamento; es el Hijo de Dios, como se ha proclamado en la lectura de la Carta a los Hebreos (Hb 4,14-16;5,7-9), la cual nos lo presenta como el Sumo Sacerdote que se ha compadecido de nuestras flaquezas y ha sido probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado, de tal modo que ha dado satisfacción por nuestros pecados y se ha convertido así en autor de salvación eterna. No existe otro Salvador, Redentor y Mediador que Jesucristo. No tiene sentido que busquemos promesas mesiánicas en discursos políticos, económicos o de sectas pseudorreligiosas. Sólo Él, verdadero Dios y verdadero hombre, nos puede salvar; Él es el modelo de la humanidad perfecta, el nuevo Adán y el camino para llegar a Dios.
_x000D_
Pero la vía por la que Él ha obrado la redención de los hombres no es la que, desde una perspectiva meramente humana, nosotros habríamos escogido. Nosotros, hombres de la tierra, habríamos pretendido alcanzarla por medio de una revolución social y política o a través de guerras, por medio de signos y manifestaciones gloriosas o empleando grandes discursos, métodos llamativos o haciendo relucir el nombre de los supuestos redentores. Así lo pretendían los judíos contemporáneos de Jesús y en especial algunos grupos como los guerrilleros zelotes, a los cuales muy probablemente pertenecía Barrabás. Y lo mismo pretenden hoy los supuestos redentores de nuestros días, los mesianismos y las vanas utopías de nuestro tiempo, que han nacido de ideologías que ya han demostrado más que suficientemente su fracaso estrepitoso en experiencias previas, aunque pronto lo hayamos olvidado.
Sin embargo, Jesucristo ha escogido un camino “a lo divino”, opuesto a nuestras maneras, pero que desde entonces se ha convertido en el modelo que, como cristianos, debiéramos seguir para todas nuestras acciones y para nuestra actitud general ante la vida. Él ha optado por el “abajamiento”, el “despojamiento”, la kénosis, hasta el punto de que, siendo Dios, ha abrazado la muerte más ignominiosa del mundo antiguo: la Cruz. Este camino de renuncia y de sometimiento fiel a la voluntad del Padre es lo que precisamente ha obrado la salvación de los hombres y lo que ha hecho que el Padre lo exalte como verdadero Rey, dándole el nombre sobre todo nombre, según hemos cantado antes del Evangelio, de un texto tomado de la carta de San Pablo a los Filipenses (Flp 2,8-9).
En este año jubilar de la Misericordia, la narración de la Pasión por San Juan (Jn 18,1-19.42) nos ofrece algunos aspectos muy sugerentes para la meditación y contemplación. Por una parte, todo el conjunto de la aceptación de Cristo de su Pasión redentora: lo ha hecho como expresión máxima de amor y misericordia, tal como se lo había dicho a los apóstoles: “nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13).
Por otro lado, dándole su Madre a Juan, “el discípulo que tanto quería”, nos la ha entregado también a nosotros como Madre: María, por su asociación como auténtica Corredentora con Jesucristo, ha sido constituida Madre espiritual de la Iglesia y de todos los hombres, Abogada y Medianera de todas las gracias y, en consecuencia, verdadera Madre de misericordia que intercede por nosotros.
En fin, San Juan recoge el episodio de la lanzada en el costado de Cristo. Además del detalle médico, la Tradición considera que del costado abierto ha brotado la Iglesia, confirmada por el Espíritu Santo el día de Pentecostés. La sangre y el agua que brotaron del costado abierto de Cristo son signo de que lo ha dado todo y de que se ha entregado a sí mismo para nosotros. El agua y el vino que se mezclan en el ofertorio de la Misa lo recuerdan, significan también la unión de la divinidad y la humanidad en Cristo y nuestra participación en su sacrificio y en su divinidad, pues Él se ha dignado compartir nuestra naturaleza humana para hacernos partícipes de su naturaleza divina (cf. 2Pe 1,4). El costado abierto nos permite además penetrar en el conocimiento del Corazón de Jesús, símbolo de su amor por el hombre. Y, en fin, en la visión que Santa Faustina Kowalska tuvo de Jesús y que se ha plasmado en el cuadro de la Misericordia divina, vio un rayo rojo y otro pálido que salían de él, símbolo del agua que justifica a las almas y de la sangre que las vivifica (Diario, 299).
Contemplemos a Jesús, al pie de la Cruz, como María, y penetremos hasta lo profundo de su Corazón por la herida del costado abierto, de la que brota la Misericordia divina y nace la Iglesia. Y esperemos también con María su Resurrección gloriosa.
En estos días del Triduo Sacro, se puede ganar indulgencia plenaria en esta Basílica con las debidas condiciones de aversión al pecado, confesión con absolución individual, comunión eucarística y oración por el Papa. Por otra parte, la colecta de hoy va destinada a los cristianos de Tierra Santa.