Hemos iniciado esta celebración, queridos hermanos, con palabras tomadas del salmo 97: «Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas». ¿De qué cántico se nos habla aquí? ¿dónde radica la novedad de ese canto al cual se nos invita? Mirad, el «cántico nuevo», en realidad, sois cada uno de vosotros, que por el bautismo habéis vuelto a nacer gracias a la Resurrección de Jesucristo. La novedad de vuestro canto consiste en la santidad de vuestra vida. Sois un cántico nuevo cuando vivís santamente (cf. san Agustín), sois un cántico nuevo cuando dais testimonio real y concreto del amor de Cristo en vuestro entorno. Éste es el corazón de la liturgia de este día: ser un cántico nuevo por haber emprendido el camino del amor que Cristo ha abierto con su Pasión y su Resurrección.
Sin duda Cristo como «camino» constituye uno de los puntos centrales de la liturgia de hoy. El hombre ha sido siempre un caminante. Hay algo que nos espolea el corazón: búsqueda, deseo, insatisfacción, sed de plenitud… Ante nosotros se presentan caminos cotidianos y ordinarios, al tiempo que encrucijadas trascendentales, de las que depende toda una vida. La metáfora del camino tiene un amplio eco en el AT, de modo particular en el Libro de los Salmos. El salmista pide a Dios que le indique el camino que ha de seguir (cf. Sal 142, 8), que le aparte del «camino falso» (Sal 118, 29). El sabio reconoce que la senda de la vida está en la voluntad de Dios, en el cumplimiento de su ley y por eso suplica al Señor: «Muéstrame el camino de tus leyes y lo seguiré puntualmente» (Sal 118, 33). El camino justo y recto que lleva a Dios es la realización de sus mandamientos (cf. Sal 118, 30).
Ahora, en los tiempos de la alianza nueva y definitiva, es la persona de Jesús quien se presenta como «el camino» abierto a todos. Nosotros, seres humanos, necesitábamos un amigo, un hermano que nos tomara de la mano y nos acompañase hasta la «casa del Padre» (Jn 14, 2); necesitábamos a alguien que conociese bien el camino. Y Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó (Ef 2, 4), envió a su Hijo no sólo a indicárnoslo, sino también a hacerse él mismo «el camino» (Benedicto XVI).
Fijaos que la expresión con artículo («el camino, la verdad, la vida»), viene a decir que existen muchos caminos, pero Jesús es el único camino seguro; existen muchas verdades, pero Él es la verdad por esencia. En realidad, en esta frase del Señor pronunciada en su discurso de despedida durante la cena pascual el énfasis recae en la primera de las tres palabras, de manera que podríamos formularla así: «yo soy el camino verdadero que conduce a la vida». Para el evangelista Juan «el camino» no es meramente una moral, como «la verdad» no es una serie de proposiciones doctrinales; el camino y la verdad son una persona viviente: Jesucristo, nuestro único mediador para ir al Padre (M. Iglesias).
Nosotros, que constituimos la comunidad de Jesús, tenemos que recorrer un camino, lo cual expresa el dinamismo de esta vida, que es progresión. Es un vivir que va perfeccionándonos. Pero su término puede ser éxito o fracaso. Cristo nos señala la dirección en que el hombre se realiza y que él mismo ha abierto: la solidaridad con los hermanos y la entrega, el servicio y el amor creciente. Ahí se encuentra el éxito de la vida y la vida definitiva. Todo otro camino lleva a la nada y a la muerte. Pero Jesús además nos comunica la energía (el Espíritu) que nos impulsa en esa dirección. Con el Espíritu, Jesús crea una onda de solidaridad con el hombre, de amor desinteresado que sigue sus pasos y conduce a la humanidad al encuentro final con el Padre (J. Mateos).
Cristo es el camino de los que poseen la vida y, con ella, la verdad, para llevarlas a su pleno desarrollo. El camino ha quedado expresado en el mandamiento nuevo de amor (Jn 13, 34s). Si lo pensamos bien, Jesús lo es todo para nosotros: es el sitio a donde vamos y es también el camino por el que podemos llegar a ese sitio. En efecto, cuando afirma: «voy a prepararos un sitio en la casa del Padre», el sitio está en su cuerpo martirizado y después resucitado. Ahora todos somos miembros de su cuerpo, porque nos ha preparado un sitio en Él. Es más, podemos decir que el sitio preparado está en su corazón: Jesús permitió que su corazón fuera traspasado, para que, en cierto sentido, pudiéramos entrar en Él (A. Vanhoye).
Pidamos hoy la gracia de seguir a Jesucristo como se sigue un camino; pidamos la gracia de imitarle viviendo en el amor, porque Él es camino precisamente por el hecho de habernos amado hasta el extremo; el suyo es un camino de amor generoso. Este tipo de amor no es fácil de realizarlo. El amor nos atrae, hermanos, pero el amor generoso nos da miedo, porque entraña sacrificio, renuncia y donación de sí mismo.
Me gustaría concluir parafraseando a san Agustín, con una invitación a alabar al Señor en este domingo de Pascua, a alabarle con vuestra vida no menos que con vuestra voz; a alabarle con la unión de vuestras voces y de vuestros corazones. Cantad el cántico nuevo siguiendo el camino del mandamiento nuevo. Cantad como cantan los viajeros, sin cesar de caminar; cantad para consolaros en medio de vuestras fatigas, pero no os dejéis llevar por la pereza. Cantad y caminad. ¿Qué quiere decir caminad? Avanzad, haced progresos en el bien, haced progresos en la fe, en la pureza de las costumbres. No os extraviéis, no os volváis atrás, no os dejéis seducir por los placeres vanos de este mundo. Cantad y caminad.
Que santa María, nos ayude a comprender que por nuestros gestos de amor, por pequeños que sean, hacemos presente a Cristo en el mundo; que ella nos ayude a seguir a Cristo-camino, a conocer a Cristo-verdad y a acoger a Cristo-vida, y así alcancemos la libertad verdadera y la herencia eterna.