Querido Fr. Pelayo:
Cuenta un hermoso Apotegma de los Padres del Desierto, aquellos primeros monjes de Egipto, que en una ocasión el obispo Epifanio de Chipre, antiguo monje, quiso reencontrarse con el abad Hilarión, y que, en la comida, aquél le ofreció un ave, a lo que éste dijo: “Padre, discúlpame, pero desde que he vestido este hábito, no he comido carne”. A lo cual respondió el obispo Epifanio: “Y yo, desde que tomé este hábito, jamás he permitido que nadie se acostara teniendo algo contra mí ni yo me he dormido con resentimiento contra alguno”. Hilarión le contestó entonces: “Perdóname, tu práctica es mejor que la mía”.
Son muchos los Apotegmas de los “Padres del Desierto” que exponen con una sencillez bellísima el valor del hábito como signo de una nueva vida. Aquellos monjes, revestidos de la “melota” o piel de camello, habían puesto sus ojos en los hábitos vestidos por Elías, Eliseo, los profetas del Antiguo Testamento que vivían en comunidad y San Juan Bautista: un manto, unas pieles, la descalcez… Todo ello exteriorizaba la austeridad y el desprendimiento de una vida que miraba a la consecución de la dicha eterna. Incluso dieron con frecuencia un significado espiritual particular a cada pieza del hábito, como lo reflejan Evagrio Póntico y Juan Casiano.
También San Gregorio Magno nos cuenta cómo N. P. S. Benito, habiéndolo dejado todo para buscar únicamente a Dios, se retiró del mundo y recibió el hábito monástico de manos del monje Román (Diálogos, II, 1). En el monacato antiguo, la vestición de hábito venía a identificarse con la profesión de los votos monásticos. Y cuando San Gregorio Magno emplea la designación conversationis habitus al describir este pasaje, manifiesta la eso, un cambio a un nuevo estilo de vida, una transformación para abrazar toda una vida dedicada al servicio de Dios.
En la Santa Regla, la toma de hábito y la profesión de los votos van unidas en el pensamiento de San Benito. Por eso, el abandono de las vestimentas seglares para recibir las monacales significa y conlleva el cambio total de vida, la asunción del estado monástico (RB 58, 26-28).
El conocido dicho “el hábito no hace el monje” tiene una gran parte de verdad, pues lo que hará al monje ser realmente tal será su vida de monje. Sin embargo, también es verdad que el hábito puede y debe contribuir no poco a que el monje sea un auténtico monje, según nos recuerda Ludovico Blosio: “No traigas el hábito de monje en vano, haz obras de monje” (Espejo de monjes). El hábito, en efecto, conlleva una exigencia de vivir como monje; recuerda de continuo a quien lo lleva su consagración a Dios y sus deberes de estado, sus obligaciones y aquello que no es propio que haga. Su vigor queda realzado por el Magisterio reciente de la Iglesia: el Concilio Vaticano II (Perfectae caritatis, n. 17) y los Papas recientes (Bto. Pablo VI, Evangelica testificatio, n. 22; S. Juan Pablo II, Vita consecrata, n. 25) lo han definido como “signo de consagración” y han pedido vivamente su uso.
Y el fundador de nuestra Congregación Solesmense, Dom Próspero Guéranger, nos recuerda que el hábito es “signo visible de la separación del mundo”. Por eso los monjes le tendrán un soberano respeto y se revestirán siempre con este sentimiento; se esforzarán en conservarlo con una gran limpieza y no se lo quitarán jamás sin necesidad (Notions sur la vie religieuse et monastique, I, 1).
Querido Fray Pelayo: que la santa librea que ahora vas a vestir sea también de verdad para ti signo de esta nueva vida que deseas abrazar. La Iglesia establece unos tiempos prudenciales de discernimiento en la vocación religiosa, por parte del candidato y por parte de los formadores y de la comunidad que le acoge. Pero todos queremos confiar en que cada paso lo des con convencimiento y que la gracia de Dios se derrame sobre ti para ser un buen monje, viviendo las virtudes que el santo hábito exige. Y si principalmente eres capaz de vivir la humildad y la obediencia, en las que más insiste N. P. S. Benito, y buscas de veras a Dios y eres solícito en el Oficio Divino, como él pide, podrás correr con inefable dulzura de amor por el camino de sus mandamientos con el corazón ensanchado (RB, Pról., 49). Sé fiel al hábito que ahora vas a recibir y él te ayudará a ser fiel en la vida monástica.
Que Santa María, Reina de los monjes, y todos los santos de nuestra Orden, a los que hoy conmemoramos, intercedan ante Dios para que te conceda la fidelidad.