Queridos hermanos:
La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María que hoy celebramos se afianzó con rango universal en la Iglesia desde la definición del dogma por el Beato Pío IX en la bula Ineffabilis Deus en 1854, cuando proclamó que la Santísima Virgen fue preservada inmune de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Ella misma lo confirmó a Santa Bernardita en Lourdes cuatro años después.
Como todos los privilegios concedidos por Dios a María, deriva de su Maternidad Divina, ya que convenía que, si había de ser la Madre de Dios y no podría transmitir a Jesucristo el pecado original, Ella misma debería ser preservada de éste. María, como verdadera Madre de Dios, es desde el principio la “llena de gracia”, según se nos ha dicho en el Evangelio (Lc 1,26-38); es la toda limpia, la toda pura, la toda santa. En consecuencia, Dios la ha colmado de gracias, virtudes y santidad. Por eso la Iglesia aplica a Ella las palabras del Cantar de los Cantares (cf. Ct 4,7): “Toda hermosa eres, María, y no hay mancilla en ti”.
Ella es la Mujer que en el Protoevangelio, en el texto del Génesis de la primera lectura, aplasta la cabeza de la serpiente, vence al diablo y a sus insidias (Gén 3,15). Desde el principio de su elección para ser Madre de Dios y especialmente desde el momento de la Encarnación, quedó asociada al Redentor y Mediador, su Hijo Jesucristo, para ser auténtica Corredentora y Medianera. Y además, como hemos leído en el texto del Evangelio (Lc 1,26-38), es modelo también de orante y contemplativa, deseosa de obedecer la voluntad de Dios, y es ejemplo de humildad, pues a sí misma se presenta como la “esclava del Señor”.
La devoción a la Inmaculada Concepción está muy arraigada en España, cuya Patrona es oficialmente desde 1760, y también lo es de nuestra Infantería desde 1585. En España nació una Orden dedicada a Ella dentro del círculo de Isabel la Católica, las concepcionistas, y las Universidades españolas en los siglos XVI y XVII se comprometieron a defender este privilegio mariano.
En esta fecha tan bonita vais a recibir la Primera Comunión dos niños de nuestra Escolanía y el hermanito de otro: Mario, Leonardo y Rodrigo. Vestís las cogullas blancas de escolanes, como signo de la pureza y la sencillez de ángeles que debe caracterizar a los niños y como reflejo de la Virgen María, que es toda limpia y pura. Es de una gran importancia que se conserve la inocencia y la limpieza en los niños.
Cuando viene una visita a casa, nos gusta recibirla con la casa limpia. Jesús nos visita cada vez que lo recibimos en la Eucaristía: de ahí la necesidad de tener la casa limpia para Él. La Virgen María tenía limpia la casa donde recibió a Jesús: la casa de su cuerpo y de su alma. Así también debe ser en vosotros. Por eso es conveniente confesarse con frecuencia, para poder recibir en mejores condiciones a Jesús Sacramentado. Vuestra alma permanecerá limpia si rechazáis el pecado, hacéis el bien y amáis a Dios.
María Inmaculada recibió y llevó a Jesús en su seno: vosotros recibiréis ahora a Jesús como Ella, para que viva dentro de vosotros y os dé vida. La Eucaristía es un auténtico “Pan de ángeles”, según lo vemos en la Biblia y la Iglesia lo comprende. Vosotros tenéis que pareceros a María y a los ángeles. Alimentaos de Jesús, como los ángeles se alimentan al verle siempre en el Cielo.
Que María Inmaculada, Reina de los Ángeles, Reina de España y Reina de nuestra Escolanía, os bendiga y os lleve en su Corazón Inmaculado. Y que Ella misma bendiga también a los antiguos escolanos que estos días nos acompañan y nos honran con su presencia.