Queridos hermanos:
El culto a Santiago como Patrono de España se remonta a la Edad Media, en unión estrecha con la veneración de su sepulcro en Compostela. San Beato de Liébana le llamó “áurea cabeza de España, nuestro protector y patrono” (Himno O Dei Verbum) y Gonzalo de Berceo lo definió como “primado de España” (Vida de San Millán, estr. 422, v. 4), a la par que los reyes hispanos lo invocaban como “luz y espejo de las Españas” y los ejércitos en batalla se encomendaban a él pidiéndole su auxilio.
Junto con él, y como nos recuerda el mosaico de Santiago Padrós de nuestra cúpula, también en la Edad Media se acudió a San Isidoro de Sevilla y a San Millán de la Cogolla como Patronos de España. Y en el siglo XVII, Santa Teresa de Jesús fue proclamada oficialmente Patrona de España y no ha dejado de serlo, si bien la Inmaculada Concepción sería al final quien ocupara el primer puesto como Patrona femenina.
La devoción a Santiago y a la Inmaculada fueron llevadas por los españoles a las Españas de ultramar: a América, Filipinas y otros lugares del orbe a los que llegó nuestra cultura y en los que nuestra idiosincrasia se fundió en un abrazo de mestizaje con los pueblos indígenas bajo el abrazo redentor de la Cruz, dando lugar a eso que el filósofo mexicano José de Vasconcelos denominó “la raza cósmica”.
Por toda una Historia y una Tradición de la que somos herederos, tenemos el deber de amar a España, de procurar su bien y de invocar la protección celestial para alcanzar su paz y su prosperidad, tal como diariamente hacemos los benedictinos en este lugar. Según enseña San Alberto Hurtado al hablar de los deberes cívicos en sus obras dedicadas a la Doctrina Social de la Iglesia, “el ciudadano debe considerar su país como su patria, la prolongación de la familia, y debe sentir por ella algo de lo que siente por sus padres. La patria aparece como una persona moral, encarnación de sentimientos de veneración, de afecto, de entrega. Ella evoca toda una historia familiar de hechos gloriosos y tristes en los que participaron nuestros mayores; un sentimiento de solidaridad que une a los compatriotas con vínculos cuasi familiares, mucho más íntimos que con los ciudadanos de los demás países; un sentido de obligación, de trabajar por ella, de engrandecerla, de hacer que todos los bienes que ella encierra actual o potencialmente hagan la felicidad de los ciudadanos. El patriotismo, más que un sentimiento emotivo, debe despertar en los ciudadanos la conciencia de gratitud por los bienes recibidos y el sentido del deber y del honor frente a la patria” (Moral social, I – 3.4.3.1).
Por lo tanto, al ser el verdadero patriotismo una virtud de Ley Natural, la virtud del recto amor a la patria, derivado de la piedad filial, del cuarto mandamiento de la Ley de Dios, como se recoge en el Catecismo de la Iglesia Católica (nº 2239), tenemos el deber moral de procurar el bien de España, comenzando por la oración por ella y prosiguiendo por el cumplimiento de nuestros deberes, cada uno en su puesto, y continuando por el compromiso con todo aquello que vaya encaminado al bien común.
En nuestros días, España vive una situación muy compleja e incluso dramática, que humanamente hace dudar sobre su futuro, porque se cuestiona su propia existencia, se menosprecia su Historia, se duda de ella como proyecto común y se han socavado los pilares del orden moral que fundamenta la vida en sociedad. Incluso observamos cómo la fe católica, que ha sido uno de los fundamentos en la construcción histórica de España y forma parte esencial del mismo ser de España, es objeto de desprecio y de continuos ataques contra ella, con vistas a arrancarla del alma de los españoles para lograr la implantación de un programa laicista que pretende construir una España sin raíces, sin Tradición, sin Historia y, en definitiva, sin ser, y que ya no sería, por lo tanto, España. En este punto, podemos decir lo que San Alberto Hurtado dijo acerca de Chile, aplicándolo igualmente a la Madre Patria de Chile, a España: “Todo lo que debilita la fe, debilita a la Patria. Luchar contra Cristo es luchar contra Chile”.
Y sin embargo, a pesar de todo esto, nosotros no debemos caer en la desesperanza, porque la Historia de España nos muestra tantas veces cómo la Providencia divina ha sustentado a nuestra Patria y a nuestro pueblo en momentos en que todo se venía abajo. Así lo entendieron desde antiguo muchos cronistas medievales y autores y pensadores como Francisco de Quevedo o el benedictino Fray Ángel de Salazar en el siglo XVII.
En este año del centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles, no olvidemos las promesas que el Sagrado Corazón ha hecho con relación a nuestra Patria, la primera de ellas al Beato Bernardo de Hoyos en 1733: “Reinaré en España”; y la segunda a Santa Maravillas de Jesús a muy pocos kilómetros de aquí hace casi cien años: “España se salvará por la oración”. Tampoco olvidemos la que dijo la Santísima Virgen a San Antonio María Claret: “En el Rosario está cifrada la salvación de tu Patria”.
Y si nos toca sufrir, afrontémoslo con alegría y con entereza, haciendo realidad aquello que dijera Quevedo: “no fuera yo español si no buscara peligros, despreciándolos antes para vencerlos después”. Y todo ello, sobre todo, desde la fe y con el ejemplo de los mártires, con el ejemplo de Santiago, protomártir de los Apóstoles: dispuestos a beber el cáliz que el Señor nos puede ofrecer (Mt 20,20-28), con el valor de los Apóstoles ante la persecución que hemos leído en el libro de los Hechos (Hch 4,33.5.12.27b-33; 12,1b) y con las palabras de ánimo que nos ha ofrecido San Pablo en la segunda Carta a los Corintios (2Cor 4,7-15).
Éste fue el ánimo impreso en el corazón de los beatos mártires sepultados en esta Basílica, como es el caso de la beata Josefa María, religiosa salesa del Primer Monasterio de la Visitación de Madrid, quien rechazó el ofrecimiento de su familia para refugiarse en casa diciendo: “Si por derramar nuestra sangre se ha de salvar España, pedimos al Señor que sea cuanto antes”.
Que Santa María de España, como la invocó el rey Alfonso X el Sabio, juntamente con Santiago, conduzcan de nuevo a España a descubrir y recuperar su esencia cristiana.