Hermanos muy amados en Cristo: Celebramos la fiesta de los dos Apóstoles que son columnas no solo de la sede de Roma, sino de toda la Iglesia. San Pedro es columna porque el mismo Señor le cambió su nombre Simón por el de Pedro para significar que sería la piedra sobre la que se asentaría la Iglesia y fue el primero de una larga sucesión de Vicarios de Cristo; y San Pablo por haber hecho una labor misional amplísima sólo realizable bajo un impulso muy especial de la gracia, y habernos legado en sus cartas una revelación doctrinal insustituible sobre la fe cristiana.
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En las lecturas proclamadas en esta celebración podemos recolectar unos cuantos rasgos acerca del ministerio apostólico que son parte de la fe de la Iglesia. En la lectura de los Hechos de los Apóstoles sobre el encarcelamiento y liberación milagrosa de Pedro hay algo conmovedor. Me refiero a la oración unánime e ininterrumpida de los fieles: «Mientras Pedro estaba en la cárcel, la comunidad no cesaba de orar a Dios por él.» La responsabilidad que pesa en las espaldas del Vicario de Cristo es enorme, como todos sabemos. Pero no todos los católicos solemos ser lo suficientemente coherentes con nuestra fe y la responsabilidad que implica de rezar y sacrificarnos para que el Papa pueda cumplir bien su ministerio. Es más frecuente leer noticias sobre lo que ha dicho el Papa o anécdotas de su ministerio y comentarios sobre el mismo, que orar con perseverancia por él. Y además resulta que hay en nuestras filas muchos que tienen fallos notables en la fe, bien sea porque se atreven a hacer comentarios negativos que minan su autoridad moral, o porque se trata de alabanzas hechas con actitud hipócrita a ciertas expresiones del Papa para reforzar sus opciones personales con silencio calculado de otras enseñanzas del Papa que no concuerdan con lo que esas personas piensan. La unión en la misma fe y en el mismo sentir supone un gran esfuerzo y no pocas renuncias, pero el fruto es nada menos que disponer de la palanca que mueve a dar el paso de fe que a tantos alejados les cuesta dar. ¡Cuántos alejados se acercarían a la Iglesia si tuviesen no sólo el impulso de la gracia para acercarse, sino también el estímulo de una comunidad de cristianos que profesan la misma fe sin grietas visibles y escandalosas!
El testimonio de San Pablo a modo de testamento que hemos escuchado en su carta a Timoteo es aleccionador para todos. A los santos ocurre que les toca llevar un fardo considerable de sufrimiento por el pecado de los demás. Pablo se vio solo muchas veces ante las fauces del león, como él mismo dice gráficamente. Cuando se quejaba ante el Señor de esta penosa situación, sintió que el Señor le respondía: «Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad.» Y San Pablo confiesa que era el amor de su advenimiento lo que le sostenía. Quiere esto decir que la esperanza de la Parusía del Señor le proporcionaba la fuerza necesaria para no sucumbir en la adversidad. Nosotros, que rezamos diariamente en la Eucaristía: «Ven, Señor, Jesús», ¿lo decimos con el mismo convencimiento y deseo que San Pablo, o más bien le decimos en el fondo al Señor: quédate en el cielo hasta que yo muera, que no quiero pasar por la purificación previa a tu venida? Sin duda tenemos una idea falsa de la Segunda venida del Señor, que no se basa en lo que nos enseña la Sagrada Escritura, en los muchos textos que hablan de ella, y es una de tantas lagunas que están pendientes de llenar con el estudio y la profundización en la oración del testimonio que nos ofrece la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como del Magisterio de la Iglesia, aunque sólo fuera a través de ese resumen autorizado que es el Catecismo de la Iglesia Católica en su explicación de la frase del Credo: «Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos».
Vengamos a la gran revelación que es el Evangelio, donde no sólo las palabras de Jesús son revelación, sino también su misma vida es camino de salvación para nosotros y vida que se nos comunica por la contemplación de sus actitudes en las que rebosa, se clarifica y amplía la verdad enseñada por su palabra. La sorpresa es que la revelación sobre el misterio de la Persona de Jesús nos llega de la boca de Pedro, pero la certeza de que es así nos la da el Señor al decirle que esas palabras de Pedro —«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo»—, se las había revelado su Padre que está en los cielos. Pedro habló inspirado sin darse cuenta. Y nosotros, ¿nos damos cuenta de que el Espíritu Santo nos ha inspirado en tantas decisiones buenas que tomamos, en tantas veces que cumplimos bien nuestro deber, en tantas palabras con las que enseñamos o simplemente comunicamos cosas buenas a personas que están relacionadas con nosotros de alguna manera? La humildad consiste, entre otras muchas cosas, en saber agradecer a Dios los dones que nos da de forma habitual a través de nuestras cualidades, o de forma puntual en esas ocasiones esporádicas en que no habíamos preparado ni discurso acomodado a la circunstancia, ni hecho propósito de actuar de tal manera. Lo malo es cuando nos lo apuntamos en nuestro haber, y por esa soberbia impedimos en gran parte la intervención del Espíritu Santo… habitualmente. Si fuésemos humildes y agradecidos veríamos la mano de Dios haciéndose presente en nuestra vida a cada paso.
La celebración de la Eucaristía es una excelente ocasión para orar por el Papa, pues la fuerza para mantener la unión en torno al Vicario de Cristo nos viene precisamente de este sacramento de la unidad. Quitemos la Eucaristía y aparecerán multitud de divisiones y sectas en la Iglesia. La celebración que se ajusta a las normas de la Iglesia y en la que se fomenta la unión personal de cada fiel con el Señor en la entrega total para participar en su sacrificio redentor es el fundamento inconmovible de la fe y sólo de ese modo se logra que podamos estar unidos en torno a un Vicario humano de Cristo. Hay en nuestro ambiente y dentro de nosotros mismos muchas fuerzas disgregadoras que nos impulsan a amoldar la fe a nuestros criterios de grupo o personales. Solo la Eucaristía tiene la fuerza de perseverar unidos. Del Papa es la responsabilidad en tantas decisiones, pero nuestra es la obligación de sostenerle en el acertado discernimiento de la Voluntad de Dios con nuestra oración y sacrificio.
Se hallan entre nosotros, junto con sus padres, los niños candidatos a reemplazar a los escolanes veteranos que han terminado su servicio litúrgico en esta basílica. Pidamos para que tengan valor de emprender animosos el servicio de contribuir a la gloria de Dios en el culto con sus voces angelicales. Y para sus padres, la capacidad de aceptar el sacrificio de la separación en aras de una formación musical y humana especial en la Escolanía.