Rvdmo. Sr. Obispillo, Ilmos. Sr. Vicario y Sr. Secretario; queridos P. Abad, Comunidad benedictina y hermanos todos en Cristo Jesús:
Un año más celebramos en nuestra Escolanía la Fiesta del Obispillo, que ha venido teniendo lugar desde que se fundó la institución en 1958, dependiente de esta Abadía. La fiesta, como veréis esta tarde en los programas, vino ya del monasterio de Santo Domingo de Silos y echa sus raíces en la Edad Media europea, al menos desde inicios del siglo XIII. Por lo tanto, nos encontramos ante algo que hace relación a un elemento fundamental del monacato: la Tradición._x000D_ La Tradición es algo que se entrega, como su mismo nombre indica. Y así la Tradición monástica conlleva la idea de filiación, de arraigo y de perennidad de valores. Pero esto no significa inmovilismo y cerrazón estática, sino que la Tradición es algo vivo. Así, la Tradición «es el progreso hereditario», según la entendió un pensador español (Vázquez de Mella). Y la vida monástica, en cuanto Tradición, comprende permanencia de los valores y adhesión firme y perpetua a lo eterno, contemplación del Sumo Bien que no cambia, amor al Dios que es Amor.
¿Qué ofrece la Tradición monástica en nuestra Escolanía a los niños que se forman en ella? Ante todo, les ofrece el tesoro más grande que puede presentar la vida monástica: el encuentro con Dios. Nuestros niños viven su infancia con naturalidad en un ambiente sobrenatural: todos los días asisten a la Santa Misa, que es lo más grande que existe sobre la tierra, ya que es el mismo Sacrificio redentor de Cristo en la Cruz que se renueva y actualiza en el altar. Participan en ella como cantores y como monaguillos, solemnizando la celebración eucarística. Comulgan diariamente y acuden con frecuencia semanal o casi semanal al sacramento de la Penitencia o Reconciliación, de tal modo que están inmersos cada día en las mismas fuentes de la gracia, es decir, de la vida divina, del amor eterno existente entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Por eso los padres debéis ser los primeros en no romper esta dimensión espiritual tan esencial al ser humano y debéis dar ejemplo yendo vosotros mismos con ellos a Misa los domingos cuando se encuentran en vuestras casas. Una sociedad que abandona la práctica religiosa deriva rápidamente hacia la decadencia moral e incluso hacia la crisis material, como hoy sucede en Occidente, cediendo terreno ante otras civilizaciones religiosamente más firmes, tales como el Islam. No os escandalicéis porque los musulmanes sean cada vez más fuertes y numerosos en vuestras poblaciones y lo demuestren al ir a la mezquita, si vosotros dejáis de ir a la iglesia.
En segundo lugar, el marco natural del Valle y este ambiente en el que viven los escolanos preserva en ellos algo fundamental que hoy con harta frecuencia se roba a los niños: la infancia y la inocencia. Vuestros hijos no son aquí esclavos de la televisión y de los diversos tipos de máquinas de juegos, sino que desarrollan la imaginación propia de la edad como sucedía antes y aprenden a jugar de verdad. No están sometidos a la influencia de amistades peligrosas que, como ocurre en muchos de sus lugares de procedencia, llevan a compañeros suyos de allí a embarcarse con 12 y 13 años e incluso con 10 y 11 en la corriente del “botellón”, del “porro” y del “todo vale”, que termina llevando a derroteros peores aún. Lamentablemente, esto no siempre se valora lo suficiente hasta una vez que salen de aquí.
Por otra parte, la Escolanía ofrece una enseñanza que, sin renunciar a las sanas innovaciones, prefiere en muchos aspectos la experiencia de lo clásico que ha funcionado siempre bien, que no el experimento de aventuras pedagógicas sin sentido. Y, en fin, ofrece también una formación inigualable en el canto sagrado, tanto en gregoriano como en polifonía, siendo en el primero heredera de la Tradición monástica y del estudio concienzudo de los benedictinos de la Congregación de Solesmes.
Todo esto, por supuesto, no elimina las limitaciones de quienes constituimos el equipo formador y docente. La Fiesta del Obispillo ofrece una lección de humildad que era perfectamente entendida en el ambiente espiritual de la Edad Media: los mayores deben tomar conciencia de lo provisional de sus puestos y ceder ante la inocencia de los niños que les relevan en sus cargos y que este día son los únicos y verdaderos protagonistas. Los formadores, como seres humanos que somos, debemos reconocer con humildad nuestros fracasos y nuestra incapacidad de alcanzar siempre los objetivos deseados, de ser capaces de llegar al corazón de los niños y de comprenderlos adecuadamente. De la espiritualidad benedictina deberíamos aprender la difícil virtud de la paciencia, que nace de una profunda paz interior cuyo origen no es otro que un corazón que vive arraigado en Dios. Ojalá llegáramos a ser ante los niños verdaderos espejos del amor de Dios, como lo es San José, quien cuidó del Niño Jesús como custodio y padre adoptivo. Ojalá nuestra única meta fuera la esforzada santidad.
San José es también un ejemplo para los padres: es un modelo de piedad religiosa, de obediencia a la voluntad de Dios, de esposo fiel, de padre entregado, de espíritu de trabajo. Él ha pasado humildemente por las páginas del Evangelio, sin dejar casi constancia de sus hechos, pero hablándonos de forma elocuente desde ese silencio. Nos ha dejado más ejemplos con sus hechos que con sus palabras, pues no se recoge ninguna salida de su boca en el texto sagrado.
Deseemos además que en este día en que también se celebra la Fiesta del Trabajo, San José Obrero, el Carpintero, a quien el Papa Pío XII quiso proponer como modelo para los trabajadores del mundo entero, constituya para todos un ejemplo de honradez y honestidad profesional, de esfuerzo en el cumplimiento de sus tareas, de vida laboriosa y de generosidad hacia los demás. Él ha de ser un modelo en medio de esta crisis económica que padece nuestra sociedad decadente y a la que se ha llegado a consecuencia de una más profunda crisis de valores, pues la codicia y la avaricia, el afán desmedido de ganar y tener y de disfrutar únicamente de las cosas terrenas, ha llevado a muchas instituciones, empresas y personas a un endeudamiento irreversible y a un duro empobrecimiento. Que San José Obrero alcance de Dios y de la Santísima Virgen el auxilio para tantos hermanos nuestros que sufren el drama del paro y de la pobreza y suscite en los corazones de todos la generosidad y el espíritu de justicia y de caridad.