SAN JOSE, ESPOSO DE MARIA, PATRONO DE LA IGLESIA 19/03/2021
San José es para nosotros una figura conocida, pero poco estudiada. Y sin embargo, cuando meditamos detenidamente su vida encontramos rasgos que nos eran desconocidos y todo por no leer el Evangelio con calma y profundamente. Sin salirnos de los márgenes que nos brinda el Evangelio y la Sagrada Escritura, caemos en la cuenta de que todos los detalles son muy significativos.
El Evangelio nos ha referido las dificultades de José en aceptar a María como esposa por su embarazo prematuro antes de convivir juntos. Pero toda la tradición ha sabido leer otras muchas cosas implícitas en estas palabras tan concisas y exactas. Es imprescindible la luz del Espíritu Santo para no deformar el mensaje trasmitido y sacar de él una enseñanza preciosa. Gracias a esta profundización de la viva tradición de la Iglesia emerge la figura de san José como una estrella muy destacada en el universo de los santos a pesar de no contar siquiera con una palabra dicha por él en los evangelios.
Este silencio de José es impresionante y a la vez aleccionador para multitud de cristianos que no ocupan puestos relevantes en la Iglesia, es decir la inmensa mayoría.
¿Cómo puede ser importante el papel de una persona que ha pasado su vida en la oscuridad de un hogar conviviendo con las dos personas más destacadas de la historia de todos los siglos pero sin que se pueda probar haber tenido una intervención desafortunada o incluso fatal? Tampoco dicen prácticamente nada los Evangelios de los treinta años de vida oculta de Jesús. ¿Acaso no es eso mucho más sorprendente que el silencio sobre la vida de san José?
San José, para los cristianos desempeñó un papel sumamente relevante en la historia de la salvación en cuanto custodio de la Sagrada Familia de la que él mismo forma parte, y sin embargo, a los ojos humanos, puede parecer digno de lástima por su lugar secundario.
Esa es la primera lección. No es uno afortunado por lo que en este mundo se considera como tal. Para la consideración humana lo fantástico es el brillo externo, el destacar sobre los demás, el reconocimiento, al menos de su labor, por todas partes. Ni siquiera el Evangelio pondera su misión: se limita a decir que era un hombre justo. San José nos enseña: a desempeñar la función que nos corresponde lo mejor posible, y envueltos en la familiaridad y trato personal con el Señor huir del aplauso de los hombres. El silencio de su vida es un signo de que tenía una conciencia muy profunda de que ese silencio debía ser condición necesaria para poder llevar a cabo su misión. Pero no sería posible vivir envuelto en ese silencio si no estuviese compensado con un profundo gozo por la elección del Señor hacia su persona, a pesar de reconocerse hombre limitado. La elección del Señor en esas condiciones no se la valora en el mundo, porque no es noticia de primera página, no va de boca en boca.
San José pasó un apuro grandísimo al verse prometido de María, de la que ciertamente estaba muy enamorado, pero era imposible explicarse su embarazo con las luces naturales que todos tenemos. Pero a la vez no estaba ciego y sabía que su prometida no le engañaba. Y en medio de ese apuro en vez de quejarse y acusar a María opta por alejarse en secreto, puesto que no quería hacer daño a su prometida de la que no podía quejarse sin ser injusto, puesto que no podía confundir lo inexplicable con lo injusto. Este silencio heroico de san José lo explican muchos como una intuición espiritual de que habría un voto de virginidad por medio, lo cual le servía de freno para no lanzarse a acusarla. Era la única solución acertada, pero para llegar a esa virtud y equilibrio, que nos falta a la mayoría, podemos suponer la mucha oración que la precedió y la consiguiente clarificación del Espíritu Santo. Pero por eso es nuestro patrón en la Iglesia para toda clase de personas. A esto queremos llegar todos, a estar tan enamorados y agradecidos de la elección que Dios ha hecho de nosotros al hacernos hijos suyos, que en los momentos más apurados optemos por decir: Dios sabrá por qué tengo que sufrir esto que me pasa y sé que es para mi bien si acepto su cruz.
Pero José no so sólo acepta la iluminación que le viene por el ángel, que la criatura que María espera viene del Espíritu Santo y que su hijo salvará al mundo del pecado, sino que al instante se puso en marcha para recibir a María y cumplir sus deberes como padre legal de Jesús. La actitud de José llena de asombro. Por una parte no se siente humillado por su función de padre legal, pero por otra no se hace de rogar para aceptar una misión tan atípica y tan trascendental.
Pero hagamos un examen de nosotros mismos y veamos ¡cuántos eventos piadosos, cuántos retiros espirituales, cuántos seminarios religiosos y cuántas excursiones a lugares santos son utilizados por los que nos llamamos o consideramos consagrados en la vida sacerdotal o religiosa y en la vida laical para propiciar y afianzar “encuentros mundanos”! ¡Es un doble juego que el Señor no tolera! ¡No se puede servir a Dios y al diablo! Y como que no nos damos cuenta de que estamos muchas veces jugando con fuego, por lo cual tendremos nuestra pena correspondiente en el purgatorio.
El ejemplo de san José nos interpela a sacerdotes y consagrados en todas sus formas, a los cristianos de toda la vida, a purificar nuestra intención al vivir nuestra consagración religiosa o sacerdotal o también antes de asistir a cualquier acto espiritual: San Pablo nos habla de apetecer la leche espiritual como el niño recién nacido. Es decir, Dios es la leche, la pureza a la que debemos aspirar, y nuestros deseos mundanos, el cacao, y no debemos admitir que en nuestra vida de consagración o cuando participemos en la celebración de actos religiosos bien sean adoraciones, retiros espirituales, peregrinaciones o cualquier apostolado, el mezclar leche con cacao y por muy dulce que éste sea, una vez que se mezcla, nuestra alma se mancha sin remedio.
No juguemos a que no nos enteramos de lo que está sucediendo en nuestra vida, de esa adulteración a que estamos sometiendo nuestra vida de consagración llenándola de elementos humanos agradables mezclados con una vida de piedad. Hemos logrado llevar runa vida mundana revestida de piedad. Y no podemos jugar a que no conocemos las consecuencias.
¡Dios no quiere que en su presencia nos dediquemos a un doble juego, servirle a Él y salir adelante con nuestras aspiraciones y proyectos humanos!
¡Eso es una profanación y no tiene otro nombre posible. No estamos haciendo Ejercicios, estamos muchas veces dedicándonos solapadamente a nuestros gustos y entretenimientos, y sólo algún pequeño rato dedicado a la oración y al examen de nuestra vida para dar buena imagen. O no nos dedicamos al estudio para servir a Dios, sino que buscamos nuestro prestigio, los títulos académicos, y nos olvidamos de que hemos sido llamados a la santidad, no al renombre y a dejar admirados a los demás de nuestro prestigio!
Para eso más vale quedarnos en casa pidiendo al Señor nos conceda ser puros en nuestras intenciones, antes que venir a la casa de Dios con esas impurezas, pues así podemos corromper a los que allí se encuentran.
Hermanos tenemos grandes medios de sanar de estas enfermedades espirituales que nos pueden afectar a consagrados y seglares, cada cual en nuestras obligaciones y prácticas espirituales. Esas grandes medicinas son la Confesión y la Comunión bien recibidas y administradas santamente, además de evitar caer en la tentación de distraernos con las cosas y conversaciones mundanas. El silencio interno que supone pureza de intenciones y externo de san José, que supone sobriedad no sólo de la lengua y de nuestros contactos con los demás, sino de actividades nocivas para nosotros, puesto que son escapatorias para no ocuparnos en nuestra verdadera vida de oración y santidad a la que estamos llamados, nos evitará caer en tentaciones que se nos brindan por todas partes a todos!