El lunes 22 de agosto, la Comunidad benedictina había gestionado la apertura normal del Valle de los Caídos y de la Basílica para peregrinos de la JMJ, tanto de aquellos concertados previamente, como de los que pudieran asistir presentando las acreditaciones oportunas, más los fieles que desearan venir a la Santa Misa de 11 h., la cual se celebró en la Basílica. En efecto, un día más, ésta se encontró repleta. Cabe destacar el testimonio de un grupo de 140 peregrinos de Castellón, del “Camino Neocatecumenal”, alojados en la vecina localidad de Guadarrama (distintos, por tanto, de los que habían estado en la Hospedería del Valle de los Caídos): después de rezar Laudes en la Basílica, asistieron a la Misa conventual de las 11 h. con gran atención y expresaron haberse quedado sorprendidos ante la belleza de la liturgia benedictina, lo cual llenó a la Comunidad de gozo al tomar conciencia, una vez más, de la labor de apostolado litúrgico que ésta realiza diariamente en la Basílica, las más de las veces sin ser consciente de ello. En la Santa Misa estuvieron además numerosas peregrinas del Extremo Oriente.
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Justo después de terminar la Misa, llegó otro nutrido grupo de unos 100 peregrinos del Brasil, también del “Camino Neocatecumenal”. A lo largo del día hicieron acto de presencia otros muchos, siempre venidos con las acreditaciones de la JMJ. Como visitas especialmente destacadas, hay que mencionar, por supuesto, la del cardenal Józef Glemp, arzobispo emérito de Varsovia (fue el sucesor del cardenal Stefan Wyszynski), y la del obispo de Münster (Alemania), Mons. Felix Genn.
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Por otro lado, la marcha de los 150 peregrinos castellonenses que estaban en la Hospedería desde el día 19 y salieron el domingo 21, fue sucedida con la llegada de otros 142 provenientes de Washington (Estados Unidos), que se alojarían hasta el día 26 de agosto.
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Sin embargo, este día estuvo marcado de un modo especial por los 600 peregrinos franceses de la “Comunidad de San Martín” (“Communauté Saint Martin”), que en Francia cuenta con gran fuerza y empuje por su arraigo en la Tradición de la Iglesia y al mismo tiempo su mensaje dinámico y valiente hacia los jóvenes. Como encargados principales venían dos sacerdotes: Don Pascal-André Dumont y Don Pierre-Nicolas Chapeau, gran enamorado de España, buen amigo de la Comunidad benedictina desde hace años y entusiasta del significado espiritual del Valle de los Caídos. Pero venía asimismo el superior general, Don Paul. Entraron en el Valle, como estaba previsto, en 11 autobuses alrededor de las 11 de la mañana, más un camión de aprovisionamiento al que luego se sumaría otro. Llamaba la atención, desde luego, la buena organización, así como el elevado número de sacerdotes jóvenes, diáconos y seminaristas.
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A las 11,30 h. aproximadamente comenzaron una charla o conferencia ante la Hospedería, en la explanada posterior, dirigida por Don Paul, el superior general. Fue el momento en que el P. Prior pudo ir a darles la bienvenida en nombre de la Abadía y a concretar con los organizadores algunos aspectos. A continuación, tuvieron una hora y media de “desierto”, es decir, meditación individual, e impresionaba ver a cada uno a cierta distancia de los otros, así como los que acudían a confesarse en el Sacramento del perdón o Penitencia. A las 14 h. comieron en el aparcamiento entre la Abadía y la Hospedería y entre las 16 y algo antes de las 18 h. se repartieron en grupos de discusión y de planteamiento vocacional. A las 18 h., atendidos por Fray Julio Iglesias, sacristán, y por el P. Prior, celebraron una Misa solemne en la Basílica, siendo Don Paul el celebrante principal; como caracteriza a la “Comunidad de San Martín”, fue en la forma ordinaria del rito latino, pero enteramente en latín a excepción de las lecturas y las oraciones del día, así como, lógicamente, la homilía, que versó sobre la Santísima Virgen María y su Realeza (era, de hecho, la memoria de Santa María Reina, instituida por el Papa Pío XII). Era maravilloso observar la perfección de raíz solesmense con que cantan el gregoriano, así como el fervor y la perfección en los cantos polifónicos por parte de todos, tanto en voces masculinas como femeninas. Al término de la Santa Misa, hubo imposición del escapulario de Nuestra Señora del Carmen para todos aquellos que lo desearan, que fueron un gran número.
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Luego subieron de nuevo al aparcamiento entre la Abadía y la Hospedería para la cena y tuvieron una velada con música, cantos y actuaciones en la explanada posterior del monumento; enfocaron con un cañón en la pared del vestíbulo de entrada posterior y trataron de fondo temas vocacionales. No estaba prevista en un principio, pues lo que inicialmente se había planteado era una nueva conferencia o charla y después bajar a la Basílica para una hora y media de adoración antes de la Misa del día siguiente. Sin embargo, ante su solicitud, el P. Abad Dom Anselmo aceptó que pudieran realizar dicha velada hasta las 22,45 h., ya que no se podía alterar mucho más el silencio del monasterio ni el de la Hospedería. Algo después de las 23 h., por tanto, y atendidos por el P. Prior, volvieron a la Basílica, donde celebraron una nueva Misa, en este caso la del día siguiente, que quisieron celebrarla votiva del Espíritu Santo; una vez más resaltó la perfección y el fervor del canto gregoriano y polifónico, así como la dignidad de la celebración de la Santa Misa en latín, con sólo las oraciones del día y las lecturas en francés. Al acabar, alrededor de la una de la madrugada, ayudaron a recoger y subieron a tomar los once autobuses en el aparcamiento entre la Abadía y la Hospedería, y desde allí emprendieron el camino de regreso a Francia un poco después de la 1,30 h., mientras quince sacerdotes (entre ellos el superior general, Don Paul) y seminaristas quedaban a dormir en la Escolanía para retornar al día siguiente muy temprano.