Hermanos: Celebrar la solemnidad de Nuestra Señora del Valle es algo que nos compromete a mucho. Celebrar con verdad que la Bienaventurada Virgen María es Nuestra Señora no puede ser un título vacío en nuestros labios, pues sería una burla. No podemos pasar por alto llamar Señora Nuestra a la Santísima Virgen María y no esforzarnos en vivir como hijos. Si le pedimos en el himno de Vísperas que se manifieste como nuestra Madre, Ella tendrá en justa reciprocidad su derecho a pedirnos a nosotros que manifestemos que somos sus hijos.
María santísima no es solo Señora, es tan cercana a nosotros que debemos tenerla por modelo sin que esto sea una vana pretensión. Es un deber de hijos. Tenemos que vivir en una sana tensión de auparnos a imitar al modelo, aunque sabemos que siempre existirá el contraste de una altura infranqueable. Pero lo que no se debe perder es la relación de analogía, una aspiración altruista que se convierta en alabanza para el modelo y un estímulo y confianza en los pobres hijos que quieren agradar a su Madre celestial, para, en definitiva, agradar a Dios que nos ha conferido el rico legado de su maternidad en la Cruz, con el fin de que en todo busquemos vivir en la Voluntad de Dios, como Ella.
Nuestra Madre no solo hacía la Voluntad de Dios, sino que siempre ha vivido en la Voluntad de Dios. En la Voluntad de Dios ha establecido su morada. Toda la vida de María se desenvuelve en la Voluntad de Dios: “Hágase en mí, según tu palabra”. Vivir en la Voluntad de Dios es mucho más que el mero cumplimiento externo de lo mandado. Es introducirse en el corazón divino, sentir al unísono con Él, no como algo independiente, no como quien tiene que aceptar unos mandatos costosos y extraños al que obedece. Quien hace la opción de vivir en la Voluntad de Dios no le ha de ser desagradable el Querer de Dios, porque ya lo ha hecho su vida. Se agarra al Querer divino de modo semejante a nuestra sujeción al instinto de supervivencia, que es el más fuerte en nuestro ser. Pero esto es solo una muy imperfecta comparación. La Voluntad de Dios para la Bienaventurada Virgen, nuestra Madre es su misma vida, es el descanso y anhelo vital de su ser. La razón de ser de esta hija por excelencia de Dios Padre es la Voluntad de Aquél mismo que la ha dotado de una gracia tan singular, que es inigualable. Nadie la puede igualar en su vivir establecida en la Voluntad de Dios, y sin embargo debemos aspirar a asemejarnos en su vivencia de la unión íntima con el Querer de Dios.
¿Qué podemos hacer nosotros para llegar a mostrarnos como hijos de tal Madre? Empecemos por invocarla con constancia y con amor con palabras salidas del corazón del mismo Hijo de Dios e Hijo de María, que se digna poner en nuestro pequeño e incluso mezquino corazón, pero tan querido de su Corazón misericordioso: Oh María, sin pecado concebida, digna Madre del Redentor, Obra Maestra de la Gracia, hija humildísima del Padre, Reina del cielo, Madre adorada del Redentor, Flor del paraíso, ruega por nosotros. Y esto digámoslo desde el silencio de nuestro corazón. Ella es Madre, Madre del Redentor y Madre de todos los hombres por la Misericordia de Dios. Contemplemos su pureza, su humildad y su obediencia al Padre, su docilidad al Espíritu Santo. Ella es la Obra Maestra de la Gracia por su ‘sí’ a los planes de Dios en su vida. Su vida era una sola cosa con la Voluntad de Dios y por eso es la Reina de la Creación, pues Dios quiere que su Voluntad se haga aquí en la tierra como en el cielo. En el cielo está junto al Padre y al Salvador, junto a Dios Espíritu Santo, que la colmó de Gracia y de Bendición. Digámosle muchas veces desde lo más hondo del corazón con el Ave María y otras plegarias: ‘Ruega por nosotros’. La intercesión de la Madre de Dios es poderosa ante Dios, y como Buena Madre sabe hablar a su Hijo de las necesidades de nuestro corazón para nuestra salvación. Aprendamos a amar a la Madre de nuestro Redentor, hermanos, que ha sido su propio Hijo quien nos dio a su Madre en el mismo suplicio de la Cruz: fue el último regalo de un Moribundo a un mundo que no le escucha y se ha alejado de Su Amor. Escuchémosle nosotros que somos hijos de su Pasión, y llevemos a nuestra Madre, como Juan, a la casa de nuestro corazón. Dejémosla que Ella nos lleve al regazo de nuestro Redentor que es todo Amor, a la obediencia al Padre, a vivir como Ella en esa obra de gracia que es la docilidad del Espíritu de Dios. Sí, hermanos, en este día de Nuestra Señora del Valle, en el momento culminante de la Eucaristía el Señor nos dice a cada uno: ahí tienes a tu Madre, recíbela con amor.