Queridos hermanos:
Ofrecemos hoy especialmente el Santo Sacrificio de la Misa por las almas de José Antonio Primo de Rivera y de Francisco Franco en el aniversario de su muerte. A ellos unimos, como se hace en esta Basílica todos los días del año, la intercesión por las almas de todos los Caídos en la Guerra Española de 1936-1939, de uno y de otro bando.
El mes de noviembre está dedicado de un modo singular a la oración por todos los difuntos, pues la fe que tenemos en la vida eterna nos lleva a orar por aquellos que ya han fallecido, para rogar a Dios que con su Misericordia infinita borre sus pecados y permita que gocen de su visión y su compañía por siempre; y, si ya se encuentran en el Cielo, la comunión de los santos hace que esta oración sea eficaz en beneficio de otras almas. En este sentido, el Santo Sacrificio de la Misa posee una fuerza extraordinaria, ya que se trata del mismo Sacrificio redentor de Cristo en la Cruz que se renueva y actualiza en el altar y, según San Gregorio Magno, alcanza ante Dios un gran valor al ofrecerse por las almas de los difuntos. Por eso, la Misa por un difunto no es un homenaje humano hacia él, como se dice en algunos medios de comunicación poco informados en materia teológica, sino el acto máximo de nuestra oración por él ofreciendo el mismo Sacrificio de Cristo, que ha derramado su Sangre por la salvación de su alma y por la de todas.
Y así, lo que diariamente se realiza en esta Basílica, bajo los brazos redentores de la Cruz, en este altar y junto a un monasterio benedictino que es heredero de una tradición que se remonta al siglo VI, es la celebración de estos misterios, aplicando especialmente sus frutos a la salvación de las almas de los Caídos de uno y de otro bando y a la paz y la prosperidad de España. En cuanto a los dos difuntos por los que hoy oramos de un modo más particular, hay que recordar que ambos manifestaron en sus testamentos la confianza de ser acogidos por la Misericordia divina a la hora de la muerte, el deseo de morir en el seno de la Iglesia Católica y una expresión de perdón y de paralela petición de perdón a quienes tenían algo contra ellos.
Después de tantos años, produce gran tristeza observar que hoy se alientan odios que tenían que estar desaparecidos. Aquel deseo de José Antonio en su testamento, de que la suya fuera “la última sangre española que se vertiera en discordias civiles”, y el deseo paralelo de Antonio Machado de que se pudiera superar la división entre las “dos Españas”, parece que hubiera quedado lamentablemente olvidado y hoy se sigue utilizando a los muertos como arma arrojadiza. La convivencia no la imposibilitan los muertos, quienes ya no pueden causar daño alguno, sino que la podemos impedir los vivos, incapaces tal vez de aprender de su ejemplo tanto sus aciertos como sus errores.
Es urgente procurar la unidad entre todos los españoles e ilusionarlos comúnmente por el anhelo de revitalizar España, de sacarla adelante de sus problemas, bebiendo de su rica historia y de su tradición, a la vez que con un proyecto de futuro. Aquella definición de Patria como “proyecto sugestivo de vida común” que ofreció Ortega y Gasset (quien contó con admiradores en ambos bandos en la guerra del 36, entre ellos José Antonio), es válida para hoy. No olvidemos, además, que el recto amor a la Patria es una virtud derivada del cuarto mandamiento de la Ley de Dios y está inscrito en el corazón de todo ser humano.
Cuando el rencor y el odio campean en los corazones, es necesario buscar la unidad en un proyecto común. Es imposible construir una sociedad desde el odio, que corroe permanentemente el interior de quien lo padece e impide vivir en paz y ser feliz, porque únicamente aspira a la eliminación o la humillación del adversario, aunque sea infamando su memoria mucho después de que haya desaparecido físicamente y no reconociendo absolutamente nada bueno en él. Y para vencer el odio, es imprescindible el perdón, y éste nos lo enseña Cristo desde la Cruz, perdonando a sus verdugos, abriendo las puertas del Paraíso al ladrón arrepentido y ofreciéndonos a todos la herida de su Costado para penetrar en su Corazón misericordioso. Es así como tantos mártires de la fe murieron perdonando por amor a Cristo. Así lo hizo un jovencísimo obrero cordobés de 21 años, el Beato Bartolomé Blanco, que dirigió las siguientes palabras a sus familiares antes de su muerte en 1936:
“Mi última voluntad es que nunca guardéis rencor a quienes creáis culpables de lo que os parece mi mal […]. Os encomiendo que venguéis mi muerte con la venganza más cristiana, haciendo todo el bien que podáis por quienes creáis causa de proporcionarme una vida mejor. Yo los perdono de todo corazón y pido a Dios que los perdone y los salve”.
Encomendemos a Nuestra Señora del Valle las almas de quienes hoy recordamos de un modo especial y las de todos los Caídos de nuestra guerra de uno y de otro bando, y pidámosle que en España y en el mundo reine la paz.