Queridos hermanos:
No pocas veces existe una imagen negativa y oscura de la Cuaresma, originada tanto por la mala comprensión que de ella tienen muchos cristianos, como por la visión que del cristianismo han querido y quieren dar los enemigos de él.
Sin duda alguna, el carácter penitencial es propio de la Cuaresma y se debe reafirmar sin temor, pero muchas veces será necesario explicar con nitidez el espíritu con que se deben afrontar las prácticas penitenciales. Ante todo, la penitencia se hace con miras a la obtención de un gran fin: la conversión interior del corazón y el retorno del pecador al cobijo misericordioso de Dios. La Cuaresma, por tanto, es un período de profunda conversión del cristiano y así se nos recuerda en la lectura del profeta Joel que hemos escuchado: “Convertíos a mí de todo corazón: con ayuno, con llanto, con luto. Rasgad los corazones, no las vestiduras: convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas” (Jl 2,12-13). También nos ha dicho el apóstol San Pablo: “ahora es tiempo de gracia, ahora es día de salvación” (2Cor 6,2).
Jesús, que pasó cuarenta días con sus cuarenta noches de rigurosa penitencia en el desierto antes de iniciar su vida pública, nos exhorta a entregarnos a la oración, al ayuno y a la limosna, debiendo hacerlo desde la intimidad del corazón, donde nuestra oración, nuestro ayuno y nuestra limosna serán conocidos y recompensados por Dios (Mt 6,1-8.16-18). Más aún, Jesús nos anima a vivir nuestras prácticas piadosas, penitenciales y caritativas con alegría: “Cuando ayunéis no andéis cabizbajos, como los farsantes […]. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre, que está en lo escondido” (Mt 6,16-18).
Nuestro Padre San Benito nos alienta igualmente a este espíritu alegre en la Cuaresma. Recuerda al monje que, aunque su vida “debería responder en todo tiempo a la observancia cuaresmal, sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, por eso invitamos a guardar la propia vida en toda su pureza en estos días de Cuaresma, y borrar, todos juntos, en estos días santos, todas las negligencias de otros tiempos” (RB 49, 1-3). Como vemos, llama “días santos” a este tiempo, en el cual anima a entregarse a la oración, la lectura, la compunción del corazón y la abstinencia, añadiendo con permiso del abad algunas pequeñas cosas en lo que de ordinario hacemos y ofrecemos, también en el trabajo.
San Benito, al igual que Nuestro Señor Jesucristo, desea en el monje un ánimo alegre en las prácticas cuaresmales, que se haga “con gozo del Espíritu Santo”, de tal modo que “con un gozo lleno de anhelo espiritual espere la santa Pascua” (RB 49, 6-7). Por lo tanto, estamos ante unos “días santos” que nos ayudan a prepararnos para la celebración del gran acontecimiento del misterio cristiano: la Pascua del Señor, la gloriosa Resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor.
Con este espíritu, pues, acojamos este santo tiempo de Cuaresma: tiempo de oración, de ayuno y penitencia y de limosna y caridad; tiempo de mayor dedicación a Dios, de vuelta a Él, de conversión a Él, y de conversión generosa también hacia las necesidades de nuestro prójimo. Un buen ayuno espiritual y caritativo puede ser que nos privemos de hacer críticas y malos comentarios relativos a nuestros hermanos.
Que la Santísima Virgen María nos ayude a vivir la Santa Cuaresma con estas actitudes para imitar a su divino Hijo y poder unirnos a Él.