Queridos hermanos:
El Jueves Santo celebramos tres acontecimientos fundamentales en la vida de la Iglesia: la institución de la Eucaristía, la institución del sacerdocio ministerial y el día del amor fraterno. Los tres se encuentran íntimamente unidos entre sí y beben de la misma fuente, que es el Corazón Sacerdotal y Eucarístico de Jesús, el cual se dispone a entregarse al Supremo Sacrificio de la Cruz por nuestra Redención. Por tanto, nos podemos detener un poco a meditar contemplando este Corazón de Jesús que nos da el mandamiento del amor.
El culto al Sagrado Corazón de Jesús supone en realidad la entraña misma del cristianismo, según han señalado papas como Pío XI, Pío XII o San Juan Pablo II, entre otros, porque en él está simbolizado todo el Amor de Dios, de un Dios que por amor a los hombres ha querido encarnarse para redimirles del pecado y devolverles la dignidad perdida. En el Corazón de Jesús está expresado el supremo amor del Redentor, un amor capaz de entregarse hasta la muerte, como Él mismo dice en la Última Cena al darnos el mandamiento del amor: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como Yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,12-13.17).
Al escuchar mañana el relato de la Pasión según San Juan, veremos cómo el evangelista nos desvela el misterio de este Corazón cuando, estando al pie de la Cruz en el Calvario, observe cómo un soldado, viendo que Jesús ya estaba muerto, le traspasó el costado con una lanza y al punto salió sangre y agua. Cristo entonces lo entregó todo, nos dio todo su amor y nos descubrió que la vía de su humanidad nos permite llegar a lo íntimo de su divinidad: penetrando por la llaga de su costado, podemos alcanzar su Corazón y sumergirnos en la inmensidad del amor divino. El mismo San Juan, en la Última Cena, ya había reclinado su cabeza sobre el pecho de Jesús (Jn 13,23.25), enseñándonos así a dejar reposar nuestras vidas en Él y escuchar los latidos de un Corazón que arde de amor hacia nosotros.
El Corazón de Jesús se revela también especialmente como Corazón Eucarístico y Sacerdotal en el discurso que San Juan recoge en el capítulo 6 de su Evangelio, en el cual Jesús se descubre como el Pan de vida que se entrega para darnos la vida eterna: sólo Él, verdadero Dios, puede darnos la vida misma, que es la vida divina, la vida que fluye de la Trinidad, y nos la da por el Espíritu Santo en los Sacramentos, de un modo muy singular en la Eucaristía.
También en el mismo Evangelio de San Juan se revela este Corazón Eucarístico y Sacerdotal de Jesús en otros muchos pasajes, pero muy especialmente en el capítulo 17, el de la gran oración sacerdotal de Cristo al Padre al final de la Última Cena, justo antes de salir al huerto de Getsemaní, que es una lectura recomendada precisamente para meditarla ante el Monumento después de la celebración de hoy y durante la vela nocturna que podemos hacer junto a él. Esta oración presenta tres partes: la oración de Jesús por Sí mismo, la oración de Jesús por sus discípulos y la oración de Jesús por sus discípulos futuros, es decir, por la Iglesia que Él mismo ha fundado ya en sus apóstoles. Esta gran oración es como el Memento del Sumo Sacerdote cuando se encuentra ya dispuesto a consumar el Sacrificio de nuestra Redención. Revela el amor eterno de Cristo al Padre en el seno de la vida trinitaria y también un inmenso amor a su Esposa, la Iglesia, por la cual se entrega a la muerte redentora para transmitirnos la misma vida divina de la Trinidad por el Espíritu Santo: “ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste” (Jn 17,3-4).
Esta gran oración sacerdotal brota del Corazón de Jesús en el momento previo a su supremo Sacrificio redentor como Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, después de haber instituido la Sagrada Eucaristía. Jesús ruega por la unidad entre sus discípulos, por la unidad de la Iglesia, modelada sobre la vida de unión amorosa que viven entre sí las tres Personas divinas en el seno de la Trinidad. En esta oración, por lo tanto, podemos contemplar íntimamente unidas entre sí esas tres facetas que queremos resaltar en el Corazón de Jesús: la Eucaristía, el Sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor. Es una expresión sublime del Corazón Sacerdotal y Eucarístico de Jesús que nos da el mandamiento del amor.
En este día pidamos especialmente por la santidad de los sacerdotes: que el Corazón de Jesús nos purifique y perfeccione según su modelo, para que el pecado, la mundanidad y la desidia no manchen la pureza del gran don que hemos recibido y que nos obliga a vivir como “otros Cristos”, según dijera el Papa Pío XI (Ad catholici sacerdotii, n. 30).
Que María Santísima, la gran contemplativa que conservaba y meditaba todas las cosas de su Hijo en lo íntimo de su Corazón Inmaculado (Lc 2,19.51), nos ayude a penetrar en estos misterios.
En los días del Triduo Sacro se puede ganar indulgencia plenaria en nuestra Basílica con las debidas condiciones de aversión al pecado, confesión con absolución individual, comunión eucarística y oración por el Papa.