Queridos hermanos:
Nos autem gloriari oportet in cruce Domini nostri Iesu Christi: “Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo, en la que se encuentra nuestra salvación, vida y resurrección, y por la cual hemos sido salvados y liberados”. Esto es lo que hemos cantado en el introito gregoriano de la Misa, durante la procesión de entrada, a partir de un texto de la Carta de San Pablo a los Gálatas (Gal 6,14).
Ciertamente, la celebración de los misterios de la Pasión de Nuestro Señor en estos días de la Semana Santa nos hace penetrar en la centralidad y en el corazón mismo de nuestra redención, obrada por Él para liberarnos del pecado y de sus efectos mortíferos a través precisamente de su muerte en la Cruz y de su Resurrección victoriosa sobre la misma muerte, sobre el pecado y sobre el demonio. Ha sido la manera de realizar nuestra salvación en la que se descubre la entraña profunda del amor inmenso que Dios nos ha tenido, enviando a su Hijo Unigénito y Amado (cf. Jn 3,16) para que se ofreciera como Víctima en holocausto por todos nosotros. Por eso, a nosotros nos corresponde gloriarnos en su Santa Cruz, convertida en el Árbol de la Vida y en signo de triunfo, que ha hecho posible recuperar nuestra amistad con Dios e incluso nos ha alcanzado el ser hechos hijos adoptivos suyos, recibiendo el Espíritu Santo que nos vivifica.
Este amor infinito de Dios, que ha obrado de tal modo nuestra redención, se manifiesta en el gesto de humildad y de caridad fraterna del lavatorio de los pies por Jesús a sus apóstoles, según lo hemos escuchado en el Evangelio de San Juan (13,1-15); a continuación lo rememoraremos con doce niños de la Escolanía. Pero además, ese mismo amor infinito de Dios hacia nosotros en su Hijo Jesucristo se expresa de modo sublime en la institución del Sacerdocio ministerial de la Nueva Alianza y del Santísimo Sacramento de la Eucaristía en la Cena del Jueves Santo y lo vamos a saborear durante el ofertorio de las especies eucarísticas con el canto del Ubi caritas, obra de un autor anónimo de Italia de entre los siglos IX y X. Ubi caritas est vera, ibi Deus est: “Donde la caridad es verdadera, Dios está allí. El amor de Cristo nos ha congregado a la unidad. Exultemos y gocemos en él. Temamos y amemos al Dios vivo y amémonos con corazón sincero”, se dice en la primera estrofa.
Las dos lecturas previas al Evangelio nos han llevado a contemplar especialmente la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. En el Éxodo (12,1-8.11-14), las prescripciones sobre la cena pascual dadas a Moisés son un anticipo de la Pascua definitiva, la que el Señor Jesucristo instituiría en la Eucaristía y en su obra redentora mediante su Pasión, muerte y Resurrección. Él es el verdadero Cordero pascual que se ofrece al Padre para nuestra salvación. En la lectura de la primera Carta a los Corintios (1Cor 11,23-26), San Pablo nos ha descrito cómo Jesús instituyó la Eucaristía como nueva comida pascual en la Última Cena, y de aquí se toma precisamente el texto que se interpretará en el canto gregoriano de la comunión, recordando las palabras de la institución: Hoc corpus, quod pro vobis tradetur; hic calix novi testamenti est in meo sanguine; “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por vosotros; este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía”.
En la Última Cena, anticipo de la Pasión redentora de nuestro Salvador, Judas salió del Cenáculo para ir a entregarlo a las autoridades religiosas judías. Veamos cómo también nosotros, con nuestros pecados, lo estamos entregando cada día a su Pasión, que Él asume por nosotros, y meditemos así también en la comunión el canto polifónico que interpretará la Escolanía, Judas mercator, tomado de un responsorio del Oficio de Tinieblas del Jueves Santo de Tomás Luis de Victoria, de 1585, y en el que el místico compositor abulense, con un dramatismo musical intenso, nos presenta ese momento: “Judas, pésimo mercader, entregó con un beso al Señor; Él, como un cordero inocente, no le negó el beso a Judas. Por un puñado de denarios, Cristo fue entregado a los judíos. Más le hubiera valido, si no hubiese nacido” (cf. Lc 22,48).
La Pasión y la Resurrección de Cristo, ocurridas en un lugar y en un momento de la Historia, trascienden sin embargo el tiempo y el espacio. Y así, si bien Judas traicionó a su Maestro y nosotros le traicionamos con nuestros pecados, también podemos aliviarle en su Pasión, reclinando nuestras cabezas sobre su Corazón como San Juan Evangelista, llevando nuestras oraciones y buenas obras a la consolación ofrecida por el ángel en el Huerto de los Olivos, orando allí con Él y reparando así el sueño que vencía a los apóstoles, o siendo nuevos cireneos que le ayudemos a llevar la Cruz. ¿Cómo lo podemos hacer hoy? Entre otras maneras, visitando y adorando el Santísimo Sacramento en el monumento en diversas iglesias, dando nuestra limosna para obras sociales y de caridad o acompañando al final de la celebración de hoy a Jesús Sacramentado en la procesión eucarística, en la que los escolanos alternarán gregoriano y polifonía para cantar el precioso himno del Pange lingua que Santo Tomás de Aquino, teólogo contemplativo, compuso en el siglo XIII.
Que la Virgen María nos lleve a profundizar en estos misterios.
En estos días del Triduo Sacro se puede ganar en nuestra Basílica indulgencia plenaria con las debidas condiciones de aversión al pecado, confesión con absolución individual, comunión eucarística y oración por el Papa.