Queridos hermanos:
Dentro del ambiente de dolor de la Semana Santa, porque en ella revivimos con especial intensidad la Pasión del Señor, el Jueves Santo nos ofrece unos elementos de gozo y alegría, pues el amor supremo que Jesucristo nos muestra estos días al entregar su vida para nuestra redención, hoy se manifiesta dándose a nosotros en la institución de la Eucaristía y en la institución del sacerdocio ministerial, así como en sus exhortaciones y gestos en la Última Cena hacia los Apóstoles, por lo cual celebramos asimismo el día del amor fraterno. En todo esto se descubre el Corazón Sacerdotal y Eucarístico de Jesús, que se dispone a entregarse al Supremo Sacrificio de la Cruz por nuestra Redención.
Como todos sabemos, el ser humano ha simbolizado siempre el amor en el corazón. Por eso, la devoción al Corazón de Jesús, lejos de ser una beatería de tiempos pasados como algunos lamentablemente piensan, es la síntesis más profunda del cristianismo, según han enseñado los Papas, en especial desde Pío XI. Y es la síntesis del cristianismo, porque nos revela el amor eterno e infinito de Dios, que viendo al hombre caído por el pecado, ha determinado rescatarlo enviando para ello a la segunda persona de la Santísima Trinidad, al Verbo, al Hijo, el cual ha asumido nuestra naturaleza para salvarnos mediante su Pasión, muerte y Resurrección.
Este amor, simbolizado y sintetizado en el Corazón de Jesús, se nos descubre en la institución del Santísimo Sacramento de la Eucaristía en la Última Cena, que fue un verdadero anticipo de su Pasión: en realidad, es el mismo Sacrificio de Cristo en el Calvario, que supera las coordenadas de tiempo y espacio y acontece el Jueves Santo en el Cenáculo, al igual que sucede hasta hoy y hasta el final de los tiempos cada vez que se celebra la Santa Misa. ¡Qué muestra más grande de amor la de Jesús, que ha querido quedarse con nosotros en el Sacramento de la Eucaristía hasta el final de los tiempos, hasta su segunda y definitiva venida gloriosa! Es verdad que no nos ha abandonado, sino que permanece con nosotros y entre nosotros. ¡Y qué pena que tantas veces los sagrarios estén abandonados, que nosotros no dediquemos tiempo para estar junto a Jesús Sacramentado que nos espera en el sagrario para irradiar sobre nosotros su amor!
En la primera lectura, tomada del libro del Éxodo (12,1-8.11-14), hemos contemplado en las prescripciones sobre la cena pascual dadas por Dios a Moisés un anticipo de la Pascua definitiva, la que el Señor Jesucristo instituiría en la Eucaristía y en su obra redentora mediante su Pasión, muerte y Resurrección. Él es el verdadero Cordero pascual que se ofrece al Padre para nuestra salvación, como víctima propiciatoria por nuestros pecados. En la segunda lectura (1Cor 11,23-26), San Pablo nos ha descrito cómo Jesús instituyó la Eucaristía como nueva comida pascual en la Última Cena: el Apóstol recibió esta tradición y la Iglesia la perpetúa día tras día, minuto tras minuto, haciendo presente a Jesús Sacramentado cada vez que se celebra la Santa Misa.
Para que su Sacrificio quedase perpetuado en la Santa Misa y su presencia entre nosotros fuera constante y permanente, Cristo instituyó además en la Última Cena el Sacerdocio ministerial y jerárquico. Los sacerdotes, configurándose con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, renuevan y actualizan su Sacrificio único y redentor en la Santa Misa y permiten además que la Sagrada Eucaristía quede reservada en el Sagrario para que los cristianos adoremos a Jesucristo en este Sacramento, lo contemplemos, lo amemos, nos saciemos de Él y vivamos de la gracia divina que Él nos transmite.
La lectura del Evangelio de San Juan (13,1-15) nos trae a la memoria el profundo gesto de humildad y de servicio que Jesús tuvo en el lavatorio de los pies, que vamos a recordar con doce niños de la Escolanía representando a los doce Apóstoles. Es asimismo un gesto de amor y de fraternidad, a lo que Él mismo nos ha exhortado cuando, precisamente en la Última Cena, nos ha dado el gran mandamiento del amor: “Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado” (Jn 15,12.17), porque “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Él va a entregar su vida por nosotros, asumiendo sobre Sí la carga de todos nuestros pecados y muriendo en la Cruz para redimirnos del pecado.
Que la Virgen María nos lleve a profundizar en los misterios celebrados hoy.
En estos días del Triduo Sacro se puede ganar en nuestra Basílica indulgencia plenaria con las debidas condiciones de aversión al pecado, confesión con absolución individual, comunión eucarística y oración por el Papa.