Queridos hermanos:
Celebramos hoy una fiesta muy querida del pueblo católico y muy singularmente del pueblo español, como lo refleja la Historia del Arte: la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María. Es una fiesta que se afianzó con rango universal en la Iglesia desde la definición del dogma por el Beato Pío IX en la bula Ineffabilis Deus en 1854, donde proclamaba como una parte fundamental de nuestra fe el misterio por el que la Santísima Virgen fue preservada inmune de toda mancha del pecado original desde el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Ella misma lo confirmó a Santa Bernardita en Lourdes cuatro años después.
Este privilegio, como todos los otorgados por Dios a María, le vino dado por su Maternidad Divina. Convenía que, si había de ser la Madre de Dios y no podría transmitir a Jesucristo el pecado original, Ella misma debería ser preservada de éste. Era lógico que María, como verdadera Madre de Dios, pues Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre, fuera desde el principio la toda limpia, la toda pura, la toda santa. En consecuencia, Dios la ha colmado de gracias, virtudes y santidad, haciendo de su alma y de su cuerpo un blanco resplandor de pureza que es motivo de imitación para el cristiano. “Toda hermosa eres, María, y no hay mancilla en ti”, le ha cantado secularmente la Iglesia aplicándole las palabras del Cantar de los Cantares (cf. Ct 4,7).
Ella es por eso la Mujer que en el Protoevangelio, en el texto del Génesis que hemos escuchado en la primera lectura, aplasta la cabeza de la serpiente, vence al diablo y a sus insidias (Gén 3,15). Desde el principio de su elección para ser Madre de Dios y especialmente desde el momento de la Encarnación, quedó asociada al Redentor y Mediador, su Hijo Jesucristo, para ser auténtica Corredentora y Medianera. Como Judit y Ester, Ella es la protectora del pueblo de Dios. Y cuando el feminismo contemporáneo ha desvirtuado y falsificado la verdadera feminidad, María es, en cambio, como la mujer fuerte y hacendosa de la literatura sapiencial del Antiguo Testamento (Prov 31,10-31; Sir 26,1-4.16-23), el modelo perfecto de todas las virtudes femeninas: sentido de la maternidad y solicitud por la familia, fidelidad y recato, pudor y pureza, prudencia y previsión, dulzura y ternura que saben combinarse con la firmeza de voluntad y la reciedumbre en el momento de la prueba. María, como observamos en el texto del Evangelio (Lc 1,26-38), es modelo también de orante y contemplativa abierta ante todo a conocer y a obedecer la voluntad de Dios y, siendo la criatura más excelsa, ante Él se presenta sin embargo como la humilde “esclava del Señor”.
Al Beato Juan Pablo II, enamorado de la historia de nuestra Patria y de la espiritualidad de sus santos, le gustaba definir a España como “tierra de María”. María Inmaculada es oficialmente la Patrona de España desde 1760 por concesión del Papa Clemente XIII, pero ello respondía a una devoción mucho más antigua hacia este privilegio mariano. En efecto, teólogos como Raimundo Lulio y Juan de Segovia lo habían defendido en la Edad Media, cuando sólo se trataba de una “opinión piadosa” dentro de un debate en el que no estaba definido aún como dogma. Los franciscanos españoles, entre ellos el cardenal Cisneros, promovieron su culto y su devoción, y Santa Beatriz de Silva junto con la Sierva de Dios Isabel la Católica y todo el círculo femenino de ésta dieron origen al nacimiento y la expansión de la Orden de la Inmaculada Concepción, las concepcionistas. También se convirtió en la Patrona de nuestra Infantería desde el milagro de Empel en 1585, obrado a favor del Tercio de Zamora y que hizo exclamar al almirante protestante holandés Holak: “Tal parece que Dios es español”. Asimismo las Universidades españolas instauraron el “voto de la Inmaculada” en los siglos XVI y XVII, por el que profesores y estudiantes se comprometían a defender el privilegio mariano. Todo ello sería luego reconocido por el Beato Pío IX al decir: “Fue España la Nación, que por sus reyes y por sus teólogos, trabajó más que nadie para que amaneciera el día de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de María”.
Cuando en nuestros días se cuestiona la unidad y el propio ser de España, tanto en su esencia como en su misma existencia, es muy importante que acudamos llenos de esperanza y de confianza a nuestra Madre Inmaculada, que no abandonará a sus hijos.
En fin, hoy vais a recibir la Primera Comunión cinco niños de nuestra Escolanía: David, Szymon, David, Iván y Aarón.
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[palabras finales para ellos e invocación a María Inmaculada sobre ellos]