Queridos hermanos:
En la oración colecta, después del canto del Gloria, hemos rezado afirmando que Dios, por la Concepción Inmaculada de la Virgen María, preparó para su Hijo una digna morada y en previsión de la muerte de su Hijo la preservó de todo pecado. Tales son las razones de éste y de todos los privilegios marianos. La Maternidad divina de María, es decir, su condición de ser verdadera Madre de Dios –pues Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre–, es el fundamento de todos los privilegios y dones con que Dios la ha colmado, y juntamente es también un fundamento importantísimo el hecho de que, por la estrecha unión entre Madre e Hijo, Ella había de colaborar en su obra redentora como auténtica Corredentora, según la llegó a denominar el papa Pío XI.
Convenía que, si María había de ser la Madre de Dios y no podría transmitir a Jesucristo el pecado original, Ella misma fuera preservada de éste. Era lógico que María fuera desde el principio la toda limpia, la toda pura, la toda santa. Por eso el arcángel San Gabriel, según hemos escuchado en el Evangelio (Lc 1,26-38), la saludó como la “llena de gracia” y “bendita entre las mujeres”. Por eso la Iglesia, aplicándole las palabras del Cantar de los Cantares (Ct 4,7), la ha exaltado secularmente diciendo: “Toda hermosa eres, María, y no hay mancilla en ti”. Y por eso el salmo que se ha cantado hoy nos anima a cantar al Señor un cántico nuevo (Sal 97), pues ha hecho en María verdaderas maravillas, como Ella misma reconocería en el Magníficat (Lc 1,49).
Dios, por tanto, preparó en el seno de María una digna morada para su Hijo y por eso la hizo Inmaculada y evitó que se le transmitiera el pecado original. Esta verdad fue proclamada solemnemente como dogma por el Beato Pío IX en 1854 y la Virgen Santísima lo confirmaría a Santa Bernardita en Lourdes cuatro años después.
La otra verdad que ha afirmado la oración colecta quedó expuesta también en la proclamación del dogma: el privilegio de la Concepción Inmaculada apuntaba no sólo a su Maternidad divina, sino también a su condición de primera colaboradora en la obra de la redención de Jesucristo. A Ella, antes ya de la Pasión, Muerte y Resurrección salvadoras de su Hijo, se le aplicaron los méritos de Él en tal obra de salvación, y por eso Dios la preservó inmune de la mancha del pecado original en el instante mismo de su Concepción en el seno de su madre, a quien la tradición reconoce como Santa Ana. Y por esto mismo y por su Maternidad divina y la estrecha unión que había de darse entre Madre e Hijo, María participaría –la primera entre todos los hombres– en la obra redentora de Cristo, sufriendo en la Pasión una auténtica Compasión, sufriendo espiritualmente en su interior la Muerte de su Hijo y siendo la primera en alegrarse con su Resurrección.
María es así la nueva Eva y la Mujer que, en el Protoevangelio –en el texto del Génesis que hemos escuchado en la primera lectura–, aplasta la cabeza de la serpiente, vence al diablo y sus insidias (Gén 3,15). Como Judit y Ester, es la protectora del pueblo de Dios y, según hemos escuchado en el Evangelio, es modelo de obediencia humilde a la voluntad de Dios.
La devoción a la Inmaculada Concepción en nuestra Patria es antiquísima y por eso es Patrona de España desde 1760. Este singular privilegio fue defendido por las universidades hispánicas y por escritores y pensadores de la talla de Ramón Llull (representado en la cúpula de esta Basílica) y Francisco de Quevedo; la plasmaron los pinceles de pintores como Velázquez, Zurbarán y Murillo; la reina Isabel la Católica y Santa Beatriz de Silva fundaron en su honor una Orden religiosa; y nuestra Infantería se acoge a su patrocinio desde el milagro de Empel en 1585. En razón de tan grande devoción y defensa de la Inmaculada Concepción, los Papas concedieron a la Iglesia en España el privilegio de celebrar la fiesta de hoy con el color litúrgico azul celeste. Acudamos a María Inmaculada pidiendo que auxilie a nuestra pobre España, necesitada de tanto más amor patrio de sus hijos cuanto más atribulada se encuentra.
Por otra parte, hoy se inaugura el año jubilar de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco. Es una ocasión magnífica para reflexionar sobre el amor misericordioso de Dios, que se apiada del pecador arrepentido. Y es, en consecuencia, una ocasión estupenda para acudir con mayor frecuencia al sacramento de la Penitencia, confesando humildemente nuestros pecados para reconciliarnos con Dios. Con motivo del comienzo de este año jubilar, habrá adoración eucarística en la Capilla del Santísimo de nuestra Basílica entre las 14 h. y las 17 h. de esta tarde y un confesor disponible durante la última hora.
En fin, hoy se acerca por primera vez a la Sagrada Comunión el niño escolán Lorenzo.
Querido Lorenzo: recibe con el corazón limpio propio de un niño a Jesús. Dale gracias por haberte traído a esta Escolanía para servirle como si fueras un ángel en la tierra, alabándole con tu voz. Mantén tu alma pura como la cogulla blanca que llevas. Deja a Jesús que habite dentro de ti y recíbele siempre con sencillez y devoción. El gran rey español San Fernando, representado en nuestra cúpula, que había reconquistado las ciudades de Jaén, Córdoba y Sevilla, estando enfermo al final de su vida, se levantó humildemente y con amor para recibir de rodillas a Jesús Sacramentado, porque le reconocía como un Rey mucho más grande que él. Cuando tú dentro de un rato te arrodilles para comulgar, piensa en esta imagen de San Fernando e imítala siempre en tu vida. Él también fue un gran devoto de la Virgen María, a la que veneró sobre todo como Virgen de los Reyes: tú, como él, encomiéndate también siempre a Ella, pura e Inmaculada, como tu Reina y tu Madre celestial.