Hermanos amados en el Señor: San Pablo exhortaba a sus fieles diciéndoles:Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa. Por tanto, quien esto desprecia, no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo. (1 Tes 4,7-8) Esta vocación a una vida santa, a una vida en Dios, viviendo sus mandamientos y e interiorizándolos de tal manera que lleguemos a la santidad es un ideal muy sublime. Quizás pensemos que eso es inviable en el mundo en que vivimos, que más valdría pisar tierra, y, en todo caso, proponer algo que esté a nuestro alcance. Veamos qué solución nos da las lecturas que hemos escuchado en esta celebración.
En el Salmo que se ha cantado, se nos ha dado una síntesis a modo de eco orante a la primera lectura y también del Evangelio, pues en una y otra se nos ha hablado de la vocación de hombres que se dejaron conducir por Dios, lo cual es modelo y guía válido para todo fiel que escucha en la Palabra la voz viva de Dios dirigida para él en este momento de su vida, en el hoy de nuestra celebración litúrgica, que será para muchos el alimento para toda la semana.
En la primera estrofa nos hablaba de cómo se iba fraguando ese encuentro con Dios: Yo esperaba con ansia al Señor; Él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.¡Qué maravilla!, el hombre se dirige a Dios –en realidad cuando hacemos esto Dios ya está obrando en nosotros sin darnos cuenta que la iniciativa no ha sido nuestra sino de nuestro Padre que nos estaba llamando y resulta que apareció en las palabras del que compuso el Salmo, sin haberlo pensado, un cántico nuevo. Dios precede con su gracia a la iniciativa humana, aun cuando parece que hay personas que son buenas y les brota espontáneamente. Como si hubiesen nacido perfectos, santos ya hechos. En el caso de Samuel, por ejemplo, no se quedaba remolón en la cama, sino que hasta cuatro veces interrumpió el sueño para obedecer, para escuchar, que en la Biblia es lo mismo. Pero el Señor nos enseña en el Evangelio algo muy profundo, que nos revela su actuación secreta: Sin Mí, no podéis hacer nada. Con esto no anula Dios al hombre, sino que tiene como una secreta iniciativa amorosa y el hombre debe colaborar y llegar a descubrir que es Dios quien nos llama de mil maneras, incluso por medio del fracaso, del dolor y de la injusticia padecida directa o indirectamente. Dios tiene mil medios de hablarnos y quiere que los descubramos en la oración, o por la lectura de su Palabra, por los acontecimientos, o el consejo de otro, como Samuel. Juan Bautista siendo un gran maestro de vida espiritual les señaló a sus discípulos a quien podía enseñarles todavía mejor: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y Andrés le enseña inmediatamente a su hermano Pedro: Hemos encontrado al Mesías, que significa Cristo. Y así se va formando una cadena. El que ha descubierto al Señor le enseña a otro su descubrimiento: es su testigo. Hay algunos que muriendo por Cristo le anuncian y dan a conocer de una manera sublime, grandiosa. En esta basílica reposan los restos de muchos de estos testigos. 54 ya han sido beatificados, otros lo pueden ser en los años siguientes o permanecerán anónimos hasta el juicio final.
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Y ahora viene la segunda estrofa del Salmo que a modo de síntesis nos guía en las lecturas de hoy: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, | y, en cambio, me abriste el oído; | no pides holocaustosni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: «Aquí estoy | —como está escrito en mi libro— para hacer tu voluntad.» Con esto no se dice que al Señor no le gusta que le demos culto, como lo estamos haciendo ahora, ya que es incluso uno de sus mandamientos, sino que no quiere un culto pleno que sea realmente hacer su voluntad siempre y a todas horas. No creamos que con un solo mandamiento hemos hecho todo el bien que debemos hacer, pues los mandamientos son diez, y además quiere que vivamos las ocho bienaventuranzas. El cristiano tiene una agenda en la que no queda tiempo para remolonear en nuestras tareas; la pereza es un pecado capital y es el terreno en el que el demonio nos tienta, y tiene disfraces hasta de PERSONA LABORIOSA Y EFICAZ, ¡ojo! Nuestro egoísmo, en la vertiente de pereza, hace que nuestro servicio a Dios sea deficiente.
Pero nos habíamos dejado la enseñanza de san Pablo en su carta a los Corintios. Una enseñanza muy actual. No dice lo que se suele oír hoy por todas partes: Yo soy dueño de mi cuerpo, o de mi tiempo, de mis cosas. Y esto en sentido absoluto. Ahí no se puede meter nadie. Pero en la práctica se nos mete el enemigo porque nos falta oración. En la oración y en la meditación de la Palabra de Dios, como ahora estamos haciendo, el Señor nos descubre que nuestro cuerpo es templo vivo de su gloria donde habitan las tres divinas personas. Luego no puedo dar mi cuerpo a la fornicación o a la impureza. Ni le puedo alimentar con cosas que le perjudiquen por la excesiva cantidad, o porque son dañinas como las drogas o el alcohol, o con los tatuajes, aunque sean imágenes piadosas. Hoy día estamos conculcando el dogma de la creación de muchas maneras. Queremos enmendarle y corregirle al Señor.
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Nadie tenemos las manos limpias, hermanos queridos, es cierto. Venimos aquí a que el Señor con su sombra santificadora nos purifique, como cuando el sacerdote hace sombra con sus manos para que santifique el pan y el vino y se conviertan por obra del Espíritu Santo en el Cuerpo y la Sangre del Señor. El Señor cuando iba entre la multitud le tocaban con fe y quedaban curados. Pasó y pasa ahora en sus sacramentos haciendo el bien. También nos anuncia, por los acontecimientos de todo tipo que estamos viviendo, el cumplimiento de las señales de su segunda venida, que va a venir. Y su primera llegada será en nuestro corazón; y nos hemos de preparar, para que no nos coja desprevenidos. Pero hay algo muy consolador propio de la misericordia divina: que la medida de nuestra preparación, por pequeña que sea, dará sus frutos en aquellos momentos de purificación y de prueba que vienen a este mundo a la hora que el Señor fije, que nos va a sorprender a todos como cuando nos asalta un ladrón. El miedo viene del demonio y la paz acompañará a los que, dóciles como los animales que saben buscar cobijo en la tormenta, se resguardan en los sacramentos bien recibidos y con frecuencia y perseveran en el cumplimiento de su Voluntad. Esa es la Buena noticia que nos da el Señor. El que sigue con prontitud la Voluntad de Dios no ha de temer su venida. Al contrario, está deseando ese encuentro de iluminación de las conciencias y de santificación.