Queridos hermanos:
La solemnidad de la Epifanía del Señor queda muchas veces en un segundo plano en lo que tiene de significado más profundo. La vivencia familiar y tradicional de la “fiesta de los Reyes Magos”, de indudable cuño cristiano, al igual que la de San Nicolás o Santa Klaus el 6 de diciembre en muchos países de Europa central y del norte, realza la virtud moral de la generosidad y el compartir y transmitir alegría, sobre todo a los niños. Pero en nuestros días, el consumismo imperante hace que con frecuencia estos valores cristianos se olviden y más aún cuando se asume la figura pagana de Papá Noel.
No obstante, como acabo de decir, y aun en su sentido cristiano, todo esto es en realidad el aspecto secundario de la solemnidad de hoy, pues lo que en este día propiamente celebra la Iglesia es la “Teofanía” o “Epifanía” del Señor, esto es, su manifestación a todos los pueblos, anunciando que ha venido al mundo para salvar a todos los hombres y no solamente a los judíos. El Niño que ha nacido en Belén es el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros”, y es el verdadero “Mesías”, el “Cristo”, el “Ungido”; es realmente “Jesús”, el “Salvador” del mundo. Por eso, desde Jerusalén y Judea, donde la gloria del Señor ha amanecido, el profeta Isaías (Is 60,1-6) señala que esa luz ilumina ahora a la tierra que estaba cubierta de tinieblas y a los pueblos que caminaban en oscuridad. Es el misterio que San Pablo expone a los Efesios y que antes estaba reservado sólo a los judíos (Ef 3,2-3a.5-6): “que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”.
La Iglesia antigua celebraba juntos tres aspectos de esta Epifanía o Teofanía, como tres elementos de una misma manifestación del Dios Salvador a todos los hombres: la adoración de los Magos, el Bautismo de Jesús en el Jordán y el milagro de las bodas de Caná. Todavía hoy la Iglesia, y muy singularmente los monjes, recordamos los tres hechos en el canto de una preciosa antífona de Laudes.
La adoración de los Magos, recogida por el relato de San Mateo (Mt 2,1-12), reviste un encanto que nos sigue cautivando y que ha calado a nivel popular, como decíamos al principio. Nos encontramos ante unos hombres venidos de tierras lejanas de Oriente para adorar al Niño-Dios. No eran judíos, pero debían de conocer la Sagrada Biblia y las profecías que se referían al Mesías. Casi seguro eran sacerdotes de la religión de Persia reformada por Zoroastro, como el nombre de “magos” refleja, adoradores de un dios cuasi-monoteísta (Ahura-Mazdah) y del fuego que lo representaba, y estudiosos de los astros a partir de los conocimientos de la antigua civilización mesopotámica. Nada obsta a que además pudieran tener condición regia, como la tradición afirma conforme a las profecías mesiánicas, entre ellas la del salmo 71 que se ha cantado, pues en aquellos momentos el mundo persa vivía una situación de fragmentación en reinos de diverso tamaño y poder a raíz de la descomposición del antiguo Imperio desde su conquista por Alejandro Magno, y algunos de ellos estaban gobernados por “magos”, por reyes-sacerdotes.
Aquellos hombres, dejándose llevar por la estrella que los guiaba, nos enseñan a buscar al único Salvador, rendirle culto y proclamarlo a todos. El mensaje de la Epifanía es un mensaje esperanzador, que nos anuncia la buena nueva de la salvación que Dios ofrece a todos los hombres. Cristo ha venido a salvarnos y debemos gozarnos de ello y transmitirlo a todos. A este espíritu evangelizador nos impulsa el Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii gaudium. Y el primer ámbito a donde tendremos que llevarlo es nuestra sociedad occidental descristianizada: esa sociedad que en Europa, según dijo el Beato Juan Pablo II, vive inmersa en una “apostasía silenciosa” (Ecclesia in Europa, n. 9) y que puede llegar al punto, como muchas veces indicó Benedicto XVI, de que asistamos ya a una era neopagana en la que los cristianos nos veamos incluso reducidos a minoría.
Esa sociedad neopagana, apóstata, carece de alegría y de esperanza, porque sin Cristo falta la luz que alumbra a los pueblos y les da vida y calor. Por eso tenemos que anunciar la estrella que siguieron los Magos, la estrella de Cristo, y lo haremos si sabemos dar razón de nuestra fe y al mismo tiempo vivimos de forma coherente con ella. Es necesario que cuidemos la vida espiritual, que tratemos con Dios en la oración y mediante la lectura rumiada de la Sagrada Escritura, que también nos formemos leyendo el Catecismo de la Iglesia Católica y otras buenas lecturas y que nos esforcemos en la práctica de las virtudes y la recepción de los Sacramentos. Si así lo hacemos, seremos verdaderos evangelizadores en nuestro entorno.
Por otra parte, en este día los Magos nos enseñan que no debemos olvidar a los pueblos de Oriente. Tenemos que recordar muy especialmente a los cristianos que sufren hoy una situación angustiosa en aquellas regiones, asistiendo casi a diario a la destrucción de sus iglesias y de sus casas y negocios, al asesinato de muchos de ellos (con frecuencia en una muerte martirial por una bomba en una iglesia), a la marginación y a la expulsión de sus lugares de residencia. Es nuestro deber orar por ellos y ayudarles en cuanto podamos. Recordemos que existe una institución llamada “Ayuda a la Iglesia Necesitada”, a través de la cual podemos canalizar ayudas económicas destinadas a ellos.
Y oremos igualmente para que los musulmanes de aquellas regiones y de todo el mundo lleguen a reconocer en Jesucristo no a un gran profeta, sino al verdadero Hijo de Dios; Hijo de Dios no según una filiación carnal, como ellos piensan que nosotros creemos, sino por la generación espiritual y eterna de una Imagen perfecta de Sí por el Padre, y cuyo Amor que los une es el Espíritu Santo. Pidamos que lleguen a comprender que el cristianismo no es un politeísmo encubierto, que el misterio de la Santísima Trinidad es el gran tesoro del amor divino y que la Encarnación del Hijo es la fuente de la verdadera salvación para los hombres. Recientemente se ha publicado un libro de un imán musulmán convertido al catolicismo, Mario Joseph, titulado Encontré a Cristo en el Corán (Madrid, Libros Libres, 2013). Pensemos que el abandono del Islam está castigado entre los musulmanes con la muerte._x000D_ Con María Santísima y con los santos Magos que la conocieron al adorar a su divino Hijo, seamos portadores del mensaje de la Epifanía, de la manifestación de Dios al mundo para anunciar la salvación a todos los pueblos.