Queridos hermanos:
La solemnidad de hoy tiene en España y en otros países del Occidente cristiano un simpático y entrañable carácter por la celebración de la fiesta de los Reyes Magos, que despierta siempre las sonrisas de los niños y a todos nos llena de gozo, tanto al ver sus rostros felices como al recordar nuestra propia infancia. En su vivencia popular, nos invita a la generosidad, a saber compartir y a transmitir alegría. En otros países, sobre todo del centro y del este de Europa, es la figura de San Nicolás quien suscita semejantes valores y virtudes. En cualquier caso, todo esto refleja una vez más el carácter hondamente cristiano de las fiestas navideñas: sin el Niño Jesús, la Navidad carece de sentido y de esencia. Por eso, es absurdo dejar de felicitar la Navidad para decir un indeterminado y anodino “Felices Fiestas”, es malintencionado eliminar los belenes para ofrecer una versión de la Navidad paganizante y vacía de contenido y es perverso utilizar las cabalgatas de Reyes para ideologizar a los niños.
Sin Jesucristo, ciertamente, falta la luz al mundo. Ninguna estrella creada artificiosamente por el hombre para intentar apagar la luz de la estrella que guio a los Magos puede ser luz para nosotros. Sólo Jesús, que es “la luz del mundo” (Jn 8,12), nos puede iluminar y demostrar que toda otra luz nace de Él y a Él orienta.
Eso es lo que descubrieron aquellos misteriosos Magos de Oriente, sabios del mundo antiguo de los que nos habla el relato de San Mateo (Mt 2,1-12), buscadores de la verdad, astrónomos de la época, escudriñadores de las escrituras sagradas de religiones antiguas y de los mismos textos bíblicos, en los cuales fueron capaces de comprender que venía el Mesías, el Salvador del mundo, el Redentor de todos los hombres, para darnos la única y definitiva luz que nos sacaría de las tinieblas. Muy posiblemente eran sacerdotes de la religión de Persia reformada por Zoroastro, como el nombre de “magos” refleja, aunque es posible que alguno viniera de otras tierras, como Etiopía o el sur de Arabia. Nada obsta a que además pudieran tener condición regia, como la tradición afirma conforme a las profecías mesiánicas, entre ellas el salmo 71 que se ha cantado, y como los conocimientos históricos nos permiten deducir.
La gran enseñanza que nos ofrecen estos Magos es la búsqueda del Niño nacido en Belén, a quien ellos reconocieron como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros”, el verdadero “Mesías”, el “Cristo”, el “Ungido”, Jesús, el “Salvador” del mundo. Ellos han sido testigos beneficiados de esta
“Teofanía” o “Epifanía” del Señor, es decir, de su manifestación a todos los pueblos, anunciando que ha venido al mundo para salvar a todos los hombres y no solamente a los judíos. Así, como nos ha anunciado el profeta Isaías (Is 60,1-6), desde Jerusalén y Judea, donde la gloria del Señor ha amanecido, su luz ilumina ahora a la tierra que estaba cubierta de tinieblas y a los pueblos que caminaban en oscuridad. Es el misterio que San Pablo expone a los Efesios y que antes estaba reservado sólo a los judíos (Ef 3,2-3a.5-6).
La Iglesia antigua celebraba juntos tres aspectos de esta Epifanía o Teofanía, como tres elementos de una misma manifestación del Dios Salvador a todos los hombres: la adoración de los Magos, el Bautismo de Jesús en el Jordán y el milagro de las bodas de Caná. Todavía hoy la Iglesia, y muy singularmente los monjes, recordamos los tres hechos en el canto de una preciosa antífona de Laudes. En el Oriente cristiano se mantiene muy clara la conciencia de la vinculación de los tres aspectos y para la Iglesia de Etiopía es la gran fiesta del año litúrgico, aunque en los calendarios orientales suele haber ciertas diferencias en la situación de las fechas.
El mensaje de la Epifanía es un mensaje esperanzador, que nos anuncia la buena nueva de la salvación que Dios ofrece a todos los hombres. Cristo ha venido a salvarnos y debemos gozarnos de ello y transmitirlo a todos. En consecuencia, por intercesión de los Magos, a quienes en la Tradición de la Iglesia veneramos como santos reyes, encomendemos la conversión de todos los pueblos y recordemos especialmente a los pueblos de Oriente. Pidamos al único Dios verdadero, trino en la unidad y uno en la Trinidad, que se dé a conocer a los musulmanes que pueblan mayoritariamente aquellas tierras. Y tengamos muy presentes a los cristianos que sufren una persecución angustiosa allí mismo. En estos días, los coptos de Egipto, herederos de la antigua civilización egipcia enriquecida por el helenismo y llena de un nuevo vigor gracias al aliento vital del cristianismo, vienen sufriendo una presión durísima con atentados contra sus iglesias, casas, comercios y personas. La relación entre sus patriarcas, a los que llaman también “papas”, y los papas católicos desde Pablo VI, viene siendo excelente, y actualmente lo es entre Tawadros II y el papa Francisco. Pidamos a Jesucristo, el único Salvador, en torno a quien afirmamos ya una misma fe sobre su divinidad y su humanidad, que sostenga a nuestros hermanos coptos en la persecución y que pueda llegar el día en que alcancemos con ellos la plena unidad, gracias a la sangre de sus mártires que les honra.
Con María Santísima, a quien los Magos tuvieron la dicha inmensa de conocer al llegar a adorar al Niño Dios, queramos mostrar en Él al Emmanuel, haciendo visible el mensaje de la Epifanía, es decir, la manifestación de Dios al mundo para anunciar la salvación a todos los pueblos.